Estado de sitio: una piara indignada «occupy» el Parlamento de Kenia
El activismo es un palabra sin trastienda, que no admite matices desde el Poder. Incomprendida. Un ejemplo tuvo lugar frente al Parlamento keniano el pasado martes 14 de mayo donde un grupo de kenianos descontentos con los parlamentarios exigieron un cambio en la decisión del Gobierno de aumentar sus salarios. De forma poco inusual, los manifestantes encabezados por el activista Boniface Mwangi dijeron que los parlamentarios eran codiciosos, lanzaron tres docenas de cerdos y derramaron sangre sobre los animales a la entrada del Congreso. Una metáfora que a más de uno le ha sacado los colores. El movimiento conocido como «Occupy Parliament» denominan a los representantes como Miembros del Parlamento que Implementan Tácticas Codiciosas (MPIGS). El saldo y veredicto a comienzos de esta semana era firme: 17 condenados. Civiles, claro.
Unos 250 manifestantes marcharon a través de Nairobi y llevaron a cabo una sentada para protestar mediante el arte que los políticos quisieran cobrar mensualmente un salario de 10.000$ (unos 7.700€) aunque la Comisión de Remuneraciones y Salarios de Kenia solicita 6.300$ (unos 4.800 €), teniendo en cuenta que el salario medio en el país es de 1.700$ (unos 1.300€) según informaba la BBC. La polémica estaba servida, además, porque los cargos contra los 17 activistas eran de enaltecimiento de la violencia, resistencia a la autoridad y desorden público, nada nuevo. Pero aquí, la Carta Magna también es meridianamente clara: el artículo 33 de la Constitución de Kenia establece, entre otros, la libertad de expresión «a través de la creación artística»; y el artículo 37 subraya que «toda persona tiene derecho, pacíficamente y sin armas, de demostrar, establecer piquetes para dirigir peticiones a las autoridades públicas».
¿Es quizás en este marco constitucional en el que se tendría que analizar la protesta «Occupy Parliament» en contra de la avaricia insaciable de los miembros de las asambleas nacional y provincial? ¿La protesta podría considerarse en un contexto más amplio de búsqueda de equidad y justicia para la mayoría de los kenianos fuertemente agraviados en el financiamiento de gastos públicos dedicados, en principio, a una mejora social?
Fue en la década de los cincuenta cuando el pueblo kikuyu se encontraba en plena agitación por defender sus tierras de la invasión de los colonos ingleses. Estos europeos, en un manifiesto dirigido a los políticos londinenses, exigían una clara posición sobre el poder y la permanencia de los blancos de Kenia: “Estamos aquí y nos quedaremos”. Ahora, hay una nueva estructura de poder con nuevos dirigentes, lo que Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre finales de 1954 y 1957 resumió en su obra Il Gattopardo, llevada a la gran pantalla en 1963 por Viscontti, como: “Cambiar todo para que nada cambie”. Es decir, tras las recientes elecciones kenianas del pasado marzo, Jomo Kenyatta iniciaba una transformación política aparente pero que en la práctica solo ha alterado la parte superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente la base esencial de los pilares parlamentarios, es más, los ha reforzado. Con su triunfo, Kenyatta convierte a su país en el segundo, tras Sudán (con Omar al Bachir), en ser dirigido por un presidente en activo que afronta un juicio de la Corte Penal Internacioanal (CPI).
Para rizar el rizo, el exministro de Industria y Comercio de Kenia, Mukhisa Kituyi, fue nombrado el pasado 16 de mayo oficialmente por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, para asumir la máxima responsabilidad del Organismo de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD). Aunque falta por consensuar un mero trámite Kituyi asumirá el cargo durante cuatro años el próximo a partir del próximo 1 de septiembre. Las voces kenianas se internacionalizan, así que habrá que esperar si dan respuestas a las protestas de su población.
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