‘Afrotopos’, recorrido artístico para descubrir si sufres miopía occidental
La sala es más bien pequeña y, sin embargo, cabe la visión que durante siglos ha impregnado la mirada occidental hacia lo africano. Tiene sentido, la paleta con la que se ha pintado el continente entero es monocroma y las lentes que reenfocan la miopía del Norte global son relativamente recientes y aún escasamente visibles. La exposición ‘Afrotopos. Hacia una utopía africana’ recoge ambas visiones, aunque sea a pinceladas y muestra, desde el Museo de Naturaleza y Arqueología en Santa Cruz de Tenerife y hasta el uno de diciembre, un duelo antagónico que, sin embargo, convive en un espacio reducido.
Como si de un estado de coma se tratara, ‘Afrotopos’ presenta en distintas fases la evolución de la concepción africana proyectada desde el eurocentrismo imperante. Es un coma tan profundo como condescendiente, en el que, no obstante, ya empieza a atisbarse el despertar. Los primeros síntomas aparecen nada más acercarse. Negro sobre blanco en la entrada de la exhibición puede leerse “De África siempre llega algo nuevo”, una frase que el escritor naturalista conocido como Plinio el Viejo toma de Aristóteles en su obra enciclopédica Historia Natural, en la que militar romano presenta el continente como un territorio en el que todo es posible.
No es este, en cualquier caso, el estímulo latente hacia una nueva mirada de África que recorre ‘Afrotopos’. Es otra obra, Afrotopía (2018, Casa África y Los Libros de la Catarata), primer libro traducido al castellano del nuevo mesías del pensamiento crítico africano: Felwine Sarr. Un ensayo con el que el intelectual senegalés cuestiona el concepto global de desarrollo y propone una labor interna de destrucción de los complejos lastrados y de construcción de un concepto propio de modernidad. Sus fragmentos articulan ‘Afrotopos’ y se intercalan con objetos, atlas, pinturas, fotografías, vídeo y esculturas que ponen frente a frente al público con su percepción de África, al tiempo que propone mediante esta evolución tan atascada de la idea del continente un ejercicio de desaprender que invita a aprender.
De este modo, la exposición parte del primer legado, que recuerda que fue en el continente africano donde se crearon las primeras sociedades sostenibles frente a las hostilidades de la naturaleza. “La historia humana tiene en África su primera casa”, puede leerse en la primera parada de ‘Afrotopos’, aludiendo al trabajo de Sarr que expone que fueron las personas africanas quienes “permitieron que la humanidad sobreviviera y fuera perenne”.
Antes de continuar el camino, la exhibición inteligentemente advierte a través de los irónicos consejos para hablar de África del elocuente escritor keniano Binyavanga Wainaina, fallecido hace unos meses, cómo las palabras construyen realidades. Tras el aviso, se expone una muestra de cómo se justificaba desde el conocimiento una idea interesada de África desde los libros coloniales; de la utilización que del animismo y las máscaras se efectúo para desprestigiar el pensamiento tradicional africano; del uso de los mapas para demostrar el vacío que debía rellenarse; del polarizado crecimiento demográfico que oscila entre la amenaza invasora y el futuro del mundo; y, por supuesto, no podía faltar la migración en esta descomposición del imaginario colectivo occidental del continente africano expuesta como un tétrico baile de cifras.
Y, por fin, la resiliencia. Del paso del primitivismo exótico al apocalipsis de guerra, hambre, catástrofes y enfermedades que parece recorrer África entera, son las tradiciones africanas las que les fortalecen mediante su gran capacidad de resiliencia para afrontar los retos que el pasado y el presente les deparan. También hay lugar en ‘Afrotopos’ para un tirón de orejas especialmente dedicado a las Islas: “En Canarias, no obstante, hemos aprendido a olvidar a África, aunque olvidar a África es una manera paradójica de recordarla”, puede leerse.
Entramos ya en los albores del despertar hacia una visión renovada de lo africano de la mano de la artista egipcia Ghada Amer, que en su lienzo titulado ‘Diane Black Degrade’ (2002) teje figuras desnudas de mujeres, que tapan su sexo, pero no sellan sus labios. Tampoco falta el pintor maliense Abdoulaye Konaté, y su enorme tapiz ‘Blue symphony, series 4’ (2011) que emana luz y alumbra nuevos horizontes. Reina ‘Afrotopos’ un enorme e hipnótico ‘Microcron’ (2013) del ghanés Owusu-Ankomah, una serie cargada de espiritualidad en la que siluetas humanas se esconden en un cosmos de símbolos geométricos, religiosos y (no podía faltar) escritura adinkra.
También participan de esta muestra de una mirada propia a África la fotógrafa sudafricana Tracey Derrick, con su serie ‘The Waters Of Life’ (1993-1994); el artista senegalés Amadou Makhtar Mbaye, conocido como Tita, y su ‘Caja de teatro’ (1993) hecha con materiales reciclados; o la reconocidísima fotógrafa camerunesa Angèle Etoundi y el también camerunés Barthélemy Toguo con su escultura ‘Naturaleza pura prohibido fornicar’ (2001).
Son notas utópicas que, sin embargo, están ya presentes y anuncian un devenir que es también, en palabras de Sarr, “un llamamiento a una conciencia africana libre y orgullosa de sí misma, que toma su destino en sus manos y se pone a trabajar para construir el continente. Su propósito es menos victimista y va más dirigido hacia la autorresponsabilidad”.