El (no tan) inesperado efecto del Covid-19 en el mercado del arte
A la casa de subastas Sotheby’s, el confinamiento decretado por el Gobierno británico le pilló ultimando los detalles de la puja de arte contemporáneo africano que tenía organizada para unos días después del anuncio de la medida de prevención ante el nuevo coronavirus. La firma londinense, con gran prestigio en el mercado del arte, hizo lo que todas las organizaciones del sector cultural que pueden: adaptar su oferta al ámbito digital. La subasta, de más de cien obras de 58 artistas de una veintena de países africanos, se llevó a cabo de manera virtual y duró cinco días. El resultado: un aumento sin precedentes en las ventas de arte africano de la casa. En total, 2,9 millones de dólares.
Que la puja fuera online ayudó. Casi el 30% de quienes compraron nunca se habían pasado por una subasta de Sotheby’s y tenían menos de 40 años. Pero el creciente interés en el trabajo de los artistas africanos también juega un papel clave en esta venta. Para llegar a este punto han hecho falta varias décadas, cuyo inicio podría enmarcarse en la ola de movimientos independentistas que surge desde los años sesenta a lo largo del continente y que dan lugar a nuevas perspectivas artísticas en distintos países africanos. La Escuela de Dakar o el primer Festival Internacional de Artes Negras, e incluso el congreso ‘El estado del arte en Sudáfrica’, celebrado en 1979 para discutir la ausencia de personas negras en la esfera artística sudafricana, son ejemplos de estos comienzos.
Hoy en día son cuantiosas las iniciativas relacionadas con las artes visuales que siguen contribuyendo a dar a conocer y promocionar el arte contemporáneo hecho en África. Desde el continente, a través de ferias, como el Art X Lagos, en Nigeria; bienales, como la Bienal africana de la fotografía Rencontres de Bamako, en Mali (que ya va por su duodécima edición); exposiciones; galerías y museos. Pero también desde fuera, con encuentros como la Feria de Arte Africano Contemporáneo 1:54, que tiene sede en Marruecos desde hace dos años, pero que lleva desde 2013 y 2015 presente en Londres y Nueva York; o con concursos como el CAP Prize; o la representación de distintos países africanos en destacadas citas como la Bienal de Venecia.
Todo ello ha situado la producción artística del continente en el mercado internacional, que, sin embargo, está regido por la misma lógica etnocentrista que limitan conceptos como desarrollo o modernidad. De este modo, el mercado del arte se concibe como un sector mundial, pero sus parámetros se basan en lo considerado como apto en Estados Unidos y Europa. No obstante, hay artistas africanos que han pasado este filtro. Es el caso del escultor ghanés El Anatsui, referente en el uso de materiales reciclados en sus obras, que en 2004 vendía por 390.000 euros en Sotheby’s una de sus emblemáticas piezas hechas con tapones de botella. O el nigeriano Ben Enwonwu, quien, más de veinte años después de su muerte, vende su trabajo en cifras que han llegado a alcanzar los 1,4 millones de euros por una segunda versión del retrato ‘Tutu’, la conocida como ‘Mona Lisa africana’, que se creía desaparecido desde 1975. La cota más alta hasta el momento ha sido la de la sudafricana Marlene Dumas, que en 2008 alcanzó el título de artista viva más cotizada del mundo cuando alguien pagó 4 millones de euros por su pintura ‘The Visitor’.
A una escala menor, pero igualmente prohibitiva para la mayoría de los mortales, juegan el sudafricano William Kentridge, que con su obra ‘Pareja’ alcanzó los 22.500 euros. Y en esta liga de las cinco cifras, la última subasta de Sotheby’s (primera virtual para el arte contemporáneo africano) ha catapultado en el mercado al polifacético fotógrafo camerunés Samuel Fosso y en menor medida, a razón exclusivamente de su precio, al ya reconocido pintor tanzano Elias Jengo y al provocador pintor zimbabuense Richard Mudariki, que han llegado a los cuatro dígitos en la venta de sus lienzos.
No son pocos los trabajos artísticos desarrollados por artistas visuales del continente que deberían entrar en tan selecto club a tenor de su talento, pero no es menos gratificante saber que cada vez son más quienes se ganan la vida con ello y además logran que sus expresiones artísticas trasciendan a las fronteras de sus países. Por nombrar solo algunos ejemplos, la ugandesa Sarah Waiswa, seleccionadas por World Press Photo en su programa de talento global; la artista egipcia Bahia Shehab, primera mujer árabe en ganar el premio Sharjah concedido por la UNESCO; o la senegalesa Selly Raby Kane, que ha formado parte del equipo de diseñadores africanos seleccionado por la plataforma Design Indaba, con sede en Ciudad del Cabo, para crear la colección Overalt de la multinacional IKEA.
Esta globalización de la producción artística contemporánea realizada en el continente contribuye a dar muestra no solo de su carácter heterogéneo frente a todas aquellas mentalidades que aún relacionan el arte africano exclusivamente con el patrimonio tradicional de estos países, aún pendiente de devolver en prácticamente su totalidad, por cierto, tras el informe de Felwine Sarr y Bénédicte Savoy, encargado por el presidente francés Emanuel Macron, que recomienda la restitución a sus países de origen. También sirve para desestereotipar la propia imagen de África, al vincular la diversidad del continente con la diversidad de narraciones visuales que produce y que tan erróneas expectativas sigue generando cuando se habla de ‘arte africano’ al colocar la procedencia por delante de la temática o la disciplina. Ojalá sea este el próximo paso.
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