Gaël Faye: “¿Por qué no puede haber un Harry Potter en Lagos o un Romeo y Julieta en Kigali?”
Dice que escribe para recuperar los paraísos perdidos para atrapar los momentos del pasado en los que ha sido feliz, porque los lugares se mantienen y a ellos se puede regresar, pero los momentos pasan. Ese es uno de los motivos por los que Gaël Faye (Buymbura, 1982) escribe y por los que en Pequeño país reprodujo, en parte, el clima de la Buyumbura de su infancia. De padre francés y de madre ruandesa, pasó sus primeros años en Burundi, pero en 1995 tuvo que trasladarse a Francia, después del genocidio en la vecina Ruanda y de que estallase la guerra civil en Burundi. Esos años en los que la convivencia en la región entera saltó por los aires enmarcan la historia de su primera novela, que fue en 2016 una auténtica revolución en Francia y que ahora publican la editorial Salamandra en castellano y Empúries en catalán.
Nos encontramos con el escritor y rapero francoruandés en un hotel de Barcelona para hablar sobre Pequeño país y sobre la vida, en general. A pesar de la apretada agenda de su viaje promocial, Gaël Faye se muestra atento. Se mueve sutilmente y muestra una disposición excepcional a hablar y a compartir. Asegura que nunca hubiese pensado que una historia sobre Buyumbura tuviese tanta repercusión y quizá por eso devuelve el agradecimiento de la atención en forma de una exquisita colaboración. Mientras explica sus motivos y sus experiencias, el joven artista transmite serenidad y mesura.
Has repetido en muchas ocasiones que Gabriel, el protagonista de Pequeño País, no eres tú de niño, pero hay muchas similitudes. ¿Cuál es la relación entre Gabriel y Gaël?
Gabriel podría ser yo, porque efectivamente, tenemos mucho en común. Pero para crear a Gabriel, yo me apoye en mis sensaciones, no en mis recuerdos. La verdad es que era muy pequeño y hay muchas cosas que no recuerdo. En intentado acordarme de mis sensaciones, del miedo, del hambre del asombro, de los colores, de los olores… y a partir de esas sensaciones he recreado un personaje. Es cierto que compartimos alguna cosa, pero a partir de eso le he creado toda una serie de acciones, de peripecias que yo no he vivido realmente. Y hay una segunda diferencia importante y es que Gabriel, en el relato, será completamente lúcido sobre la historia política que se está desarrollando, entenderá quienes son los actores, planteará preguntas, tendrá discusiones políticas con sus amigos. Y en mi caso, no fue así. Yo no comprendí lo que estaba ocurriendo. No entendí la guerra, ni la violencia. Todo estaba mezclado y era confuso para mí, así que he dado a Gabriel mi lucidez de adulto. Es un niño literario, no creo que un niño así hubiese podido existir en la realidad.
Y en tu caso, ¿cómo has llegado a esa lucidez, a entender lo que había pasado durante tu infancia?
Lo entendí después, leyendo, acudiendo a las conmemoraciones, escuchando los supervivientes…
La identidad tiene un papel importantisimo en la de Pequeño país. ¿Significa que es algo por lo que te preocupas?
Mira, por ejemplo, a la edad de Gabriel, yo no me planteaba preguntas en ese sentido. Simplemente no entendía y no me lo planteaba. Escuchaba cosas, pero no era capaz de poner las palabras, francés, tutsi, ruandés… ¿quién soy? No. Escuchaba y percibía cosas. Percibí el odio de unos, la desconfianza de los otros… y todo eso me ha marcado, pero no le ponía nombres.
Y, ¿cómo te lo has planteado después?
