El valor de la palabra se renueva en África a grito de Slam
3ª Edición del Curso Introducción a las expresiones artísticas y culturales del África al sur del Sahara
Por Ruth Fernández Sanabria
El slam no surge en África, no es propiamente característico de las culturas africanas, ni siquiera tiene por qué hablar del continente de una manera exclusiva y, sin embargo, no puede ser más africano. En realidad el slam es un género literario de poesía recitada que procede de Estados Unidos y esto, ya de por sí, le confiere un aire moderno que atrapa (también) a la juventud africana. El último grito de la moda literaria mundial es algo tan tradicional como la literatura oral africana.
En el club de jazz ‘Get me high Lounge’ de Chicago, la música comenzó a hacerle hueco a la poesía. Corría el año 1985 cuando Marc Smith, un albañil amante de este género literario, se propuso sacar los versos de los libros y llevarlos a los bares, expandiendo la lírica fuera del circuito académico para acercarla a todos los públicos a través de torneos a micrófono abierto. Treinta años después, el slam se ha expandido fuera de las fronteras de Estados Unidos como una bocanada de aire fresco para la poesía que, aunque traslada el género al terreno novedoso de una competición reglada en directo, lo cierto es que ha supuesto un retorno a hábitos retóricos ya existentes.
Para empezar, si se quiere ser un buen slammer no basta con ser buen escritor, hay que saber defender lo que se ha escrito, es decir, hay que cultivar la oratoria tal y como en su día lo hicieron los griegos. También se ha de cumplir con la función de entretenimiento; si lo que se cuenta no es ameno, poco o nada importa que el relato sea bueno. De ahí que las veladas de slam recuerden también en gran medida a las actuaciones de los juglares y trovadores de la Edad Media. Pero además, esta poesía oral tiene que incorporar teatralidad, una capacidad interpretativa que fortalezca el sentido de lo que se dice. Y en ocasiones, el slammer también puede servirse de la música como acompañamiento. Pero si algo es imprescindible en el slam, más allá del autor y su prosa, es la asistencia de un público activo.
Si repasamos los elementos que componen este nuevo género poético tenemos: la oralidad, un narrador convincente, la reciprocidad de los asistentes, la interpretación y la música. Todos ellos son rasgos propios de la literatura oral procedente de las sociedades tradicionales africanas. A pesar de tratarse de múltiples y distintas comunidades, hay un rasgo en común destacable entre todas ellas: su espíritu colectivo. Es lo que en la filosofía Ubuntu, procedente del extremo sur de África, se traduce como “yo soy porque nosotros somos”, o dicho de otro modo, las partes hacen el todo. Así, en las culturas tradicionales el ritmo de las actividades sociales está marcado por una composición creativa y al mismo tiempo funcional, en la que la literatura oral hace de vehículo de transmisión para entender y retener generación tras generación el Universo africano: sus creencias, sus costumbres y sus raíces identitarias.
En Occidente la cultura entra por los ojos y en África por los oídos. En las sociedades occidentales el valor del conocimiento adquiere notoriedad cuando es difundido de manera escrita, como si de este modo tuviera una mayor credibilidad. Y esto es así porque la plasmación de la palabra en un texto le confiere un carácter perdurable, lo que le da un halo de seguridad que no lleva implícita la oralidad en el imaginario occidental. Tal y como establece Ferrán Iniesta en ‘El planeta negro: aproximación histórica a las culturas africanas’, desde los tiempos de la Ilustración “la oralidad sintetizaba en el plano del pensamiento todo ese cúmulo de imperfecciones incivilizadas. Raras veces los investigadores hablaron de historia, pero sí de tradición, es decir aquello que se transmite de forma oral, aquello que se hereda por los descendientes. La tradición no era un aspecto de la historia, sino la no-historia”.
En esta concepción del saber, tiene mucho peso también que la visión occidental del mundo esté profundamente ligada al individuo y de que el conocimiento se adquiera a través de una lectura individualizada entre el sujeto y el texto. No es así en las sociedades africanas, donde la palabra pone en relación a la comunidad y fortalece los vínculos de ésta con quienes la forman. Ése es su poder. La palabra oral conecta, transmite valores, tiene una función mística, ética y didáctica que da continuidad a la identidad del colectivo.
La colonización europea hizo mella en este sentido. Supuso que estos mecanismos orales de divulgación del conocimiento se vieran modificados con la implantación de nuevos códigos de expresión escrita que, aunque cientos de años después nos han permitido conocer la visión del mundo africano contada por africanos; en el momento de su implementación “el pasaje de la oralidad a la escritura fue en efecto uno los procesos más complejos por los que el africano tuvo que transitar. Las lenguas de estas sociedades, sistemas fónicos por excelencia, funcionaban, y en muchos casos lo siguen haciendo, con estratos sonoros que le dan a las palabras un significado diferente según la gravedad de las vocales. (…) La adopción del código escrito, regido en su mayoría por reglas y normas estrictas, resultó sumamente insuficiente e inadecuado para traducir los diferentes tipos de tonalidades, intenciones y contextos que la oralidad africana sí permitía y que con la escritura se hacían prácticamente invisibles”, tal y como señala Rocío Munguía en ‘De la oralidad a la escritura: Un acercamiento al conflicto lingüístico en los pueblos francófonos del África negra’.
El slam recupera las señas lingüísticas que no era capaz de sostener el papel y vuelve a incorporar a las lenguas nacionales en la literatura. Incluso integra nuevos lenguajes, argots urbanos que combinan idiomas europeos con idiomas africanos. Y esto es así porque las ciudades son la cuna en la que se mece este moderno arrorró. Como el hip hop o los grafitis, el slam es una manifestación de la cultura urbana importada al continente que demuestra que las sociedades africanas no viven ajenas a la modernidad de la globalización. Tanto es así que hoy en día es raro encontrarse una ciudad al sur del Sáhara en la que no se celebren veladas de slam, lo que hace que esta modalidad de poesía sea tremendamente popular a lo largo del continente.
Recientemente se ha celebrado en Washington el Individual World Poetry Slam Championship (IWSP). Casualidad o no, la joven sudanesa Emtithal Mahmoud resultó ganadora del Campeonato Mundial de poesía oral. Tiene sentido, el slam es un fenómeno global pero el último grito de la moda literaria ya palpitaba en el interior de la nueva generación africana; arraigado como está el valor de la palabra a sus entrañas culturales. Y esto hasta podría considerarse justicia poética, al fin y al cabo justamente la modernidad es lo que ha devuelto a los africanos la capacidad de darle voz a su desprestigiado Universo.
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