Dos novelistas comprometidos
Son muchos (y muchas) los escritores africanos que han mostrado flagrantemente su compromiso con la transformación social, en sus países o en el continente, con las causas justas de esos territorios. Sin embargo, hay dos que, en la actualidad, representan de manera ejemplar este “modelo” del escritor comprometido, el artista convertido en artivista. El yibutí, Abdourahman A. Waberi, y el congoleño, Alain Mabanckou han puesto la popularidad que se han ganado con su genial prosa, al servicio de la democratización en sus países. Recientemente, además, Waberi y Mabanckou se vieron cara a cara para hablar sobre esa dimensión comprometida de su trabajo literario en un encuentro impulsado por el periódico francés Le Monde, que perfectamente podría ser objeto de un estudio académico mucho más profundo.
Los dos novelistas tienen muchas cosas en común. Proceden de países con dos de los presidentes más contestados del continente. Ambos han sido proscritos por las autoridades de esos países. Sus novelas les han dado una popularidad que se traduce en atención mediática y en la posibilidad de ser una de las voces más autorizadas en relación con las situaciones políticas de sus países. Y los dos se han visto arrastrados al activismo por la fuerza de los hechos. El último paralelismo quizá sea que, a pesar de su militancia, ni Mabanckou, ni Waberi han caído en la literatura panfletaria.
El principal argumento de ese encuentro, de lo que calificaron como “entrevista cruzada”, era precisamente poner en común su visión sobre el papel del “intelectual comprometido”. Hace dos meses, en una entrevista, el escritor yibutí confesaba que no tenía vocación de activista, pero que se había visto obligado a convertirse en una de las voces de la disidencia de su país. Curiosamente, en el encuentro entre los dos novelistas, Alain Mabanckou aseguraba que las cartas que le envían los jóvenes congoleños exigiéndole que se posicionase fue lo que le empujó a escribir una carta abierta al presidente francés, François Hollande, denunciando al régimen de Denis Sassou-Ngesso. “No puede permanecer en su confort, en los aplausos que le dan Europa, mientras que nosotros, en el Congo, estamos muriendo a causa del silencio de la gente”, dice Mabackou que le decía uno de esos jóvenes.
Los dos novelistas abordan, en esa entrevista cruzada, cuestiones la tradición de literatura contestataria africana; sus relaciones en y con Occidente, tanto Francia como Estados Unidos; o las prohibiciones que pesan sobre sus trabajos en sus países de origen. No se olvidan en su conversación, evidentemente, de la cuestión fundamental, porqué han adoptado ese compromiso y cómo lo combinan con su labor literaria.
En este último sentido, los dos escritores comentan divertidos un fenómeno que a la mayor parte de los escritores les revolvería el estómago. Ante la prohibición de sus libros en sus países, los novelistas se revelan. “El libro está prohibido y se convierte en un objeto clandestino. Circula en las trastiendas o se cuenta oralmente”, dice Waberi y Mabanckou añade: “¡Ah eso sí, cuando el tipo dice que ha leído el libro y empieza a contarlo a su alrededor, es mágico! A veces, no lo ha leído e improvisa. Pero es bello”. Waberi concluye: “El libro se hace vivo. Paradójicamente, a pesar de que la dictadura hace todo lo que puede para prohibir las producciones de intelectuales africanos, tenemos más atención de los medios que nunca en Francia y en los Estados Unidos”.
Recientemente, los dos novelistas se han visto ante una situación similar, unas elecciones presidenciales en las que nadie se ha atrevido a defender la transparencia de los comicios. Daniel Sassou-Nguesso, en la República del Congo, e Ismaïl Omar Guelleh, en Yibuti, han sido reelegidos en medio de las dudas sobre lo democrático de sus procesos y han sido contestados por estos dos novelistas. Ahora, ellos destacan la incultura de las autoridades de ambos estados e incluso la ignorancia de sobre la capacidad de revuelta que puede tener la literatura. “Hay críticas sociales en nuestros libros”, confiesa el congoleño, “pero los dictadores no comprenden las parábolas”, que afirma más adelante: “Es a través de la cultura que estos Estados pueden salvarse, superar las divisiones étnicas e inspirar a la juventud”.
En aquella entrevista anterior, Waberi aseguraba que “la dictadura en Yibuti morirá por sus propias contradicciones”. Curiosamente, la fórmula se parece mucho a la frase de Mabanckou que sirve para titular el encuentro de los dos escritores: “La duración de una dictadura depende de la continuidad de nuestro silencio”. Esas dos certezas marcan el motivo del compromiso de los dos escritores. Los novelistas están decididos a no colaborar con su silencio a la supervivencia de las dictaduras. Es más, se han conjurado para denunciar los atropellos y para alimentar con cultura la mente de los ciudadanos que están llamados a poner fin a esos regímenes.
Waberi y Mabanckou se miran en el ejemplo de Soyinka, de Ngugi wa Thiong’o, de Fanon, de Ouologuem, o de Béti, entre muchísimos otros para considerarse herederos de una tradición de literatura comprometida y contestatarias, una literatura rebelde que alimenta a los ciudadanos y no se pliega a los intereses del poder. Ni Waberi, ni Mabanckou se pliegan, tampoco, aunque eso suponga no poder volver a sus países, no poder distribuir públicamente sus obras, pero con la certeza de que la literatura transformadora tiene la capacidad de superar todos los obstáculos. Dos ejemplos, de literatura y de compromiso.
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[…] de personajes como el presidente de su país Ismaïl Omar Guelleh. En los últimos tiempos, Waberi ha formado tándem con el propio Mabanckou en la denuncia pública de los sátrapas africanos y en la reivindicación […]
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