Nakany Kanté: de Siguiri a Barcelona… y al mundo
N’Nha es la canción predilecta de Nakany Kanté de su primer disco Saramaya. Habla de las mujeres, canta a su fuerza y su importancia y les invita a que bailen con ella para celebrarlo. Esta joven nacida en Siguiri, una pequeña localidad de Guinea Conakry, le dedica esta pieza a su madre porque, para ella, es el ejemplo de esa energía femenina. No es extraño, porque ella misma ha heredado esa potencia, la esconde bajo una voz suave y una mirada tímida y serena, pero no puede ocultarla cuanto habla y, mucho menos, cuando canta. Lo demostró el pasado sábado en la sala Jamboree de Barcelona en la que estrenó en directo su propio disco y el ciclo AfroJamboree que se celebrará una vez al mes.
Nakany Kanté se ha metido por primera vez en el estudio para parir un disco completo, antes lo había hecho en condiciones mucho más precarias para grabar una maqueta de cinco temas. Porque la joven guineana lleva apenas cuatro años en Barcelona, donde aterrizó en 2009, pero tiene una trayectoria que presagia un futuro fructífero. Ha estado en el proyecto Afroesfera que pretendía visibilizar la producción musical africana de la Ciudad Condal y ha sido seleccionada para el programa Diversons que intenta dar valor a la diversidad cultural a través de la música. La edición de Saramaya ha sido, sin embargo, un salto cualitativo. “Saramaya” significa en malinké algo parecido a “éxito” y ha repetido hasta la saciedad, tanto en las entrevistas de la promoción del disco como en el concierto de presentación, que eso es lo que ella busca. Sin embargo, en una distancia más corta, Kanté explica que es un concepto amplio de éxito, algo así como respeto o reconocimiento y comenta con un tono de anhelo: “En mi tierra cuando se dice que alguien tiene ‘sara’, todo el mundo le muestra respeto a su paso”.
Saramaya se cocinó en casa, a partir de la colaboración de Nakany Kanté, que escribe todas las canciones, con su marido (el percusionista Daniel Aguilar), Kalildaf Sangaré y Drissa Diarra. Daniel y Nakany aseguran que estaban dispuestos a grabar y publicar el disco con sus propios medios cuando llegaron, “como caídos del cielo”, Slow Walk Music a proponerse como discográfica de la artista guineana. “Ahora nos damos cuenta de que habríamos renunciado a profesionalidad y a calidad, si lo hubiésemos hechos nosotros mismos”, confiesa Daniel Aguilar. Eso sí Nakany y sus compañeros, que se encargan de los arreglos, se han visto obligados a crear algunas de las canciones en un tiempo record y el resultado “ha sido estupendo”, según la cantante.
El álbum de Nakany Kanté se mueve en un complejo ámbito estilístico. Los más perezosos la sitúan en el world music (que es como no decir nada), pero su personal visión de la tradición musical de África occidental y de los ritmos más actuales (tanto africanos como occidentales) hacen que la clasificación sea complicada. El característico sonido de la kora o el balafón, además de percusiones que van del djembé al tama, pasando por el sabar, nos traslada a África, sin duda; pero ni de lejos se puede considerar que Nakany hace música tradicional. En Saramaya se percibe, en algunas ocasiones más claramente y en otras menos, afroreggae, soukous o mbalax. Por eso, la calificación con la que más cómoda se siente es la de afropop mandinga, una categoría en la que entronca, por ejemplo, con Fatoumata Diawara y dentro de la que, sin embargo, busca configurar su propio estilo.
En cuanto a sus letras, escritas en mandinga, susu o wolof también se mueven en distintos registros, desde historias de amor con el romanticismo exacerbado (en Kalikantigne), hasta cantos de ánimo a las mujeres (en Segué) o a los trabajadores (en Bara), pasando por las experiencias personales, evidentemente (en Saramaya). Las canciones están concebidas en lenguas africanas porque “vienen así”, según confiesa Kanté, que se siente asaltada por ideas en cualquier momento y siente la necesidad de tomar notas o de ponerse a la guitarra, “incluso en mitad de la noche”. “Cuando echo de menos a mi familia, cuando necesito estar en mi burbuja, canto o compongo. Para mí la música construye mi mundo”, asegura. A pesar de todo su siguiente reto es escribir algún tema en español y a tenor de cómo afronta esta joven los retos es indudable que esas canciones llegarán pronto.
Tanto en la grabación de Saramaya como en sus directos, Nakany Kanté se ha rodeado de algunos de los mejores músicos africanos de la escena barcelonesa y por eso puede hacer una lectura del panorama: “En Barcelona hay muy buenos músicos africanos y, sin embargo, la música africana no está demasiado presente. Faltan recursos, en general, promotores, salas, que nos den una oportunidad, porque cuando se organizan cosas el público responde”. En el momento en el que la cantante mostraba esa confianza todavía no sabía que para su concierto de presentación de Saramaya, la sala Jamboree se iba a llenar hasta la bandera y que más de 250 personas iban a asistir a su espectáculo. Así que apenas unas horas después, los argumentos de Kanté se confirmaban.
La oportunidad que pide la guineana tiene, evidentemente, una dimensión artística y es que los músicos africanos quieren hacer lo que saben, les gusta y hacen bien, tocar. Sin embargo, tiene también una dimensión cultural más amplia que encaja con la voluntad de romper la ignorancia sobre el continente: “A mí siempre me han tratado bien, mentiría si dijese que he vivido actitudes racistas, pero creo que no tenemos oportunidad de aportar todo lo que podríamos. Hay una nueva generación de músicos que quiere mantener la tradición y la respetan, pero que quieren mostrar cosas nuevas. Donde estamos, ese es nuestro país y por eso queremos mostrar lo que podemos hacer”. Y su formulación en forma de deseo es absolutamente transparente: “Me gustaría que la gente nos escuchase, que viese que no todo es música de djembé. Que hay muchas cosas, que hay mucha riqueza. Antes de opinar si les gusta la música africana o no, que nos escuchen y no se fíen sólo de la imagen que tienen. Si nos abren las puertas les vamos a mostrar cosas muy diferentes”.
N’Nha es su canción preferida porque recuerda la fortaleza de su madre. Nakany Kanté refleja esa misma fortaleza, no está dispuesta a rendirse. “El trabajo de músico es duro”, y las oportunidades son pocas, pero está dispuesta a aprovecharlas. Está joven cantante está contenta con lo que está viviendo, pero quiere más oportunidades, quiere que le dejen demostrar, que le dejen avanzar, que le dejen construir. Quiere, en resumen, compartir y demostrar su fortaleza.