Salym Fayad: «En Colombia se están creando espacios para la reconciliación a través del arte»
Wiriko este año ha contribuido a promocionar la II Muestra Itinerante de Cine Africano de Colombia (MUICA) como medio oficial. Un encuentro bianual que se hace cada vez más importante en el país y que cuenta con un elenco de profesionales concienciados en que a través del arte y la cultura se pueden abrir brechas a partir de las cuales mostrar otras realidades y formas de compartir experiencias de éxito en esta tarea de crear un mundo más justo. Uno de los cofundadores de la MUICA es Salym Fayad, fotógrafo, realizador y periodista independiente colombiano que desde 2008 vive en Johannesburgo trabajando temas tan diversos como la promoción musical, el intercambio cultural o reportajes que cubren desde la cultura pop hasta lo más tradicional, e incluso los derechos humanos. La idea del MUICA surgió de hecho en Sudáfrica en 2014 gracias al trabajo con Marcela Asensio y Ángela Ramírez realizadoras cinematográficas, también colombianas con las que crearon la fundación Otro Sur. En 2015 se celebraría en Colombia la I MUICA. Y hace algunas semanas finalizaba esta segunda entrega de un evento fundamental.
Salym, este puente entre Sudáfrica y Colombia ¿a qué se debe? ¿Hay similitudes entre estos dos países?
Hay muchas. Primero desde el lado humano: calidez, sociedades abiertas, orientan a los extraños, ayudan al recién llegado. Es algo que he percibido en mis viajes tanto en América Latina como en África. Por otro lado, hay similitudes de tipo histórico y social. Algunas naciones en África vienen de pasados o presentes traumáticos como el que vivimos en Colombia en el que hemos pasado 52 años en guerra y, hasta ahora, estamos intentando salir o, mejor dicho, iniciar un nuevo ciclo histórico, social y político. Hay naciones africanas que están pasando por el mismo proceso como por ejemplo Sudáfrica que también salió de un proceso traumático después de pasar 50 años de apartheid. Y aunque han pasado más de 20 años hay enormes similitudes y enormes cicatrices en este país que también se relacionan con Colombia y que se reflejan en temas como la desigualdad, la criminalidad e incluso la corrupción. Desde luego el tema racial también es otra similitud.
Cuando explicas en el contexto de Johannesburgo que eres colombiano ¿qué imagen tienen de tu país?
Por lo general ninguna. Al igual que si en Colombia hablo de Guinea Bissau o Togo. Mucha gente cree que Colombia queda en América del Norte, muchos la confunden con Cuba, incluso. Y cuando se tienen referencias los clichés apuntan hacia Shakira o Pablo Escobar. De hecho, la serie de Netflix ha contribuido a popularizar un imaginario sobre mi país un poco glamurizado o romantizado de uno de los períodos más nefastos de nuestra historia reciente. Una etapa de la que todavía no nos hemos recuperado o digerido como sociedad. Brasil, por ejemplo, tiene una conexión más fuerte con los países africanos a nivel comercial y diplomático.
Y de forma inversa, ¿cuál es la imagen que llega a Colombia de África y de Sudáfrica en particular?
Pues llegan los mismo estereotipos de siempre que se acentúan por la falta de información. Salvo la ocasional nota sobre Boko Haram, el espacio que los medios colombianos dedican a África es mínimo y la información que llega desde el terreno es prácticamente nula y la voz de los autores, reporteros o artistas africanos es inexistente. En Colombia ha surgido en los últimos años una tendencia a reivindicar nuestras raíces africanas. Es una reivindicación necesaria, pero que llega tarde, aunque afortunadamente ya está sobre la mesa. Y lo hace en el marco del decenio de la afrodescendencia declarado por Naciones Unidas y en el contexto de los acuerdos de paz y de post conflicto por los que atraviesa el país. En estos, se hace énfasis en el reconocimiento a las víctimas del conflicto armado, miles de las cuales son afrodescendientes. Y esta reivindicación se refleja en la producción musical o cinematográfica del país. Sin embargo, desde mi modo de ver, muchas veces estos acercamientos tienden a romantizar ciertos imaginarios sobre África como origen que, aunque sean positivos, también son estereotipos con frecuencia simplistas con los que se hace poco esfuerzo por reconocer realmente sus complejidades y sus múltiples dimensiones.
