En busca de financiación en el séptimo arte africano
El boom tecnológico ha dado lugar a nueva forma de hacer cine: el cine digital. Aunque la complejidad de esta forma artística no se haya puesto en cuestión, sino que se ha acentuado con innovaciones tales como el cine en 3D, los cineastas destacan que ahora, más que nunca, tan solo hace falta una idea y una cámara para hacer cine. Esta situación ha sido especialmente importante en el contexto de cines regionales, normalmente etiquetados “cines periféricos”, dado el eurocentrismo del estudio de la historia del cine. Una de estas regiones es precisamente la africana, entendida desde toda su pluralidad, como puede verse en la sección de Wiriko dedicada al cine. Aunque Nigeria sigue siendo el país que más películas por año produce, dado el éxito de su industria “Nollywood”, cada vez son más los jóvenes que se introducen en el séptimo arte.
Tal como decía el director Alain Gomis, en su entrevista con Le Soleil, el periódico nacional senegalés de referencia, por primera vez, aquellos que no tenían voz pueden tomar la palabra y hablar de los temas que les importan. El alcance digital no solo se ha percibido como una oportunidad estética sino como una oportunidad también de democratización. Además, esta se manifiesta en múltiples niveles. Por un lado, a nivel de audiencias, un aspecto relacionado al mismo tiempo con la exhibición, ya las películas pueden verse por internet, sin necesidad de ir al cine. Y por otro lado, a nivel de realizadores, existen más posibilidades de experimentación y de creación. Así, el joven congoleño Diedu Hamadi, de forma totalmente autodidacta, decidió hacer su primera película, Atalaku, sobre las elecciones en Kinshasa de 2011, en un país donde, según cuenta el propio director en su entrevista con RFI, no hay cine. El documental se llevó en la última edición del festival parisino Réel el Premio Joris Ivens a la mejor opera prima.
Ante esta oportunidad de creación, el debate sobre cómo financiar estas producciones se hace imprescindible. Así, con motivo del festival de cine africano de Londres, London Film Africa, del que hablábamos recientemente en Wiriko, se organizó un foro sobre industrias africanas, llamado “Industry Forum: The Business of Film in Africa”. La Royal African Society, junto con el patrocinio de BFI Southbank y Euromed Audiovisual, lograron convocar a unas 80 personas, la mayoría de ellas, relacionadas con el mundo cinematográfico desde África o la diáspora africana.
La sesión, que incluyó un panel sobre cine en Marruecos y Egipto, y otra sobre Nollywood, dedicó un espacio a esa denominada “nueva ola del cine africano”, desde Sudáfrica a Costa de Marfil. Entre los participantes del mesa redonda estaban el sudafricano cuya película abrió el festival, Jahmil X. T. Qubeka; el productor camerunés pero afincado en Costa de Marfil, Armand-Brice Tchikamen; el director de Spier Films, Michael Auret; y Ananda Scepka, directora de Open Doors, el Festival del Film de Locarno; moderados por la programadora de Film Africa, Suzy Gillet.
Michael Auret: «El Crowdfunding no es la solución»
Los realizadores africanos, como todo realizador cuyo cine no responda al sistema de estudios de Hollywood, se enfrentan a problemas de financiación, que dificultan la distribución de sus cines a nivel internacional. Encontrar dinero para hacer una película se convierte en una difícil tarea de arquitecto, donde hace falta no sólo construir, sino buscar las mejores piezas y colocarlas de la manera más astuta para que exista un diseño sostenible. Ante esta situación, algunos han optado por campañas de financiación colectivas, conocidas como “crowdfunding campaigns”, que en ocasiones han conseguido sacar adelante proyectos por su interés público. No obstante, Michael Auret, director de Spier films, vinculado a la producción de títulos como Of Good Report (2013), The Salvation, Young Ones y The Price of Sugar (estas tres últimas películas se encuentran en fase de producción, 2013), así como director del Festival de cines del mundo de Cape Town (Sudáfrica), desconfiaba de este sistema como el “futuro” del cine africano: “El crowdfunding puede ser una forma de financiación esporádica, válida y a explorar, pero no es la solución. Además, es demasiado trabajo, por tener que actualizar siempre las redes sociales. Es útil, pero no es la respuesta”.
Otra de las participantes, Michelle Bello, conocida por sus películas Small Boy (2007) y Flower Girl (2013), afirmó que “como realizadores, necesitamos ser creativos con respecto a la financiación”. Por ejemplo, Flower Girl, que se rodó en Nigeria en dos semanas, costó 300.000$. Sin embargo, Small Boy, fue un proyecto autofinanciado. Al final, según afirmaban, el crowdfunding se ha practicado siempre, porque para hacer una película, siempre se ha contado con el apoyo de amigos, familias y contactos, “así que si eso se puede multiplicar y llegar a más gente y lograr producir una película, ¿por qué no?” – afirmaba la directora-. Pero no es la única forma, y cada proyecto, requerirá una forma distinta.
El encuentro concluyó de forma abierta, porque es una cuestión que debe seguir debatiéndose, y que debe ser flexible con las circunstancias de producción de cada una de las películas. Como denunció una de las actrices de la audiencia, “al reflexionar sobre estos temas, el error quizás está en que nos estamos intentando adaptar a un modelo en lugar de crear el nuestro propio. ¿Por qué seguimos esclavizándonos?”.