Bueno, he tenido muchas fases, como cualquiera que busca su identidad. Cuando era adolescente, por ejemplo, rechazaba mi identidad francés porque tenía la impresión de que ser francés suponía ser cómplice del genocidio contra mi familia ruandesa por la responsabilidad de la política francesa en esos hechos. Cuando estaba en Burundi, era blanco, porque un mestizo como yo, en África, siempre es blanco y en Burundi me llamaban mzungu (nombre que se da a los blancos en suajili). Y en Francia, mis amigos franceses hablaban de “Gaël el negro”,o “nuestro amigo negro”… Así que generaba una cierta inestabilidad y tenía la sensación de que tenía que tener un papel concreto, como los blancos me veían negro, tenía que ser negro. Y ha sido gracias a la escritura y, sobre todo, a la literatura que he entendido. Sobre todo, gracias a la literatura criolla de Haití, de Martinica, de Guadalupe, de la Guayana, a la literatura de gente que vive en un mundo “criollizado” que he podido entender que se podían unir todas esas identidades en una sola.
¿Cuál es el resultado de esa reflexión?
Por ejemplo, ahora, si en Ruanda alguien me dice que no soy un verdadero ruandés porque tengo la piel clara, o porque he ido a un colegio francés… no me importa, sé que soy ruandés y no necesito la aprobación de los otros. Antes eso me afectaba, cuando era adolescente me tomaba esos comentarios como un ataque, igual que cuando escuchamos a algunos racistas franceses que dicen marchaos a vuestro país, yo pienso “no, este es mi país, yo soy francés”, aunque evidentemente tenga un origen distinto. Soy francés 100%, igual que soy ruandés 100% o burundés 100%. No estoy fraccionado, soy una fusión. A veces a los mestizos se les dice que son una suma, que tienen diferentes estratos, pero no es así. Los mestizos tienen que entender que son una fusión y en una fusión no se pueden distinguir unas partes de otras, forman un todo y ese todo el que está en equilibrio, porque es un todo en sí mismo. En todo caso, son varios afluentes los que forman un río.
Durante todo este tiempo, has ido regresando a Burundi regularmente durante todo este tiempo. ¿Qué similitudes y qué diferencias encuentras entre el Burundi que abandonaste en 1995 y el actual?
Creo que Burundi es un desastre, porque es un país con un gran potencial pero sufre una enfermedad que es la impunidad. Desde la independencia, si no antes, ha habido muchas masacre y nunca ha habido justicia. Eso hace que esté quien esté en el poder siempre hay una especie de ánimo de revancha. Es como un ciclo infernal de la violencia y la venganza que se repite. Mientras en Burundi no haya un proceso de reconciliación como el de Sudáfrica o el de Ruanda no habrá un cambio real. Por ejemplo, en Ruanda, a pesar de las dificultades, hay una sociedad que avanza, que está estructurada, hay instituciones, proyectos de futuro, la gente no piensa que mañana va a regresar la guerra, al contrario, la gente cree, invierte, hay jóvenes como yo que hemos vivido en el extranjero y regresamos con nuestras familias porque creemos en el país. Esa es la diferencia con Burundi, de donde la gente huye. Hay tendencia a exiliarse, a buscar un visado, porque no hay trabajo, no hay perspectivas de futuro. Y a partir de 2015 ha habido más violencia, más impunidad y los hijos van a querer vengar a sus padres que fueron asesinados…
Pero hablabas del potencial de Burundi…
Claro, a pesar de todo eso, hay un potencial inmenso. Al margen de que el país, sea bonito y esté bien situado, etc, hay una vitalidad política enorme. En 2015, los jóvenes salieron a las calles a riesgo de sus vidas, para reclamar que se respete la constitución y esa es una actitud que merece admiración y que nos hace decir que hay una gran conciencia política y un gran compromiso de la juventud burundesa. El problema es que la represión fue feroz, que unos fueron asesinados y otros tuvieron que exiliarse y la gente vive entre la miseria, el miedo y la familiaridad con la violencia, con todas las consecuencias como la corrupción, el clientelismo, etc, que van a hacer que haya dos o tres generaciones sacrificadas de nuevo, jóvenes que no va a ir al colegio, que van a vivir en la calle, que van a aprender que el futuro es el día a día y la única forma de sobrevivir es el robo… Para mí, es lamentable, por eso digo que es un desastre. Pero en todo caso, ver que hay jóvenes que están dispuestos a morir por palabras como democracia, elecciones, constitución… eso impone respeto y pueden ser un ejemplo para las juventudes europeas: juventudes mucho menos favorecidas que las nuestras y que, sin embargo, lo intentan, intentan que las cosas se muevan.