Sobre Sudáfrica llega información, pero también está estereotipada: Mandela, el post conflicto, la comisión de la verdad y la reconciliación, en resumen: sobre la sanación social en general. Estas visiones tienden a obviar las complejidades de las realidades sudafricanas, donde la idea de “la nación del arcoíris” es un mito, donde la desigualdad es enorme, y donde las tensiones raciales son evidentes. Ahora, el caso sudafricano es un referente muy valioso que aporta mucho a la discusión en Colombia sobre cómo asumir el postconflicto como nación. Pero creo que no se problematiza lo suficiente.
Por otra parte, personalidades sudafricanas implicadas en el proceso de reconciliación han visitado Colombia para hablar de la experiencia de su país, pero han sido en su mayoría blancos y no negros que fueron las víctimas reales durante el apartheid y quienes están en una posición más clara para hablar/nos de perdón. Entre estas personalidades se encuentran el último presidente de la era del apartheid, Frederik de Klerk que compartió el Nobel de la paz junto a Nelson Mandela. Una figura que en su país está muy lejos de ser percibido como un pacificador.
Colombia atraviesa un momento político y social crucial tras el referéndum para la paz. ¿Cuál es el contexto en el que se celebró la MUICA?
Como he mencionado, Colombia estuvo inmersa en un conflicto armado durante 52 años y después de 4 años de negociaciones en la Habana (Cuba) –y después de varios intentos fallidos de varios gobiernos para llegar a algún acuerdo con las FARC, la principal guerrilla del país– a finales del año pasado se firmó un acuerdo. Este es un contexto que a nivel social tiene muchas implicaciones que se ponen sobre la mesa: el problema del narcotráfico que durante décadas ha financiado el conflicto armado y la violencia; el tema de los desplazados ya que desde hace muchos años mi país está entre los 3 primeros del mundo en términos de desplazados internos, actualmente unos 6 millones de desplazados por la violencia; el papel de las tierras; el papel de las víctimas; los asesinatos a líderes indígenas que en este año van más de 40… Habiendo dicho esto, hay una oposición, un sector que se opone a los acuerdos y que ha dividido mucho a la sociedad.
La MUICA se celebró en un contexto de mucha esperanza y donde hay también mucho movimiento desde la sociedad civil. La población está haciendo muchos esfuerzos por crear espacios de diálogos para que las víctimas se expresen y para esto se está utilizando mucho el arte:3 las canciones, la tradicional oral, pero por supuesto también el cine. El momento ha generado una corriente cultural que busca formar parte en todo este proceso de reconciliación y sanación en Colombia.
¿Entonces la MUICA intenta contribuir a este nuevo espacio de diálogo en el país con la muestra de cines africanos?
Creemos que hay un vacío cultural muy grande en cuanto a las relaciones culturales y a los conocimientos con África y sus expresiones culturales. Creemos que a través del cine podemos tener acceso a esa multiplicidad de realidades africanas que en muchos casos desconocemos en Colombia, pero que a la vez son narradas por los artistas africanos y no desde una mirada occidental. No se trata solo de conocer las dimensiones sociales y culturales sobre África, sino de conocer cuáles son los métodos o las formas narrativas que utilizan esas voces para contar su propia realidad. Pero la razón de ser de la MUICA no es solamente concentrarnos a nivel racial como decía antes, sino porque los países del llamado Sur Global compartimos muchísimas cosas a nivel social. Además, nuestro interés también es artístico porque consideramos que a través de estas narrativas podemos ampliar nuestros horizontes sobre África.
La comunidad afro en Colombia ronda los 4 millones de personas según el último censo de 2005. 12 años después ¿esa población se mantiene? ¿Ha aumentado?
A pesar de que esas son las cifras oficiales más recientes, de hace más de 10 años, hoy en día se calcula que aproximadamente la cuarta parte de la población colombiana es afrodescendiente. Su presencia se ha visibilizado en muchos casos por las razones equivocadas, como por ejemplo las altísimas cifras de desplazados por el conflicto que provienen de estas zonas. Este 25 por ciento, sin embargo, que equivaldría a unos 10 millones de personas, no se traduce en términos de representación política ni de distribución económica. Gran parte de la población afro se concentra en el departamento del Chocó, en la costa Pacífica, que es además una de las regiones más pobres y menos desarrolladas del país, y además una de las más perjudicadas por la violencia.
Y eso de itinerante… ¿tiene algo que ver con la dispersión de la comunidad afro en el país?
