Los Tir-Ailleurs de Alioune Diagne: el deber de mirar a la cara a la memoria histórica
Caras. Caras de personas. Caras de personas dolidas, traicionadas, dignas, inquietas, rabiosas, pacientes. Caras de personas grandes, pequeñas, de labios prominentes, que muestran sus dientes, que se callan, que gritan. Caras en gran formato, en pequeño tamaño, en serie, en tela, en lienzo, en pantalón vaquero, en papel de periódico. Caras que muestran individuos. Muchos. Casi todos. Así es el nuevo trabajo del coreógrafo senegalés Alioune Diagne, fundador del festival internacional de danza contemporánea Duo Solo Danse de Saint Louis (Senegal) y director de la Compañía Diagnart. Pero esta vez no hablamos de baile (o sí) sino de artes plásticas: empecemos por el principio.
Un retraso inesperado en una cita en el Teatro Nacional Daniel Sorano de Dakar, empujó a Alioune Diagne a entrar por primera vez en el Museo de las Fuerzas Armadas de Senegal. Su padre había sido militar, y esa era la carrera a la que le gustaría que se hubiese dedicado su hijo, pero a él nunca le había interesado.
Sin embargo, aquel día tenía tiempo libre así que se adentró en la historia castrense de su país, haciendo descubrimientos que le marcarían personal y profesionalmente. “Conocía la historia de los tirailleurs senegaleses, pero los documentos que vi en esa visita al museo me dejaron muy reflexivo”, explica Diagne en una entrevista para Wiriko.
Los tiradores senegaleses (del francés, tirailleurs Sénégalais) fueron un cuerpo colonial de infantería del Ejército Francés reclutados en Senegal, África Occidental Francesa y en todo el África central y del este, zonas principales del Imperio colonial francés. Los primeros tirailleurs senegaleses fueron formados en 1857 y sirvieron a Francia en numerosas guerras, incluidas la Primera Guerra Mundial (proveyendo 200.000 tropas, más de 135.000 de las cuales lucharon en Europa, suponiendo 30.000 muertes), la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, en revueltas de liberación de Argelia, Indochina o Madagascar.
Volvió de su cita con la historia de aquellos compatriotas en la cabeza y cuando regresó a Holanda, donde reside actualmente, siguió su investigación. El episodio conocido como la masacre de Thiaroye concentró su atención. Lo que había sucedido en la localidad del mismo nombre de Senegal el uno de diciembre de 1944 fue que las tropas coloniales francesas dispararon sobre un grupo de tirailleurs recientemente desmovilizado (en su mayoría antiguos prisioneros de guerra), quienes se manifestaban para reclamar el pago de lo que el ejército francés les debía. Como resultado, entre 35 y 70 hombres fueron asesinados y 34 fueron condenados a prisión.
Esta tragedia, prueba de una deshumanización y traición profunda de Francia hacia la población de sus colonias, provocó una toma de conciencia sobre el estado de desigualdad en el que la colonización mantenía a las poblaciones locales.
Pero volvamos a Alioune Diagne. Las imágenes de la película Le Camp de Thiaroye (1988), del cineasta Ousmane Sembène, le asaltan en la mente así como las vívidas descripciones de David Diop en Hermanos de Alma (2018), que sitúa a los hombres de su novela en la región de Saint Louis de Senegal, de donde es Alioune, que también hace investigaciones familiares sobre su vinculación con los tirailleurs. Necesita hacer algo. Decide entonces rendir un homenaje a estos hombres que se han jugado la vida en las trincheras por una bandera que no les reconoce, sin dejar de preguntarse: “¿Qué haría yo en su caso? ¿Qué cara se me quedaría si compañeros de ejército por los que me he jugado la vida me infantilizan y ningunean como les hicieron a ellos, para posteriormente asesinarnos?”.
Las caras que comienzan como un croquis para una coreografía, van ganando entidad. El baile se atasca, pero los rostros se reproducen: “Al principio pinté en periódicos reciclados, luego en tela, luego en pantalones vaqueros viejos que no quería tirar, después en madera, en lienzo…”. Las caras de los ‘Tir-Ailleurs’ (juego de palabras “tirar-fuera”) pueblan el estudio de Diagne desde hace tres años, y va para largo.
