Puentes de celuloide entre Sudáfrica y Kenia
La creación de redes complementarias, autónomas, independientes y que garanticen la producción y la organización de las fuentes de financiamiento en la industria del cine en el continente africano es una empresa difícil. Son unos criterios irreductibles, infranqueables, una tabula rasa entre los que integran de una u otra forma el entramado del séptimo arte. Es por lo que la noticia que saltaba a la gran pantalla mediática el pasado 19 de mayo en la 66ª edición del Festival de Cannes merece un destacado. Sin pormenores. Y a todo color: la Fundación Nacional de Cine y Video de Sudáfrica (NFVF, por sus siglas en inglés) junto a la Comisión de Cine de Kenia (KFC) han firmado un acuerdo en el que en el que ambas instituciones se han comprometido a apoyar las actividades de cine de sus países de forma complementaria para costear los trabajos de los cineastas, facilitar las oportunidades a ambos lados de las fronteras y asentar los pilares de una mesa de diálogo para emprender posibles negocios juntos.
El compromiso firmado el pasado domingo por el director general del NFVF, Zama Mkosi, y por el director general de la KFC, Peter Muthie, tiene entre otros objetivos, crear una plataforma para el crecimiento de los cineastas africanos, así como fomentar la transferencia de conocimientos entre los dos países. Mkosi, en representación de Sudáfrica, explicó en la posterior rueda de prensa que esta unión proporcionará una gran oportunidad para el trabajo conjunto: «Kenia y Sudáfrica comparten similitudes en lugares y festivales, que si se aprovechan darán mejores beneficios para la industria del cine en los dos países». Aunque en términos comparativos la industria cinematográfica en el continente dista de la europea y la norteamericana, el keniano Muthie subrayó que con este acuerdo “África va a ganar terreno si el continente implementa programas de cine conjuntos, como una forma de mejorar la huella del continente en la industria cinematográfica mundial”.
Corría marzo de 1982 y los cineastas reunidos durante los cuatro primeros días del mes rubricaban el Manifiesto de Niamey para defender la viabilidad de la producción cinematográfica unida a otros cuatro sectores: la explotación de la salas, la importación-distribución de películas, la infraestructura técnica y la formación profesional. Todo apuntaba a que el esfuerzo de los gobiernos tras el Manifiesto de Niamey allanaría, de una vez, a la industria sustituyendo los aires antiimperialistas de la Carta de Argel, en enero de 1975; pero no modificó en esencia el panorama deficitario en inversiones públicas que llega hasta hoy. 31 años después los gobiernos de Sudáfrica y Kenia han dado el do de pecho para hacer realidad la utopía de 1982: este acuerdo (no es el único) es una demostración de cómo dos países africanos puedan trabajar juntos en la construcción común de la producción cinematográfica.
Las cifras no engañan. Según el último informe de la Fundación Nacional de Cine y Video de Sudáfrica publicado en abril de 2013, la industria sudafricana continúa en crecimiento y para garantizarlo de forma sostenible es necesario reforzar el enfoque de la viabilidad comercial a largo plazo. Por lo que este acuerdo firmado en el Mercado del Cine durante el Festival de Cannes (cuya entrada para los profesionales del sector oscila entre los 275€ y los 309€) parece un buen comienzo para un país en el que 5,5 millones de personas acuden al cine una media de 4,5 veces al año.
Aunque Sudáfrica es un peso pesado en los festivales internacionales Tsotsi (Oscar 2005), Drum (Fespaco 2005), Otelo Burning (Africa Movie Academy Awards 2012), Skoonheid (premio en la sección Una cierta mirada de Cannes 2011) o el largometraje 3D del año pasado Zambezia, para la delegación keniana ha sido la primera participación oficial en Cannes con lo que las oportunidades para los cineastas del país ya han comenzado a abrirse.
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