El regreso del Fondo Kati, la biblioteca de Tombuctú
“Nadie sabía que a las seis de la madrugada saldría de Tombuctú haciendo lo que ha hecho mi familia durante siglos: huir”
Lo que pretendía Ismael Diadié Haidara aquella mañana de 2012 era salvar de la quema una vez más el Fondo Kati, una biblioteca formada por 12.714 manuscritos poéticos, científicos y religiosos que su familia ha conservado durante cientos de años.
Pero hubo cambio de planes. En su puerta esperaban varias familias con la esperanza de huir con él y como “las personas van primero” descargaron los manuscritos de los vehículos que iban a transportarlos, los metieron en baúles y los dispersaron por casas de amigos en Malí, donde permanecen a salvo.
Esta es la historia de una huida de “la intolerancia, la guerra y la ceguera humana”que dura ya cinco siglos y medio.
Todo empezó en Toledo en 1467 . Los conflictos entre cristianos, judíos y musulmanes acaban provocando los fuegos de la Magdalena, un descomunal incendio en el que ardieron 1600 casas. Entonces Ali ben Ziyad al-Quti, juez civil de la ciudad y musulmán, abandonó la ciudad llevando con él sus documentos. Así comenzó un largo viaje al sur del estrecho y siguiendo probablemente las rutas tuareg, llegó a los territorios del Imperio Songhai (Malí) gobernado por la casa real de Askia. Se instaló en Tombuctú, “la ciudad de los sabios” y su hijo contrajo matrimonio con una sobrina del emperador.
Así es como a mediados del siglo XVI Mahmud Kati agrupó los manuscritos que su padre trajo de Toledo con los de su tío el emperador Askia y se creó el Fondo Kati.
La colección siguió creciendo al amparo de la familia Kati, de generación en generación. Llegando a convertirse en la legendaria Biblioteca de Tombuctú. A lo largo de la historia los manuscritos se ha dispersado y vuelto a reunir en varias ocasiones para evitar su destrucción.
Fue en los años noventa del siglo pasado cuando Ismael Diadié Haidara, descendiente de la familia Kati, decidió empezar una tarea a la que ha acabado dedicando su vida. Se propuso recuperar la mítica biblioteca que llevaba años dispersa y con la paciencia de un santo comenzó a buscar por la aldeas de las orillas de Níger, en casas de parientes y amigos, en baúles y trasteros hasta recuperar los miles de documentos y los trasladó de nuevo en Tombuctú.
Pero un nuevo peligro acechaba. La arena del Sáhara y la humedad del Níger amenazaban la conservación de los manuscritos. Ismael decidió entonces pedir ayuda a la tierra de sus antepasados, España. Y es así como consiguió, con el apoyo de la Junta de Andalucía, construir un edificio que albergara la biblioteca. “Creí entonces que por fin podría descansar. Pero me equivocaba”
En 2012, en pleno levantamiento tuareg, islamistas radicales invaden la ciudad de Tombuctú y no tardan ni 24 horas en presentarse amenazantes en las puertas de la Biblioteca Andalusí. Ismael comprendió enseguida lo que le tocaba. De Nuevo el exilio, de nuevo la huida y de nuevo la dispersión. Deshacer el trabajo de toda su vida.
Hoy los manuscritos están listos para cerrar el círculo que se abrió hace 550 años y volver a España donde reside Ismael después de recibir fuertes amenazas por parte de los radicales.
ISMAEL, EL ÚLTIMO GUARDIÁN TEASER from el sótano.doc on Vimeo.
Tres ciudades españolas han llegado a un acuerdo para albergar y dar a conocer la biblioteca: Jerez, Tarifa y Toledo. Sin embargo no vienen para quedarse, estarán yendo y viniendo continuamente dentro de un proyecto apoyado por la aseguradora DKV y la Fundación Fondo Kati para su digitalización, transcripción y traducción y de esta forma garantizar para siempre su conservación. También dentro de este proyecto se ha ampliado la colección con 2.200 piezas de arte africano y 30 años de grabaciones de tradición oral.
Cuando se le pregunta por el futuro…. “Nadie conoce el futuro. Lo único que sabemos seguro es que vamos a morir algún día. Y ni siquiera eso es seguro. Dios podría decidir hoy mismo que Ismael Diadié Haidara viva para siempre…” bromea Ismael, delgado y firme con su impecable bubú blanco y el peso de siglos en la mirada.
Excelente historia, Raquel.