Capitán Phillips: el Cinema Verité dice adios a Somalia
¿Fue finalmente la lotería? La historia acaricia aquello de “el lugar donde uno nace determina en gran medida la proyección de vida futura”. Barkhad Abdi, el joven somalí que interpreta a Abduwali Muse, el líder de los piratas que secuestran un barco con bandera estadounidense en la película Capitán Phillips (2013), tenía catorce años cuando su familia ganó una US Green Card Lottery. Se mudaron a Mineapólis y se instalaron junto a la comunidad somalí de esta ciudad. Trabajaba como conductor de limusinas hasta que se presentó a un casting anunciado por televisión junto a tres compatriotas más. Ahora, una espera diferente, lo sitúa entre los nominados a los Oscar como el Mejor Actor Secundario.
Una vez más, la proyección de Hollywood en el continente africano se basa en una realidad a medias golpeada principalmente por los medios occidentales sobre la piratería en las costas del Índico; en concreto, las de Somalia, la más larga del continente con 3.300 kilometros de longitud. Capitán Phillips es un relato del secuestro en 2009 del MV Maersk Alabama. Un guión basado en hechos reales que refuerza el imaginario de que en el Cuerno de África la esperanza galopa sobre un AK-47 y que la ayuda internacional, entendida como caridad en la película protagonizada por Tom Hanks y dirigida por el británico Paul Greengrass, es imprescindible e incuestionable. Primero en 2001, la industria hollywodiense entraba en Somalia por tierra y aire en Black Hawk Derribado, ahora, doce años después, lo hace por mar. Tiempos de propaganda que no dejan espacio al pataleo para un Cinema Verité.
La película contiene todos los ingredientes de un suspense: ataque a un carguero por un pequeño comando armado de piratas somalíes, rehenes, un puñado de dólares, persecución in extremis, la armada americana que moviliza a varios buques de la marina y un síncope que deja sin aliento al espectador después de una hora y media con el objetivo conseguido: no hay lugar para la reflexión en cuanto a la sinrazón de los jóvenes piratas. Y realizar películas es también hacer una elección.
La escena inicial de la película, envuelve al capitán Phillips en un espacio de confort: una familia, una casa y un futuro cierto. La primera escena que describe a la población costera somalí es una cárcel a cielo abierto amenazada por la mafia y la miseria cuya única alternativa es la piratería aderezada con khat, una planta estimulante que se utiliza tradicionalmente por las comunidades de Etiopía, Kenia, Somalia y Yemen. El transfondo, que se menciona sólo tangencialmente, es que la industria pesquera de Somalia había sido diezmada. Después del colapso por la guerra civil entre diferentes clanes en la década de 1990, la ausencia de un gobierno central fuerte -junto con la indiferencia de la comunidad internacional- se abrió un vacío para los señores de la guerra y los oportunistas. Al mismo compás, arrastreros extranjeros y otros buques con residuos industriales –toxinas nucleares, incluido el uranio– hacían servir esta costa sin control, como vertedero.
La revista Time informó en 2009 de que los somalíes se volvieron piratas después de que los barcos occidentales hicieran imposible la pesca para los pescadores locales que no podían competir con los grandes buques y su última tecnología: “Un informe de las Naciones Unidas en 2006, dijo que, en ausencia de guardacostas en el país, las aguas somalíes se han convertido en el sitio de una organización internacional «libre para todos», con las flotas pesqueras de todo el mundo saqueando ilegalmente las poblaciones somalíes y congelando a los caladeros locales equipados rudimentariamente. Según otro informe de la ONU, se estima que cada año se roban unos 300 millones de dólares en productos del mar al país”.
Entre tentativas de proteger lo que es de uno y cuestionarse qué modelo es más rentable económicamente, muchos pescadores somalíes desesperados formaron flotillas de vigilantes para ir tras los buques de pesca extranjeros. Una realidad que resultó ser mucho más lucrativa que la pesca. El Banco Mundial (BM) recientemente estimaba que entre 2005 y 2012 se pagaron en rescates aproximadamente entre 339 y 413 millones de dólares. Para este periodo, 179 barcos fueron asaltados. Por lo que en la película, Abduwali Muse no es realmente un pescador: él no tuvo esa opción para empezar.
Dos o tres líneas adicionales de diálogo habrían iluminado al público acerca de la complejidad del problema de la piratería. La simple exposición de las motivaciones de los antagonistas habrían convertido a Capitán Phillips en una película inteligente, una tragedia en la que las fuerzas de oposición son forzadas a un enfrentamiento en el que al menos uno de los lados debe morir. Sin embargo, el director Greengrass se queda lejos del Cinema Verité y ofrece un trabajo moral de David contra Goliat. Cuando haces una película basada en la historia, es imposible incluir todos los detalles. Sin embargo, los hechos de fondo básicos son cruciales para entender la historia. La omisión o girar cuestiones (¿por qué los somalíes recurrieron a la piratería?) los despoja de su contexto. La implementación de un tono didáctico –ese «para todos los públicos»– hace que estas mentiras cinematográficas (los somalíes son pobres y codiciosos ) se hagan creíbles.
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