Reinventar la institución del arte: Meschac Gaba y el Museo de Arte Africano Contemporáneo
4ª Edición del Curso Introducción a las expresiones artísticas y culturales del África al sur del Sahara
Por José Otero
Meschac Gaba, nacido en Cotonú (Benin) en 1961 y residente en Holanda, es actualmente uno de los artistas africanos de mayor proyección internacional. También es el fundador del Museo de Arte Africano Contemporáneo. Pero cuidado: antes de que nos imaginemos un museo convencional en donde Gaba ha querido albergar determinados hitos de la plástica africana, tenemos que saber que este museo es, en sí mismo, una originalísima obra de arte que reconfigura las condiciones a partir de las cuales experimentamos el hecho artístico.
Uno de los principales fundamentos del arte contemporáneo ha sido el de poner el foco no solo en el trabajo de los artistas sino también en las condiciones de visibilidad bajo las que se muestra el arte. A la pregunta ¿qué es el arte?, la modernidad ha respondido con otra pregunta: ¿cuándo es arte? Momento inaugural incontestable, el ready- made de Marcel Duchamp demostró que lo artístico sucede cuando hay un consenso dentro de la propia institución cultural, cuando artistas, galeristas, museógrafos, comisarios, periodistas, espectadores, etc., deciden que algo se revista de “artisticidad”, cuando, en otras palabras, los implicados en su creación y presentación simplemente así lo desean. Este dispositivo tautológico exitoso ha dado como fruto que la esfera del arte se haya autonomizado. Esta autonomía del arte no radica tanto en que la plástica haya dejado de tener vínculos con la sociedad -en una suerte de viraje melancólico hacia los tópicos de “el arte por el arte” o el “encierro en la Torre de Marfil”- como de que haya dejado de ser el instrumento exclusivo para la propagación ideológica de unos poderes superiores (la Iglesia, el Estado, el Pueblo, la Nación, la Tradición…) que legitimaban su existencia en el contexto amplio del metarrelato occidental. Así, podemos afirmar que el arte moderno se encuentra bien insertado en la sociedad pero en tanto que ámbito especializado del saber: dirige su propio desarrollo sin rendirle cuentas a instancias transcendentales. De resultas de esta concepción, en la modernidad hemos ganado un arte de grandísima riqueza formal y elasticidad ideológica pero incapaz por otra parte de salvar el abismo de la especialización que lo separa del común de unos ciudadanos que, en el pasado, no tenían que esforzarse por “entender” nada, comulgando con una historia lineal fundamentada en preconcepciones e ideas naturalmente asumidas.
Desde hace pocas décadas, algunas grietas parecen empezar a resquebrajar la concepción modernista del arte. Lejos de un plan de retorno a la tradición o “vuelta al orden”, las instituciones han ido abriendo huecos por los cuales un conjunto más amplio de la sociedad quiere colarse. Consciente ya de la importancia de las condiciones de visibilidad en una experiencia integral del hecho artístico, el espectador común reivindica poco a poco su espacio no solo en la práctica de la creación sino también en el museo, esto es, en la misma forma por la cual se ordena, enseña y sistematiza el legado visual del presente. Y hasta tal punto ha llegado esta necesidad de participación que algunos artistas, como Marcel Broodthaers en los años sesenta y setenta del pasado siglo o Meschac Gaba hoy, han decidido convertir su quehacer profesional en un museo.
Enmarcado en las actuales corrientes del arte relacional, el Museo de Arte Africano Contemporáneo de Gaba es más una práctica artística en proceso (iniciada en 1997) que un intento por “fijar y dar esplendor” a determinadas obras maestras africanas. En sus palabras: “no me gustaría que se considerase sólo el Museo de Arte Contemporáneo Africano porque este museo forma parte de mi obra, que se conjuga en diferentes piezas que he realizado”. Parte de una carrera artística y no contenedor de la misma, según Simon Njami el museo “contiene la historia, la política, la moral, la filosofía y otras muchas preocupaciones de un ser que, más allá de su práctica artística, adopta una postura ciudadana. En África hay todo tipo de museos. Pero, por lo que yo sé, no existe ninguno dedicado al arte contemporáneo […] Al “crear” su museo, Gaba envía un mensaje a los estados africanos y los países occidentales. El mensaje es sencillo: desde este momento disponemos de un museo en el que vamos a definir nosotros mismos nuestras prácticas, nuestra propia estética y nuestra propia historicidad […] Rebosa de un carácter simbólico que no deja de recordar los grandes días del panafricanismo”. Y como sucedió en aquellos días del “hombre nuevo” y el inicio de la historia del África postcolonial (aunque precavidamente instalado en una alegoría que imposibilita cualquier inmutabilidad estética de carácter esencialista, al estilo de la Negritud) Gaba organiza su museo en torno a determinadas ideas que nada tienen que ver con la museografía tradicional de Occidente.
Nómada y adaptable a las diversas especificidades culturales del lugar que lo acoja, el museo ha sido ¿expuesto?, ¿trasladado?, ¿recreado? en la 11 Documenta de Kassel, la Tate Gallery de Londres (en la más ambiciosa de sus manifestaciones), el CAAM Centro Atlántico de Arte Moderno en Canarias o la Deutsche Bank Kunsthalle de Berlín en 2014, en donde quien escribe estas líneas pudo disfrutar de siete espacios diferentes inscritos dentro del propio edificio “fijo”, pero sin ningún muro que los separase, siendo así bienvenidas las contaminaciones de sentido entre unas y otras piezas (de arte). A pesar de la originalidad en la organización espacial heterogénea, el Museo de Gaba no renuncia a un fuerte carácter didáctico, que desea explicar, que desea hacerse entender, sin elementos gratuitos tanto formales como de contenido. Por otra parte, todo aquel espectador que vaya a buscar en el Museo los tópicos del arte africano (exotismo, colorismo, sensualidad, tribalismo, etc.) verá frustradas sus expectativas: Gaba es un artista conceptual y su expresión es sobria.
La sala de “Arte y Religión” presenta un conjunto mixto y desjerarquizado de posibilidades de culto -casi como si se tratase de un mercado tradicional africano- respondiendo así al contexto cultural propio del artista, Benin, un país esencial para el que desee acercarse al fenómeno del sincretismo religioso. Disposiciones originales en este estilo, cargadas con el espíritu de un neo-didacticismo o universalismo de nuevo cuño, africano y moderno, pueden también apreciarse en la “Sala de Arquitectura”, en donde se invita al espectador a construir sus propios edificios con piezas de madera, o en la “Tierra del Pan y la Miel”, en donde el visitante puede degustar delicias culinarias etíopes, además de otras “actividades museísticas” tales como la generación de energía mediante el pedaleo en bicicletas estáticas, electricidad destinada a alimentar ordenadores para la consulta de un fondo bibliográfico ad hoc, o el alquiler de otras bicicletas convencionales para recorrer la ciudad asistiendo a una interesante jornada de “arte urbano vs. arte de museo”.
Es sabido que África sufre de una carencia de instituciones culturales que sostengan un cuerpo sólido de profesionales y trabajadores del arte a nivel local, nacional e intercontinental. La corriente del arte relacional en la que se encuentra inscrita la trayectoria de Meschac Gaba pone bajo la lupa crítica los modelos institucionales occidentales modernos. Frente a este escenario, sirva al menos el “evento” o “situación” que Gaba plantea en la diáspora con su Museo Africano de Arte Contemporáneo, en tanto que impulso alegórico, serio y profundamente original, de un continente cada vez más consciente de la necesidad de vivir de sus riquezas y acabar con sus miserias, ya sea en el plano material como en el intelectual.
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