La polémica representación de «Kenia» en la Biennale
En una carta dirigida al gobierno de Kenia, varios intelectuales, artistas y representantes del sector cultural del país africano han lanzado una petición a través de la plataforma Change.org. La acción, que pide implícitamente la renuncia a la representación fraudulenta de Kenia en la Bienal de Venecia 2015 y el compromiso a apoyar la realización de un pabellón nacional en 2017, protesta ante la representación del talento nacional en el que es el segundo pabellón que Kenia tiene en toda la historia del icónico certamen.
Qin Feng, Shi Jinsong, Li Zhanyang, Lan Zheng Hui, Li Gang o la galería Double Fly Art Center son algunos de los nombres que representarán a Kenia en la 56 edición de La Biennal de Venecia, una de las mayores ventanas que los artistas contemporáneos tienen para darse a conocer internacionalmente. Representantes, sin embargo, que no son kenianos sino chinos, con la excepción de un italiano – Armando Tanzini, un hotelero adinerado con residencia en la turística población costera de Malindi que ya representó Kenia en la anterior edición y que ha sido duramente criticado por nuestros compañeros de Africa is a Country-. Las únicas kenianas representadas son Yvonne Apiyo Braendle-Amolo y la más que reconocida Wangechi Mutu, que no forma parte del pabellón nacional, sino que exhibe en el pabellón central.
Si bien, ya en el 2013 la selección nacional en la Biennale provocó la frustración de los artistas kenianos por la poca representación verdaderamente local, la presente edición ha causado indignación en Kenia, con una de las industrias culturales más productivas y posicionadas internacionalmente de todo el continente. ¿Para qué o por qué buscar talento extranjero para representar a un país tan bien dotado de creatividad? ¿Quiénes son los responsables de este desbarajuste? Mientras la Biennale cuenta con más artistas africanos que nunca (el malauí Samson Kambalu, el camerunés Barthélémy Toguo, el mozambicano Gonçalo Mabunda, los senegaleses Cheick N’diaye y Fatou Kandé Senghor, los ghaneses Ibrahim Mahama y John Akomfrah, el sierraleonés Abu Bakarr Mansaray, los nigerianos Karo Akpokiere y Emeka Ogboh, los sudafricanos Joachim Schonfeldt, Sagal kay hassan, Mikhael Subotzky y Marlene Dumas, el colectivo Invisible Borders // The Trans-African Photography Project o el congoleño Sammy Baloji); el embrollo causado por la falta de representación keniana en el pabellón nacional parece totalmente desbocado.
«La Bienal de Venecia tiene un jefe nacido en #Nigeria (Enwezor Okwi), pero el ‘Jambo Bwana’ Italo-Mombasa-Berlusconi sigue representando #Kenya«, protestaba @skepticafro en twitter.
Bajo el rótulo «Creando identidades» como cabecera del susodicho pabellón, se plantea una falacia gigante ante un tema, de por sí, peliagudo: la identidad. Otro gran eslogan para este pabellón:»Ésto es Kenia, dónde reside la naturaleza«, afirma sin titubeos algo tan utópico como casi que Kenya se reduce a parques naturales (en los que, por cierto, se asesinan muchos elefantes para enviar marfil a China), y brisa del Océano Índico. Todo, ribeteado con obras llenas de motivos tribales, florales y desnudos, que una vez más y después de años de lucha, presentan una África primitiva e irreal a día de hoy. Sin duda, este pabellón vuelve a convertirse en el hazme-reír de Venecia, pero también en un insulto, no solo a la creatividad keniana, sino a la inteligencia de todos los amantes del arte contemporáneo.
¿Por qué no hay ni uno solo de los cientos de artistas locales representados en la fantástica subasta de arte de Circle Art Agency o de la exitosa Feria de Arte de Kenia? ¿Dónde están las fotografías urbanas de Mutua Matheka, donde los rascacielos de Nairobi rompen los estereotipos de esa África rural y aislada del mundo que tanto se empeñan en rememorar los livingstonianos? ¿Dónde se quedan las obras cinematográficas de directores como Simon Mukali o David Gitonga, que tan bien representan la realidad keniana de hoy? ¿Por qué no participan en la Biennale creativos imprescindibles del país como Jim Chuchu o la gente de Sarakasi?
Y lo que le deja a uno más perplejo, ¿cómo pueden estas pretendidas «identidades en construcción» de Kenya no ser construidas con la participación de los kenianos? Acertado es el análisis que la semana pasada realizaba Wenny Teo en la revista The Art Newspaper, donde tachó la selección realizada por los comisarios de la Biennale de esencialista y «autenticista», dos discursos que desenmascaran una perversa forma de neo-colonialismo disfrazado de multiculturalismo. Y es que no se trata de negar la multiculturalidad de la sociedad keniana. ¿Hay kenianos de orígen chino? Por supuesto que los hay. ¿Es la keniana una sociedad multicultural? No creo que nadie en su sano juicio pueda ponerlo en duda. Ahora bien, ¿se puede considerar a los expatriados como kenianos por el mero hecho de tener residencia en el país, como es el caso del italiano Armando Tanzini?
Más allá del debate abierto hace escasas semanas por Mawuna Remarque Koutonin después de la publicación en el periódico The Guardian de «¿Por qué los blancos son expatriados mientras el resto de nosotros somos inmigrantes?«, los comisarios del pabellón – los italianos Sandro Orlandi y Paola Poponi- tanto como el ministro de cultura keniano -Hassan Wario Arero-, deberían preguntarse muy seriamente: ¿es ético que un expatriado en Kenia represente a la creatividad keniana? Pero sobre todo, deberían dar explicaciones en público, cosa que a día de hoy la comunidad de artistas, activistas y blogueros kenianos sigue esperando. Después de que el viernes 20 de marzo el ministro de cultura les diera plantón en una supuesta comparecencia pública, los kenianos han desistido y han lanzado un comunicado para reivindicar la necesidad de un pabellón honesto y realista, que recoja y muestre la creatividad y el talento del país con justicia. Sin embargo, ante la falta de seriedad del gobierno en el asunto, uno entiende por qué en Kenia, gran parte de los proyectos del sector cultural tengan que buscar financiación en organizaciones extranjeras y fundaciones privadas como Hivos, Ford Foundation o Africalia.
Y sumando amigos entre las colas del sector más crítico del país, al gobierno no dejan de caerle manotazos en las redes, donde se lo acusa de «vender» el pabellón para afianzar los lazos comerciales con China e Italia. Y aunque sea ésta la única explicación posible a semejante despropósito, los artistas kenianos merecen ser reconocidos por sus obras y representados correctamente en la próxima edición. Como manifestaba el escritor keniano Binyavanga Wainaina, uno de los personajes más activos e influyentes de la escena cultural del continente, en su cuenta de twitter: «Las artes son el último bastión de la expresión, no podemos dejar que la corrupción y el neocolonialismo se las lleven«. Pero mientras el gobierno keniano responda más a los ‘Bwanas’ extranjeros que al talento local, habrá mucho camino aún por recorrer.
Apoya a los artistas kenianos firmando su petición en Change.org y ayúdalos a que se anule la exposición 2015 por fraudulenta.
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Poco a cambiado desde que en 1932 (?) se editasen la primeras revista de Légitime Défensé, Césaire, Senghor, etc.
Buen artículo!