En parte sí, pero no solo eso; sino también con desplazar el centro de poder y de la oferta cultural en el país. Es decir, de Bogotá, la capital. La MUICA se realiza también en Cali y Cartagena, dos de las ciudades que cuentan con una alta concentración de población afrodescendiente. También hemos llegado a la isla de Providencia en el Caribe. Las ciudades tienen también una rica oferta cultural, pero que en muchos casos en el país está regionalizada. Es normal que ciertos productos culturales se consuman más que otros en diferentes regiones, pero creemos que la programación de la MUICA le habla, o le puede hablar, a toda Colombia. Tanto por la propuesta estética de algunas de las cintas como por su contenido. Hemos programado películas que abordan temas que son de gran relevancia en el contexto del postconflicto en Colombia. Algo Necesario, de Judy Kibinge y Materia Gris, de Kivu Ruhorahoza, que reflexionan sobre cómo gestionar el trauma tanto a nivel individual como a nivel social en un ambiente que ha sido marcado por la violencia. También Mandela, el mito y yo, de Khalo Matabane, hace un retrato tan personal como crítico sobre el legado del icono de la reconciliación en Sudáfrica.
Pero las itinerancias de la MUICA no solo llegan a las principales salas en centros urbanos. También hemos hecho proyecciones en colegios, en barrios periféricos –algunos de ellos con mayoría de población afrodescendiente–, en parques, plazas, bibliotecas y espacios públicos. La intención ha sido un año más, la de diseminar este contenido cultural hasta donde sea posible, y que todo tipo de público se pueda relacionar con éste porque lo encuentra entretenido, porque se puede relacionar con su contexto inmediato, por su origen histórico, o por el contexto general de la realidad nacional.
¿Nos puedes contar cuál ha sido el recibimiento en las ciudades que han acogido la muestra?
El recibimiento ha sido muy positivo. La primera MUICA en 2015 nos permitió ver el interés –o curiosidad– del público por este tipo de contenido, que en Colombia nunca había sido exhibido en esta escala. Eso nos animó a ampliar el catálogo (este año hemos proyectado 20 títulos) y nuestro alcance. Hemos recibido una gran cantidad de invitaciones para replicar la muestra en otras ciudades, como Medellín, la segunda ciudad más grande del país, pero también a otras como Valledupar, Manizales o Ibagué. También en ciudades como Buenaventura o Quibdó en la región del Pacífico, urbes de mayoría afrodescendiente, en las que además hay muy poca exposición al cine que no sea de consumo masivo, y que tienen sus propios desafíos en términos logísticos, de infraestructura, de difusión y de creación de públicos.
Habéis contado con el camerunés Jean Pierre Bekolo en Bogotá. Cuéntanos cómo fue, ¿cuáles han sido las impresiones del director?
Jean Pierre Bekolo es quizás el realizador camerunés más destacado actualmente, no solo por los premios que ha recibido en el pasado en festivales como FESPACO y Cannes y por los cargos que ha ocupado en organizaciones como la World Cinema Alliance y Guild of African Filmmakers, sino porque su lenguaje cinematográfico es atrevido, experimenta con elementos narrativos poco convencionales y sus películas con frecuencia reflexionan sobre el quehacer cinematográfico a la vez que hacen un comentario social o político. En la MUICA programamos dos de sus títulos: Las Sangrientas (Les Saignantes) y El Presidente (Le président); la primera es considerada la primera película de ciencia ficción del continente y la segunda es un falso documental que hace referencia al presidente de Camerún y que fue censurada en el país.
Tenerlo como invitado abrió una ventana para el intercambio cultural que estamos buscando. Para muchos de los asistentes a sus películas, como lo expresaron durante sus charlas y sesiones de preguntas después de las proyecciones, el único referente que tenían de Camerún es que su equipo de fútbol eliminó a Colombia del mundial de Italia en 1990. Y ahora tenían en frente a un artista de vanguardia hablando de afro-futurismo, poscolonialismo cultural, de las dinámicas de la representación en el cine de y fuera de África. Bekolo sostiene que se pueden plantear soluciones o transformaciones a nivel social desde el cine, que puede ser una herramienta para sanar nuestros traumas pasados, la violencia del colonialismo o de la desigualdad, que es un espacio de reflexión que incluso desde la ficción puede contribuir a la reconstrucción social. Esto es muy relevante en el contexto colombiano y así lo percibió el público y los cineastas colombianos que asistieron a sus charlas. Para él, este intercambio también fue muy enriquecedor; estar expuesto al público y a los realizadores afrocolombianos, escuchar sus inquietudes sobre cómo narrar historias sobre sí mismos y cómo se perciben en el panorama general del país. De hecho, expresó su interés en trabajar en un proyecto cinematográfico propio en la región del Pacífico colombiano.
