Los países occidentales, y especialmente Estados Unidos, han utilizado el séptimo arte durante décadas para vender una imagen irreal y positiva de sus sociedades. Esta imagen, que suele transmitir desarrollo, poder y civilización se contrapone totalmente a la imagen de otros países que han pasado por los objetivos occidentales.
Aunque podríamos poner muchos ejemplos del sur global, especialmente de África, uno de los países que más se ha visto afectado por esta construcción social es posible que haya sido Somalia. Desde hace años, Hollywood y otras industrias cinematográficas europeas han puesto sus focos en este país del Cuerno de África y han generado una imagen sesgada en el imaginario del público occidental. No vamos a negar aquí que la guerra civil somalí, iniciada en 1991, sumada a las sequías y hambrunas, la piratería, la acción de grupos terroristas como al-Shabaab o el tráfico de armas y drogas ha generado una situación insostenible para el país. Pero tampoco podemos negar las otras realidades que existen en el país y que se ocultan sistemáticamente como los procesos de reconstrucción, la estabilidad de regiones como Somaliland, la resistencia y la lucha por la paz, la cooperación y las redes de solidaridad por ejemplo.
Las industrias occidentales comenzaron a poner sus focos en Somalia a partir de 2001. Precisamente, en ese año, Hollywood encontró un filón para llenar sus salas con el estreno de la popular Black Hawk Down. El éxito de este largometraje animó a otros países como Reino Unido, Alemania, Dinamarca o Italia a relatar diferentes historias sobre este país. Este relato, desvirtuado en ocasiones hasta el extremo, ha recreado los estereotipos de la colonización algunos de forma más sutil que otros.
Durante décadas los europeos contrapusieron su imagen «civilizada» frente a los pueblos «bárbaros, sin cultura y sin historia». Una idea que aunque suponíamos enterrada sigue aflorando en ocasiones, también en el cine. Esto se debe sobre todo a que las películas sobre Somalia producidas en Occidente se centran tan solo en la violencia, no hay espacio en la pantalla para nada más. Así, desde Black Hawk Down, pasando por la italiana Il piú crudele dei Giorni (2003), la británica Eye in the Sky (2015) hasta la vomitiva los Mercenarios 3 (2014), la violencia impera en todos los ámbitos de la sociedad.
Pero además de desvirtuar, el cine también ha tenido la capacidad de invisibilizar. El problema no es solo que se construya una imagen parcial, sino que la población de Somalia a penas aparece y cuando lo hacen suelen estar a la sombra de protagonistas blancos y en escenas muy cortas. Tal hecho se lleva al extremo en Black Hawk Down, pero también se manifiesta en películas relacionadas con el tema estrella de Somalia: la piratería. En largometrajes como la danesa A Hijacking (2012) o el popular Captain Phillips (2013) sus directores nos permiten conocer a los miembros de la tripulación que han sido secuestrados y las escenas sobre cómo lo viven sus familias son continuas. Esto, obviamente, no ocurre con los piratas que han asaltado el barco, de los que casi no sabemos su nombre, la historia que existe detrás de la piratería ni cómo viven (y sufren) sus familiares. A pesar de todo sí que hay un par de excepciones que le dan la vuelta a la situación: tanto Fishing without Nets (2014) como la reciente The Pirates of Somalia (2017) sí que hacen referencia a todo lo que hay detrás de la piratería.
Por último, los cines occidentales también han recreado la imagen de los personajes blancos. Los países europeos justificaron la invasión y colonización África como una misión para salvar a su población. Ese mensaje sigue estando presente en la percepción que Occidente tiene de sí mismo en relación al Sur global y en especial en su relación con el continente africano. Dicha idea se manifiesta claramente en películas ya mencionadas como Los Mercenarios 3, cuando los protagonistas van a luchar contra el tráfico ilegal de armas, en Eye in the Sky cuando el ejército británico, con su tecnología, intenta liberar a Kenia de un ataque terrorista o en la alemana Submergence (2018) que refuerza el mensaje de la dependencia con grandes frases como «Tu gente confía en mí para obtener agua limpia». Pero esta concepción de los blancos como salvadores de África a veces es menos obvio. En este caso, el protagonista de The Pirates of Somalia, Jay Bahadur, es un reportero que viaja a Somalia para informar desde allí de lo que realmente está ocurriendo en el país y cuáles son las causas de la piratería. Sin embargo, el director se encargó de convertirle en un héroe que iba a acabar con la imagen negativa que Somalia tenía a nivel internacional.
Somos conscientes de que el cine es ficción, a pesar de que cada vez de acerque más a la realidad. Pero esa licencia de realidad, es de hecho la que genera que nuestro imaginario social se desvirtúe tanto. De nuevo no podemos decir que lo que sale en las películas no haya existido (o exista) en Somalia, pero sí podemos afirmar que la violencia, la piratería y la dependencia es tan solo una parte del universo que componen todas las realidades del país. O asumimos que en Somalia las personas se resisten a la violencia, luchan por la paz y la estabilidad y se enfrentan a sus males, o seguiremos mirando al Cuerno de África con una mirada desvirtuada, irreal y sesgada.