Afropolitanismo: La pieza que no encaja
4ª Edición del Curso Introducción a las expresiones artísticas y culturales del África al sur del Sahara
Por Javier Martin Oliva
Uno de los laberintos vitales que ha atravesado el ser humano a lo largo de la historia, y que aún sigue sin finalizar, es el de la búsqueda de la identidad. ¿Quién soy?, es una pregunta que siempre ha sido difícil responder y que, muy probablemente, nunca llegue a encontrar una respuesta unitaria y definitiva. Las identidades se construyen sobre muchísimos aspectos de nuestra vida. Existen identidades nacionales, étnicas, religiosas, musicales, sexuales, políticas, deportivas… En un mundo que ha sufrido infinidad de procesos históricos como el colonialismo, las migraciones o la globalización, cuesta cada vez más definirse a uno mismo. Este fenómeno ha sido reflexionado muy profundamente en los estudios postcoloniales (Brah, 2011), más concretamente, en lo relativo a la diáspora. La diáspora ha creado unas identidades que parecen no ser “ni de aquí ni de allá”, algo sobre lo que muchísimos pensadores y escritores, también en África, han dejado constancia.
Ha pasado ya más de una década desde la publicación del artículo “Bye-Bye Babar” de la escritora Taiye Selasie, donde se popularizó el concepto de “afropolitanismo”. Si alguien refleja ese sentimiento de no sentirse claramente de ningún lado es esta autora. Nacida en Londres pero criada en Boston por una madre nigeriana y un padre ghanés, Selasie ha vivido entre Nueva York, Delhi o Roma. El afropolitanismo surge en ella como una idea que responde a su frustración por no ser suficientemente de ninguna parte. Ni británica en Londres, ni estadounidense en Boston, pero tampoco suficientemente ghanesa o nigeriana para los demás. En su texto caracterizó a los afropolitanos como “la nueva generación de emigrantes africanos que mezcla la moda londinense, con la jerga neoyorquina, la ética de África y los éxitos académicos”. Junto a Selasie, podríamos enmarcar también en esta etiqueta a otros escritores de renombre como Teju Cole o Chika Unigwe. Sin embargo, desde su aparición, el “afropolitanismo” no ha dejado de despertar críticas e interpretaciones diferentes sobre su verdadero contenido.
Algunas de las voces críticas con el término, argumentan que se vende el “afropolitanismo” como una nueva historia única donde el progreso de África se basa en la reproducción de formas de vida occidentales. De hecho, los artistas africanos mejor acogidos en el mercado internacional son aquellos que han reflejado en sus obras un estilo más homogéneo y occidentalizado, acomodando su africanidad en el ideario global de progreso. Está reflexión es defendida por figuras como Okwnodu Ogbechi, Marta Tveit, o más directamente Binyavanga Wainaina. El escritor keniano se define a sí mismo como “panafricanista, no afropolitano” y vive el fenómeno como una moda pasajera que sirve “para hacer ropa bonita” pero sin un compromiso sólido. También se discute enormemente esa noción de cosmopolitismo que sólo se da fuera de África. Aunque el bagaje cultural que te da conocer diversos rincones del planeta es impagable, lo cierto es que ser africano es inseparable de ser cosmopolita. África está formada por países que presentan multitud de lenguas y dialectos, grupos étnicos y religiones diversas. Nacer en cualquier país del continente es crecer ya en la diversidad, pero el afropolitanismo parece no hacer énfasis en esa variedad y sí en la que ofrece Occidente.
En definitiva, en el fondo de la mayor parte de críticas está el temor de una narración de África que se lleve a cabo sobre el reflejo de una minoría privilegiada que relata vidas diferentes a la mayoría del continente. La imagen del continente que se exporta es casi siempre dual. Por un lado, la clásica imagen de un continente a la deriva, en constante conflicto y con problemáticas profundas. Una imagen que se baña de un discurso condescendiente y exótico. Por otro lado, una idea de África vinculada al crecimiento económico, las oportunidades de inversión, la occidentalización de sus costumbres y tradiciones, su juventud emprendedora; es decir, la narrativa del “Africa Rising”. Desgraciadamente, estas dos versiones tan diferentes de la realidad dan lugar a una pérdida de matices y reflexiones acerca del continente que nos impiden conocer la realidad en su complejidad. África es un lugar indefinible, como así es también el ser y el sentir africano. Mientras tanto, los escritores, artistas e intelectuales seguirán buscando palabras, adjetivos y etiquetas a la pregunta ¿Quién soy?, que se hacen también los africanos dentro y fuera del continente.
Fuentes:
BRAH, Avtar. 2011. Cartografías de la diáspora. Identidades en cuestión. Madrid: Traficantes de Sueños.
http://thelip.robertsharp.co.uk/?p=76
https://literafrica.wordpress.com/2014/02/07/afropolitanismo-el-riesgo-de-caer-en-la-historia-unica/
http://elpais.com/elpais/2013/06/12/africa_no_es_un_pais/1371016920_137101.html
https://www.wiriko.org/letras-africanas/taiye-selasi-el-canto-de-la-diversidad/
https://www.wiriko.org/letras-africanas/entrevista-binyavanga-wainaina/
http://aachronym.blogspot.com.es/2008/04/afropolitanism-more-africa-without.html
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