Tus experiencias las has contado por otros medios. También has hecho música contando este tipo de historias. ¿Con qué lenguaje te sientes más cómodo?
De momento, con la música, el rap. Al fin y al cabo esta es mi primera novela, tengo mucho que aprender. Estoy contento, evidentemente, porque no esperaba encontrarme aquí, por ejemplo, que la novela se tradujese a tantas lenguas (32, concretamente). De todos modos, me he dado cuenta de que la novela es la libertad absoluta, más que la música. Me siento más cómodo con la música, porque rapeo desde los 15 o 16 años y además, que cuando hablas de novela, hablas de literatura y tienes ejemplos que dan mucho respeto.
Pero en Pequeño país, también hay algo de hip-hop, ¿no?
Sí, las cartas que escribe Gabriel, el protagonista, las he planteado un poco así. Quería que tuviesen ritmo, he trabajado las aliteraciones, los efectos, las metáforas,… era mi pequeño recreo cuando escribía la novela. No estaba completamente a gusto cuando escribía la novela, eso tengo que confesarlo, porque era un nuevo estilo para mí. Y por otro lado, me preocupaba que el resultado fuese algo que la gente lo viese y dijese, ah mira es un rapero que ha escrito una novela. Para mí, habría sido una catástrofe. No quería ser el toque exótico. Quería que alguien que no me conociese me tomase por un novelista, no por un rapero escribiendo novela. Incluso, pedí a la editorial que no utilizasen eso como un reclamo en la promoción de la novela. Cuando escribía Pequeño país me ponía mi ropa de novelista, pero evidentemente uno no puede esconder lo que es. Vengo de la música, del hip-hop, de la poesía y también es importante para mí insuflar eso para tener mi propio estilo.
Hablando de literatura, el descubrimiento de la literatura es una tabla de salvamiento para Gabriel, el protagonista de la novela, ¿a ti te ha pasado algo parecido?
En mi caso, ha sido el descubrimiento de la escritura, no de la literatura. Gabriel en el momento en el que todo a su alrededor se funde y se viene a bajo, busca una escapatoria y la encuentra en los libros y lee con apetito novelas a las que hasta ese momento no había prestado atención porque eso le permite escaparse de su realidad, le ayuda. Y, en mi caso, empecé a escribir, en ese mismo momento, como Gabriel, por una razón que ignoraba, sin saber muy bien porqué. Empecé a escribir poemas, hacia 1995, porque tenía miedo, porque no entendía el mundo que me rodeaba, me daba seguridad y me hacía sentir bien. Dos o tres años después, cuando ya estaba en Francia seguí escribiendo. Y, precisamente, porque escribía, me interesé por saber cómo escribían los demás y es así como he descubierto la lectura. En ese orden.
Estamos en un momento en el que hay una importante corriente de escritores africanos que apuestan por utilizar la literatura para despertar las conciencias. Para ti, ¿cuál es el papel que debe jugar el escritor?
Pues la verdad es que intento no teorizar sobre eso. Creo que debe ser natural. Al final, la condición de artista es la posibilidad de ser libre, así que me da miedo que se intente endosar papeles a los artistas. Si mañana quiero escribir una historia de amor que ocurre en Manhattan, tengo todo el derecho. Me da miedo que salir de un ghetto supongo entrar en otro, porque se debe ser un artista comprometido que tiene que hablar de los problemas de África. Quizá en algunas generaciones previas, este papel ha sido necesario porque hacía falta una afirmación de la identidad frente a un mundo que la había aplastado. Pero ahora nos hemos podido considerar ciudadanos del mundo, sin olvidar nuestra raíz africana, está claro. Si tuviese un manifiesto que escribir diría que como joven escritor que viene del continente africano tengo derecho a escribir sobre las guerras, la violencia o la política, pero también sobre nuestras historias de amor, nuestras nimiedades cotidianas, la ciencia ficción, tenemos derecho a ser de todos los colores… y será así cuando nos encontraremos realmente con los otros, porque nos habremos asumido en todas nuestras dimensiones, nuestra pluralidad. Ha pasado lo mismo con el hip-hop, se decía que el rap tenía que ser la voz de la calle, del compromiso y de la conciencia; y yo creo que es enriquecedor que se diversifique y que haya diferentes corrientes.