Los soportes le dan fuerza al concepto. “Con el papel de periódico reivindico mi derecho a ser periodista, a reescribir la historia; y con el vaquero quiero reforzar la idea de que los tirailleurs eran unos trabajadores del imperio, unos obreros”, comenta revisando otro de los elementos clave de sus retratos: el gorro. Alioune opta por ilustrar a muchos de ellos con el gorro rojo, tipo Fez, que fue uno de las prendas diferenciadoras de los uniformes de los soldados africanos que compartían trinchera con los franceses. Un elemento que recuerda la imagen de Y’a bon, el tirailleur senegalés que la marca de cacao Banania utilizó para su producto, convirtiéndose en símbolo del imperio y que fue condenada 2011 por lo que es: una adhesión tácita a un racismo estructural.
Pero sin duda el fuerte de la obra son las caras. “Me interesan las expresiones de los rostros”, explica Alioune Diagne, que cuenta ya con unos 50 retratos anónimos, como si pretendiese pintar a cada uno de los asesinados en ese día de diciembre de 1944. “Quiero poner cara a la injusticia, provocar una revisión de la historia y hacerles un homenaje”, afirma.
No fue hasta hace un año y medio que decidió mostrar sus obras a su amigo y colaborador el politólogo Jean-François Bayart, con el que trabaja desde hace tiempo en un formato de divulgación académica muy original llamado Conferencia danzada y este le invitó a mostrarlo. Actualmente, es comisariado por la galerista senegalo-libanesa Océane Harati en OH Gallery, en Dakar, y una parte de la serie está expuesta en la galería Schippers, en La Haya, hasta principios de octubre.
El reencuentro natural entre la pintura y la danza
Su carrera como bailarín y coreógrafo empezó muy joven y de manera autodidacta, siguiendo un camino propio de intuición y trabajo que lo llevó a desplazarse por varios países de África Occidental para aprender de grandes maestros, como Salia Sanou, Seydou Boro, en Burkina; Kettly Noël, en Mali y Hardo Ka y Germaine Acogny, en Senegal. En este camino hubo un break, un cambio de aires, cursando un año de artes plásticas en la Escuela de Bellas Artes de Dakar, para después proseguir con la danza.
Meses más tarde, cuando volvió a la capital a por su obra pictórica de aquel año de estudios descubrió que la habían quemado. Tal fue la frustración que no volvió a pintar.
La danza le fue bien. Como intérprete (en Flora de Kenzo Kusuda, en Fagaala de Germaine Acogny), como coreógrafo (Blabla, 2008, This line is my path, 2009, Banlieue 2012, Siki 2017, etc) y como director artístico su carrera se desarrolla entre el continente africano y el europeo de manera fluida lo que hace que no vuelva a pensar en los pinceles. Hasta que los tirailleurs desbloquean esa situación.
“Desde que volví a pintar, hace tres años, lo veo complementario, ahora me es difícil entender lo uno sin lo otro”, revela. “La pintura es una danza fijada. Cuando bailas en realidad estás pintando en el espacio: líneas, círculos, degradados, …”. Diagne explica que la pintura le ayuda a avanzar más rápido en los conceptos que quiere desarrollar, ya que el montaje de una danza implica trabajar en equipo y coordinar más elementos, como luces, sonido, escenografía, etcétera.
Un hombre de barrio, un ciudadano
Su último proyecto pictórico fue en los meses más fuertes de la pandemia, entre abril y mayo, y versó sobre otro de los temas que más conmueven al bailarín: el barrio.
Identificado profundamente con su barrio de origen, Diaminar, a las afueras de la ciudad de Saint Louis, en Senegal, donde realiza numerosos proyectos artísticos, desde 2017 Alioune Diagne reside en la ciudad de Kampen (Holanda), en un sector residencial.
“Como la mayoría de las casas son de nueva construcción y somos los primeros habitantes, el vecindario apenas se conoce entre sí. Siempre habíamos tenido ganas de proponer alguna actividad, pero el día a día… “, explica. Es entonces que surge una ayuda del ayuntamiento al sector cultural durante la pandemia y Alioune propone escribirle una carta a cada familia vecina, como una suerte de saludo a la senegalesa, país de la teranga: preguntarles qué tal están, cómo ven el futuro. Las respuestas (27, de 35 cartas enviadas) fueron convertidas por Diagne en cuadros de 1’80 x 1,50 m, el tamaño de una ventana. “Pinté en seis semanas 27 cuadros para el vecindario, y les devolví sus palabras, donde hablaban del privilegio de parar, de estar con la familia y bajar el ritmo, en forma de lienzo”, explica orgulloso.
Las piezas se exhibieron durante un mes en las ventanas de la calle “como un museo a cielo abierto” y supusieron una excusa para reencontrarse en una fiesta el día de la clausura de la exposición con la gente con la que se cruzaban cada día sin apenas saludarse. Permitiendo valorizar el arte, bailar y hacer barrio.
Qué bueno! Muchas gracias!