Una novela musical o el kuduro en prosa
La leyenda urbana dice que después de una conferencia sobre el kuduro, el escritor angoleño José Eduardo Agualusa desafío al músico Kalaf Epalanga a escribir una biografía de ese ritmo que con raíces angoleñas y nacimiento mestizo, entre Luanda y Lisboa, conquistó Europa y las pistas de medio mundo. Epalanga no solo es el líder de Buraka Som Sistema, una de las formaciones que impulsó la internacionalización del sistema, sino que además es un contador de historias, en beats, en fraseos, y ahora en una prosa muy particular. El músico angoleño recogió el guante de su compatriota novelista e hizo lo mismo que ya había hecho con la música años antes: mezcló ingredientes de aquí y de allá, experiencias de diferentes lugares, ensayo, historia, anécdota, cuento y autobiografía, poesía en prosa, el relato de un apasionado y la reflexión de un experto, la vivencia del protagonista y el anhelo del soñadora; lo removió todo, y nos regaló una novela musical que es un ensayo de auficción, o un libro de historia popular, o un estudio bastardo, o todas esas cosas a la vez, o algo totalmente distinto. Las únicas certezas son que lo puso en unas páginas, que Juan Cárdenas lo tradujo, que Temas de hoy lo ha publicado en español, que se titula También los blancos saben bailar y que tiene el magnetismo de las historias que se cuentan al desnudo, sin aditivos.
El hecho es que explicando el kuduro, Epalanga nos explica las últimas décadas de la historia de Angola; nos explica las experiencias migratorias de muchos angoleños, de mozambiqueñas de bisauguineanas o de caboverdianos que se trasladaron a la metrópoli y llenaron de una vida muy particular las ciudades portuguesas y, en especial, Lisboa; nos explica las sensaciones de africanos perdidos por Europa, incomprendidos y despreciados pero imprescindibles para insuflar vitalidad al viejo continente; nos explica cómo la música y el baile expresan cosas que difícilmente se pueden expresar de otra manera, desde la frustración hasta los sueños, desde la esperanza hasta la asfixia; o nos explica la gula de una industria musical capaz de devorarlo todo, de domesticar y manipular, de digerir y de vomitar. Y, de nuevo, como ya hizo con el kuduro, este músico angoleño que se ha desvelado como un brillante novelista, rompe todos los límites de la narración. En También los blancos saben bailar, se mezclan y se confunden las voces, se desarrollan tramas en diferentes momentos sin demasiada distinción y se funden los géneros.
El hecho, en realidad, es que mientras se está leyendo este relato solo se puede pensar en acompañar al autor por las calles animadas de Lisboa, por los barrios más africanos de Portugal, por los asentamientos populosos e inundados de Luanda, o por los mercados de la capital angoleña. Entre las líneas de También los blancos saben bailar se llega a oler el ambiente cargado de un club subterráneo lisboeta, a sentir el ritmo frenético de una discoteca sudafricana o a percibir el bullicio en un candongueiro (una furgoneta de transporte colectivo) luandés. Sin necesidad de artificios, Epalanga nos traslada al Sonar, el festival de música electrónica de Barcelona, y a los clubs de media Europa; o nos lleva a compartir encuentros con los productores más deseados de la industria de la música electrónica global.
El relato transmite de la manera más natural la contradicción en la que se ha movido siempre el kuduro, desde su origen mestizo y felizmente bastardo; desde el gueto hasta los clubs más selectos; desde los momentos de rechazo en Angola por su domesticación hasta su atractivo exótico en el norte global; pero siempre con la capacidad de canalizar la expresión y, sobre todo, con la imposibilidad de resistirse a su ritmo. Aunque pueda parecer extraño, el planteamiento de la historia es tremendamente coherente con esta lógica de contradicción y retorciendo hasta la locura su capacidad narrativa (y provocadora) Kalaf Epalanga no hace arrancar esta biografía del kuduro ni en una discoteca de Lisboa, ni en un suburbio de Luanda, sino en el puente Svinesund, en la frontera entre Suecia y Noruega, casi a medio camino entre Oslo y Gotemburgo. El desencadenante de esta historia, seguramente muy intencionado, es la experiencia de un músico que a pesar de ser reclamado por los festivales más populares de todo el mundo, se ve bloqueado por la policía cuando pierde su pasaporte y al que, a pesar de las posibles consecuencias negativas de burlar la ley, solo le importa llegar a su próximo concierto y seguir diseminando el kuduro.
También los blancos saben bailar es un auténtico regalo, que muy generosamente, Kalaf Epalanga ha ofrecido al mundo, igual que había hecho hasta ahora con su música, porque en el relato el artista vierte mucho más que sus anécdotas y sus experiencias, incluso mucho más que sus estudios e investigaciones, vierte reflexiones, pero también sentimientos y sensaciones, sueños y quejas. Es un regalo para los y las amantes de la música electrónica, de la historia de Angola, de la historia de Portugal, de la vida urbana, de las culturas populares, de las reflexiones sobre la identidad, de las experiencias desde la migración, de las pequeñas historias de la vida cotidiana, de las historias en general y de la literatura sin tapujos y sin concesiones, de la expresión pura del arte y de la construcción de una narración sin complejos. En resumen, es un regalo para cualquier persona inquieta y curiosa, con ganas de viajar en tiempos de pandemia a lugares a los que nunca podría viajar físicamente.