Los escritores africanos están constantemente asediados por líneas rojas, sobre temas, sobre estilos, sobre enfoques, ¿qué hay que hacer?
Hay que pulverizar todos los muros y todas las cajas, las categorías en las que intentan meternos constantemente. Piensa que cuando escribí Pequeño país, todo el mundo me decía que un libro que habla de África no interesa a casi nadie. Incluso mi familia me decía que una historia de niños en Buyumbura no interesaría a nadie. Calculaban que venderíamos 5.000 ejemplares entre la gente que ha vivido en Burundi y le podía resultar curioso, mis amigos, mi familia, algunas personas que me conociesen por la música… No nos lo esperábamos, pero en la Navidad de 2016, Pequeño país fue el libro más vendido en Francia… por delante de Harry Potter.
Inesperado.
No, no, para mi era increíble. Pero eso me hizo pensar que todo nos ponemos barreras, porque los demás nos las ponen. Una historia que ocurre en Buyumbura es tan local y exótico que no puede tocar lo universal, no puede toca a todo el mundo, pero al final ha resultado que sí. En realidad, es hablando de uno mismo que podemos llegar a tocar lo universal, hablando de tu pequeño rincón, de tu pequeño jardín que tocamos lo universal. Creo que hay que tener confianza en uno mismo y no plantearse preguntas sobre qué esperan los demás de nosotros, cómo van a recibir lo que hagamos. Un artista es como un investigador que debe buscar en sí mismo sus propias emociones para generar una reflexión que sea coherente.
¿Falta cotidianidad en las historias y confianza en sí mismo en los autores?
África necesita también que los jóvenes digan que les apetece una novela de jóvenes que pasa en Buyumbura. ¿Por qué no? En un encuentro en un instituto con estudiantes ruandeses que habían leído Pequeño país, me decían la segunda parte de la novela no nos ha interesado mucho, porque habla de la guerra y así… pero el principio, cuando hablas de la circuncisión, de las historias con las bicicletas, eso sí que nos ha gustado, ¡porque es nuestra vida y eso no lo encontramos nunca en los libros! Los jóvenes africanos tienen ganas de esas cosas. ¿Por qué Harry Potter no puede vivir en Lagos en una universidad? ¿Por qué no puede haber historias de Romeo y Julieta en Kigali? Necesitamos meternos de lleno en nuestras propias historias, con nuestras propias palabras, nuestro propio lenguaje. Eso es afirmarse a sí mismo en toda su diversidad. Y además hay que cuidarse de que Occidente no quiera más que autores africanos que sean abanderados y portavoces del tono serio.
Hay un momento de Pequeño país en el que un personaje bastante particular, Jacques, dice: “África, ¡que desastre!”. ¿Es esa su voz?
No, no, no, ni mucho menos. Ese es el tipo de voz que escuchamos de un tipo de mentalidad de colono, pero también de gente que trabaja para ONG, la cooperación, que están en grandes casas, en las capitales africanas, con grandes jardines y pasa el jardinero y se dicen a sí mismos: Puff no lo conseguimos, ¡qué desastre África! Representan esas fórmulas lapidarias, que no dejan lugar a ninguna esperanza, que transmiten el afropesimismo que considera que no se puede hacer nada por el continente. Y paradójicamente son gente que vive de eso, si no, no sería gracioso. Pero no, está claro que esa no es mi voz.
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