Tu experiencia de trabajo en África te ha permitido entrar en contacto con cineastas y trabajadores de la industria cinematográfica. ¿Cómo ves el sector después de que seamos conscientes de la cada vez más acuciante dinámica de nuevos festivales de cine en el continente?
Muchos de los cineastas y programadores con los que he conversado coinciden en que el sector se está fortaleciendo en el continente, tanto a nivel de producción como de exposición. Cada vez más se están desafiando las categorías de los géneros cinematográficos, y la tecnología misma está abriendo la oportunidad para que realizadores emergentes o independientes puedan producir piezas de gran calidad técnica sin depender de enormes presupuestos o equipos de producción. También hay festivales establecidos que son una plataforma fundamental para que los realizadores exhiban su trabajo en el continente: FESPACO (Burkina Faso), el festival de Durban (Sudáfrica), el de Zanzíbar (Tanzania), el de Cartago (Túnez), el del Luxor (Egipto), por nombrar algunos. Sin embargo, hay problemas de base que son conversación habitual entre los miembros del sector: existe una enorme escasez de salas de proyección en muchos países, y aún existe una gran dependencia de la financiación europea para la gestión de festivales de cine y para la realización cinematográfica en África. También para la difusión y distribución de las películas. Esta dependencia en muchos casos compromete la creatividad de los realizadores que, en ocasiones, deben moldear sus propuestas iniciales para satisfacer las exigencias de las organizaciones que financian sus proyectos. Esta dependencia a veces se traduce también en la cesión de los derechos de difusión y proyección a las organizaciones europeas, de manera que algunos realizadores pierden también el control sobre la difusión de sus propias obras.
¿Es verdad eso de que Sudáfrica es punto y aparte a nivel de cine?
Aunque la industria cinematográfica en Sudáfrica también se enfrenta a enormes desafíos, es cierto que el país tiene instituciones más fuertes para el apoyo a los proyectos culturales. Por esto mismo los realizadores tienen un poco más de independencia en la ejecución de sus proyectos. Sudáfrica tiene además su propia red de festivales internacionales que van desde los de Durban y Johannesburgo hasta el festival de documental Encounters, Tri-Continental y el Out in Africa Gay and Lesbian Film Festival, entre otros. Hay que tener en cuenta también que Sudáfrica está mejor equipada que otros países en términos técnicos, y que además la libertad de expresión en el país es más amplia que en otras naciones, lo que permite también a los realizadores abordar temas sociales y políticos con mayor libertad creativa.
¿Qué otras industrias/países recomiendas seguir de cerca?
La industria en Kenia se está fortaleciendo y hay realizadoras como las que hemos programado este año Judy Kibinge o Wanuri Kahiu (directora del corto de ciencia ficción Pumzi, 2009), así como el colectivo The Nest (Stories of Our Lives, 2014) que están haciendo desde la ficción un trabajo muy interesante sobre temas sociales, ambientales y de género, éste último desafiando las represivas leyes contra la comunidad LGBTI en el país. La producción cinematográfica en Burkina Faso tiene quizá menos alcance a nivel internacional, pero brilla por su calidad en cada edición del festival FESPACO, en la capital Uagadugú, la plataforma idónea para que los realizadores locales exhiban sus producciones ante el público y los programadores internacionales. También vale la pena prestar atención a las iniciativas que promueven las producciones en realidad virtual, que se están fortaleciendo con particular énfasis en Kenia.
¿Y algún director/a que esté posicionado para deslumbrarnos en las salas y festivales europeos?
El maliense Daouda Coulibaly. Wúlu, su primer largometraje, es un thriller que aborda el tema del tráfico de cocaína en el Sahara como no lo habíamos visto antes, exponiendo las diferentes dimensiones y actores que participan en este comercio ilegal y que afecta a la seguridad, la política y las relaciones internacionales en toda la región; y que además tiene implicaciones a nivel global, incluyendo entre sus actores, desde luego, tanto a Colombia como a España.
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