El hogar global de Fatoumata y Roberto
El ngoni de Drissa Sidibé reta al piano de Roberto Fonseca. El reto se convierte en conversación. Y la conversación engendra una canción en la que Fatoumata Diawara habla de la paz, del futuro de los niños y de cambiar las cosas a través de la música. Esta intro es casi una metáfora del encuentro entre la música de Mali y la de Cuba. At Home, así han llamado la cantautora mali Fatoumata Diawara y el pianista cubano Roberto Fonseca a su experimento. Ese hogar es el viaje de ida y vuelta a través del Océano Atlántico. Un enorme y global hogar hecho de historia y ritmo.
En el escenario hay un empate técnico: en un rincón, tres cubanos, Yandi Martínez, al contrabajo y al bajo eléctrico, y Ramsés Martínez, a la batería, liderados por el piano de Roberto Fonseca; en el otro, tres malís, Drissa Sidibé, al ngoni, y Sekou Bâ, a la guitarra eléctrica, encabezados por Fatoumata Diawara, a la voz y a la guitarra. Sólo hay un problema. Lo que hay en el escenario no es una confrontación sino una confluencia, una suma que multiplica el resultado. Que el ngoni se mueva al ritmo de la clave cubana y el contrabajo suene de lo más saheliano parece pura magia. Pero sólo es el resultado de una hermandad que a pesar de ser casi natural no ha terminado de explotarse suficientemente.
El encuentro entre Cuba y Mali, entre África y el Caribe cimentan At Home, una propuesta que el pasado domingo visitó el escenario de la Sala Barts de Barcelona. Pero esta confluencia sólo es posible gracias a la química que destilan sus dos impulsores. Constantemente Fatoumata provoca al piano de Fonseca con sus juegos vocales y las teclas del cubano no rehúyen el diálogo. Las miradas de admiración se cruzan y la energía de los dedos del cubano encuentra un espejo en la voz de la malí. La simbiosis se sublima en el momento más emotivo de la actuación, cuando los dos protagonistas se quedan solos en el escenario. Piano y voz, únicamente. Una voz que se hace áspera por momentos para reivindicar la libertad del amor, sin cursiladas, la libertad de elegir a quién querer.
La propuesta tiene momentos para todo, las canciones de Fatoumata pasadas por el tamiz del jazz latino de Fonseca, o los temas más simbólicos. En “Connection” (¿qué mejor título?) todos los músicos tienen un momento para el lucimiento. Y en la canción dedicada a Mandela, la banda construye un tema tan cubano como malí, porque “Mandela fue un personaje universal”, como dice Fonseca. En ese tema, Fatoumata ha puesto al público en pie con un argumento inapelable: “Levantaos para bailar por la paz”. Y a pesar de los intentos por volver a sus asientos, a partir de ese momento, el público no tiene más remedio que volver a levantarse cuando la música vuelve a sonar. El baile frenético de la cantautora malí es contagioso (aunque con evidentes problemas rítmicos en la platea), igual que lo son los devaneos de los dedos de Fonseca sobre las teclas del piano.
Fatoumata que lleva durante el show la voz cantante en todos los sentidos, a pesar de sus reconocidos problemas lingüísticos, aprovecha para poner delante del público las cuestiones que le preocupan. Habla sobre la paz, sobre la libertad, sobre el futuro o sobre la “dignidad de África” y como no de ese encuentro entre hermanos de una y otra orilla del Atlántico. Sin embargo, si algo llama la atención del discurso de Diawara es cómo consigue que “clandestin” suene a orgullo y dignidad. Todo un gusto, asistir a esta reconstrucción. Su ya mítica canción suena precedida de un discurso en el que la malí afirma que “el mundo es un gran libro” y que vivir en distintos países es “leer diferentes páginas”.
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