Joziwood y el cine sudafricano en la era post-apartheid
Si cualquiera de nosotros buscara en internet “cine sudafricano» se encontraría con un montón de caras blancas, algunas conocidas como Charlize Theron y otras menos reconocidas a nivel internacional como Helen Kuun o John Trengove. Pero nada, ningún rastro de caras negras o indias, que también son algunas de las otras realidades del país. ¿Dónde están los otros sudafricanos? Este cine, que ha estado dominado por una minoría blanca durante casi todo el S. XX, sigue manteniendo una hegemonía blanca en la producción, dirección e incluso interpretación del séptimo arte. Sin embargo, desde el fin del apartheid los otros cines de Sudáfrica, de raíces subsaharianas y de la mezcla de culturas, están empezando a ocupar un importante lugar en la era post-apartheid.Los inicios del cine sudafricano se remonta a los primeros años del S. XX, cuando las películas se centraban en las formas de vida tradicionales de los afrikaners. Las décadas siguientes configuraron un cine con preeminencia blanca, lo que no evitó que durante el apartheid se produjeran también películas dirigidas, interpretadas y protagonizadas por profesionales de la mayoría negra. Fue en 1972 cuando la industria blanca comenzó a aportar ayudas para producir un cine dirigido específicamente a los espectadores negros que se conocieron como “B-scheme” para diferenciarlo del cine blanco o “A-scheme” que contaba con unos subsidios mucho más elevados. Umbango (1986), dirigida por Tonie van der Merwe, fue una de esas películas y se estrenó en los últimos años del apartheid.
Fotograma de Umbango (1986)
La razón de por qué un sistema racista financió la producción de cine para la población negra se basaba en la necesidad de tener entretenidas y tranquilas a las masas. El séptimo arte se reveló como un arma de guerra muy útil para mantener un sistema injusto y opresor que empezaba a dar los primeros síntomas de su posterior hundimiento. Así, para la década de 1980 y al calor de las crecientes protestas de la mayoría negra, se va a producir un boom en la producción de cines independientes muy críticos con el apartheid. Las grandes distribuidoras como Ster-Kinekor o Nu Metro no tardaron en negarse a trabajar con este tipo de películas, lo que entorpeció bastante su difusión. No obstante, la llegada al poder de Nelson Mandela transformó el panorama cinematográfico del país, entrando de lleno en una nueva etapa.
El cine de esta era es bastante diferente a todo lo anterior. Aunque muchas de las distribuidoras y productoras siguen estando en las mismas manos, estos filmes hacen visible la diversidad existente en el país del arcoíris. Paralelamente a esta apertura, el cine sudafricano ha ido ampliando su proyección interna y externa acompañado por un proceso globalizador que cada vez reconoce más el valor de estas películas. El cine de Sudáfrica, siguiendo el modelo de otros cines del continente, ha sido bautizado como Joziwood ya que se calcula que un 70-80% del cine y de la televisión producido en el país se realiza en los alrededores de Johannesburgo, de donde deriva el nombre. Sin embargo, al igual que ocurre en los cines de Riverwood o Eollywood, es un término poco conocido y que no ha calado entre directores ni espectadores.
Su imparable crecimiento se inició en el año 2005. El estreno de Tsotsi, dirigida por Gavin Hood, que cuenta la historia de un joven gangster de uno de los slums más pobres de la capital, se convirtió en el gran éxito del séptimo arte sudafricano y alcanzó una fama mundial al ganar el Oscar a mejor película de habla no inglesa y la mejor película en el Festival de Toronto. Esta película dio alas a directores, productores y actores sudafricanos, demostrando la capacidad que tenían de realizar un cine social pero que fuera capaz de atraer la atención del gran público. Si antes de ese año se producían entre tres y ocho películas al año, desde la llegada de este largometraje el volumen de las mismas se ha disparado y a nivel internacional las salas de cine empezaron a hacerse eco de películas sudafricanas como District Nine (2009) del director Neill Blomkamp o la más reciente The Wound (2017) dirigida por John Trengove en la que se explora los paradigmas de ser negro y homosexual en Sudáfrica.
Fotograma The Wound (2017)
Sin embargo, el triunfo de estos largometrajes no ha logrado eclipsar los principales problemas de Joziwood. Si por algo es criticado este cine es debido a que la inmensa mayoría de las películas se ruedan en inglés y otro tanto se realizan en afrikaans, la lengua de los afrikaners. “Necesitamos una nueva perspectiva en la que entremos todos. Un cine que sólo tiene cabida para el inglés o el afrikaans es un arte que le da la espalda a su país” comenta Jabu Sibiya, estudiante de arte dramático, “Lo que están haciendo es olvidarse de los demás sudafricanos. Yo no me siento representada y pocas películas nacionales llaman mi atención” confiesa frustrada.
Además, las producciones sudafricanas deberían llegar a un mayor número de espectadores locales si no se quiere que el cine acabe convertido en un espectáculo para una minoría de la población. Algunos directores, como Ntshaveni Wa Luruli, que ha luchado contra esa imagen desvirtuada del país con películas como Elelwani (2012), han enfocado sus objetivos para contar las otras tramas que existen en Sudáfrica. Muchos son los que han señalado que el triunfo de Joziwood en la propia Sudáfrica pasa por hacer visibles a todo un elenco de directores y directoras.
Pero si con algo cuenta Joziwood a su favor es la cantidad de festivales que se organizan en el país y que sirven de trampolín para muchos profesionales sudafricanos. Tal es el caso del Jozi Film Festival que se define como el primer festival multi-género independiente y que dio sus primeros pasos en 2012 para servir de plataforma para los autores locales. Otros están más que consolidados, como el Durban International Film Festival que lleva 40 años activo y que galardona las mejores películas de Sudáfrica, además de proyectar otros films del continente y de otros países; o el Encounters Festival South Africa, que tiene lugar desde 1999 y es uno de los pocos certámenes de documentales dedicado exclusivamente a este género.
Otros festivales, aunque mucho más jóvenes, vienen pisando fuerte. Tal es el caso del Architect Africa Film Festival, con sede en Ciudad del Cabo, Johannesburgo, Durban, Port Elizabeth y Bloemfontein y que a lo largo de tres semanas proyecta largometrajes y cortos relacionados con la vida urbana. Sin embargo la vida de algunos de estos certámenes tiene los días contados, así el Out in Africa South African Gay and Lesbian Film Festival, tuvo que cerrar sus puertas tras 21 años de actividad. “Sinceramente nunca pensé que el festival fuera a durar para siempre” reflexiona Nodi Murphy, directora del festival desde su génesis en 1994. “Nacimos tras el fin del apartheid para crear espacios de reflexión y organización para las personas LGTBIQ+. Hicimos un buen trabajo aunque la falta de fondos nos obligara a clausurar el festival en 2014” añade la guionista y productora.
Este sigue siendo uno de los principales problemas del cine post-apartheid: la incapacidad de dar y mantener espacios y visibilidad para todos los que forman el diverso puzzle sudafricano. Obviamente, las cosas han cambiado, pero no parece que sea suficiente. La diversidad de Sudáfrica es enorme y muchas personas no se sienten representadas, ni ven el reflejo de sus historias en la pantalla. Ya no es sólo el idioma, que también, sino la necesidad de visibilizar a los colectivos que conviven en la Sudáfrica post-apartheid: desde la mayoría negra, pasando por la mezcla de culturas y los diferentes pueblos que conviven en sus fronteras, a las personas LGTBIQ+ que siguen perdiendo terreno en una Sudáfrica que parece avanzar aunque, pensándolo bien, quizás no tanto.