Tras los pasos del cine de animación africano (II)
Continuamos en Wiriko apuntando algunos matices interesantes sobre el cine de animación en África. Concretamente esta semana queríamos aprovechar para lanzar algunas cuestiones controvertidas de cara al fin de semana, ya que tendrá lugar el III Festival de Zimbabue Inspirado en la Animación Africana (ZIMFAIA), bajo el lema “Comer. Dormir. Animar”. ¿Qué tipo de cine es el cine de animación?
La semana pasada hacíamos hincapié en los comienzos de la industria de la animación africana que se concentró en el norte del continente concretamente con las producciones egipcias de los hermanos Frenkel con su personaje Mish-Mish Effendi. La dinámica ha continuado exitosa en la región del Magreb con grandes directores y trabajos reconocidos internacionalmente. No obstante, queríamos eliminar algunos prejuicios sobre el cine de animación en general y, sobre el africano, en particular. La fantasía o ilusión de realizar películas no se encasillaría como una huida de la realidad sino, tal vez, como una forma de darle sentido. En la línea de Freud y sus discípulos, solo se puede acceder a la realidad desde el lenguaje y necesitamos una fantasía desde la que elaborar la ficción que nos permita simbolizarla. La realidad de las películas de animación se sostiene, en cierto sentido, desde la fantasía ya que a partir de ella nos construimos como sujetos. Así que, tres mitos para desnudar:
Primero: ¿Es la animación un cine para niños?
El máximo común denominador así lo refleja a menudo, pero podríamos sacarle punta a esta cuestión constatando que no difiere de las películas de acción, de la música pop o de la literatura realizada para niños. Es decir, que el cine de animación tiene sus salas de cine, con historias específicas, con una estética específica, un mercado específico, etc.
Segundo: Audiencia reducida.
Con las cifras en la mano, la cantidad de espectadores o la calidad de las programas de televisión no es un problema exclusivo del cine de animación que se realiza en el continente africano; más bien, de todo el mercado mundial globalizado que demanda unos productos determinados e impone unas pautas concretas de consumo. Una vez más, la separación de la realidad del contexto africano del resto de continentes para el análisis se convierte en un diagnóstico erróneo.
Tercero: El cine de animación necesita necesariamente grandes inversiones o una gran infraestructura de negocio.
Como describimos la semana pasada, Moustapha Alassane, pionero de la animación africana y ciudadano de uno de los países más pobres del mundo, Níger, sería un contraejemplo claro de esta afirmación. Concretamente, en el año 1962, el neoyorquino Dwight MacDonald publicó un libro titulado Against the American Grain (Random House), que incluía la noción de “cultura de masas y cultura de clase media”. En este ensayo, que se convirtió en un clásico, apuntaba que la comunicación se puede dividir en tres tipos diferentes: la cultura de masas (Masscult), cultura de clase media (Midcult) y una cultura de élite (Highcult).
El ejemplo en literatura de Masscult serían las novelas de Harry Potter y, en animación, las series de televisión japonesas; en la literatura Midcult se incluiría según MacDonald las novelas de Stephen King y, en animación, a las películas de Walt Disney; por último, en la literatura Highcult estarían los trabajos de Michel Houellebecq y, en animación, al ruso Juri Norstein cuyas películas cortas, son muy apreciadas y recompensadas en los festivales internacionales. La firmeza de MacDonald en su posicionamiento le ha llevado a tener numerosos detractores especialmente entre sociólogos y economistas que no están de acuerdo, ya que el estado de la obra es sin duda más complejo que esta clasificación subjetiva y sencilla en tres niveles. Sin embargo, cincuenta años después, la triple división todavía sirve para el examen de nuestro tema. Si cuestionamos el cine de animación africano, Moustapha Alassane se consideraría Highcult más allá de las convenciones internacionales.
Lo frenético del mercado hace que las predicciones sobre esta industria, como en otras, tenga un margen de error que no se pueda asumir para el análisis. ¿Cuál será el escenario dentro de 10 años en el mundo de la animación en Egipto, Senegal, Sudáfrica, Costa de Marfil o Zimbabue? ¿Tendrán una cinematografía de calidad y próspera? ¿Será un cine de animación que pueda competir en el escenario globalizado con los seriales de Corea del Sur al menos para comercializar en los propios países africanos donde se producen estas películas? Si la respuesta fuera positiva y en términos MacDonaldianos ¿será Masscult o Midcult?
Modelos africanos: el ZIMFAIA
Huyendo de lo “típicamente africano” en el cine de animación, se están creando nuevas narrativas sin precedentes y con nuevas formas de producción apoyadas en las redes interafricanas. El ejemplo es la III edición del Festival de Zimbabue Inspirado en la Animación Africana (ZIMFAIA) que tendrán lugar del 7 al 9 de diciembre en la capital, Harare, con la colaboración de la Alliance Française. El ZIMFAIA es una oportunidad para observar las nuevas sinergias de la industria de la animación africana aunque también hay espacio para visionar trabajos europeos como es el caso de las películas ganadoras en el Reino Unido y que serán presentadas por la Academia Británica de Artes de Cine y Televisión (BAFTA), así como una colección de películas de la famosa Festival Internacional de Cine de Animación de Stuttgart.
El ZIMFAIA, en su corta experiencia, se ha convertido en un punto de encuentro y desencuentro entre los sectores pujantes por esta industria de la animación; un espacio de radicalidad que se asoma al abismo de lo establecido por la norma y de regularidad que se resiste a modificarse; el ZIMFAIA es a la vez explosión e implosión. Este modelo de sinergia, con las salvedades geográficas, sociales y políticas ya lo han estado implementando los japoneses desde los años sesenta con un resultado espléndido aunque este lugar común que es el cine sigue sujeto a las reglas de la imprevisibilidad.
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