Historias de la guerra y la huida de la mano y la palabra de Mia Couto
“En aquel lugar, la guerra había matado la carretera. Por los caminos solo se arrastraban las hienas, hurgando entre ceniza y polvo. El paisaje se había injertado de tristezas nunca vistas, en colores que se pegaban en la boca. Eran colores sucios, tan sucios que había perdido toda la ligereza, olvidados del atrevimiento de levantar el vuelo por el azur. Aquí, el cielo se había vuelto imposible. Y los vivos se habían acostumbrado a la tierra, en un resignado aprendizaje de la muerte”.
Así empieza la novela Tierra sonámbula, del mozambiqueño Mia Couto. El título de ese primer episodio es también representativo: “La carretera muerta”.
En 1992, los representantes de Frelimo y Renamo firmaron un acuerdo de paz en Mozambique que acababa formalmente con quince años de guerra civil. Esa guerra fratricida, además había tomado, prácticamente, el relevo inmediato de la guerra anticolonial que las fuerzas independentistas había librado contra Portugal. Es decir, el país ponía fin a un ciclo de casi treinta años de guerras sucesivas, desde 1964.
Ese mismo año, se publicó la primera edición de la primera novela de Mia Couto, que llegaba con la esperanza de paz, pero mirando a los tiempos de conflicto. En una maniobra muy propia del autor mozambiqueño, el escritor descubría y compartía una nueva manera de huir de ese inhumano e insoportable estado de guerra, la literatura se alzaba como una forma de construir, evidentemente, pero también como una vía para la huida cuando no queda otra opción.
La editorial Periscopi se ha sumado, recientemente, con Terra somnàmbula, una edición en catalán, a los volúmenes publicados en castellano por Alfaguara y Debolsillo. La versión traducida magistralmente por Pere Comelles Casanova (de la que se han tomado los fragmentos escogidos y han sido traducidos al español por el autor de la reseña) nos sirve de excusa para recuperar el relato del mozambiqueño que ha sido considerado una de las diez mejores novelas del siglo XX y que fue llevada al cine. El particular estilo de Mia Couto hace el trabajo de traducción de un Comelles premiado más meritorio.
En este caso, la habitual atmósfera onírica creada por la prosa poética e imaginativa de Couto tiene una intencionalidad muy concreta: huir de la realidad o más bien, construir una realidad en la que él y los y las demás mozambiqueñas pueda vivir. El propio autor aseguraba en una entrevista: “Tengo 42 años (en 1998) y he pasado la mitad de mi vida en guerra”. Y al mismo tiempo manifestaba sus temores: “Creía que la guerra no iba a acabar nunca”. Por ese motivo la guerra es una de las protagonistas de Tierra sonámbula, es una constante en la historia y, sin embargo, nunca aparece explícitamente. Es así como Couto transmite el peso de la guerra para la población, es una amenaza, condiciona la vida y es una especie de sombra, un nubarrón, una masa viscosa que lo impregna todo. No hay un solo episodio de guerra al uso en toda la historia y, sin embargo, la guerra siempre aparece en el horizonte.
La historia de Tierra sonámbula es un retrato de la guerra pero, sobre todo, es el relato de la huida de esa guerra:
“- Por eso digo: no es el destino, lo importante, sino el camino.
Que hablaba de un viaje que tenía un solo destino, el deseo de marchar nuevamente. Este viaje, sin embargo, debía seguir respetuosamente sus consejos: tendría que irme por mar, caminar hasta la última lengua de la tierra, donde el agua provoca sed y la arena no conserva ninguna huella. Que me llevase el amuleto de los viajeros y lo guardase en una vieja cáscara de una nuez vómica. Y que buscase los confines en los que los hombres no guardan ningún recuerdo. Para deshacerme de mi padre y conseguir que no me siguiese no podía dejar ninguna señal de mi trayecto. Pasaría como los pájaros que atraviesas los ponientes”.
Muidinga, un niño perdido, y Tuahir, el viejo que le acompaña y cuida de él a su manera, están en fuga constante, en medio de la precariedad de una guerra que mezcla sueños, desolación, poesía y muerte. Muidinga encuentra una cierta evasión en los cuadernos de Kindzu, un joven que también esté en medio de una desesperada huida.
A su vez, el relato de Kindzu desvela algunas de las preocupaciones que Couto ha transmitido repetidamente en su trayectoria literaria. Cuestiones como la identidad, como la patria o la convivencia se tejen con el universo onírico y poético del escritor para articular un particular retablo en el que aparecen elementos de la tradición local, por la que Couto se ha preocupado habitualmente, los personajes de las cosmovisiones que persisten en Mozambique, se convierten en actores de la tragedia que tiene un inevitable sabor a historia con moraleja. El clima fantástico del escritor tiene una aliado fundamental, su creatividad lingüística. El mozambiqueño consigue hacer verosímiles situaciones y personajes gracias a su capacidad para inventar palabras y construcciones. Para transmitir un escenario con una particular relación con la realidad no hay mejor fórmula que construir a medida las palabras que mejor se adaptan a las necesidades. Puede que no sea fácil contar un mundo en el que se mezcla lo visible y lo invisible, en el que los genios conviven con la devastación de la guerra o las capacidades que sobrepasan la realidad se cruzan con sensaciones tan mundanas como el hambre o el miedo. Puede que no sea fácil contarlo, si no se tiene las herramientas adecuadas, así que Couto se arma de estos instrumentos.
“En aquellos años todo tenía sentido todavía: la razón de este mundo estaba en otro mundo inexplicable. Los ancianos hacían de puente entre estos dos mundos”.
Tierra sonámbula
es la primera de sus novelas y presenta de manera radical todos sus rasgos más característicos. Estan los temas, pero también los ambientes, las construcciones y los trucos del autor, esa creatividad lingüística y la mezcla de tradiciones, el sabor poético de todo lo que escribe que igual le sirve para que el lector se siente delante de una atrocidad, sin apenas haberse dado cuenta, como para mostrar la realidad de la manera más descarnada. Tierra sonámbula contiene todo lo que se ha elogiado de Couto y también todo lo que se le ha reprochado. Y el simbolismo, siempre el simbolismo, un sistema de significados que te permite, volver a rascar la superficie, una y otra vez, y encontrar conexiones que antes de habían pasado desapercibidas.
“El tiempo se paseaba con dóciles lentitudes cuando llegó la guerra. Mi padre decía que era un lío venido de fuera, traído por los que habían perdido los privilegios. Al principio, solo escuchábamos las vagas novedades que pasaba lejos. Después, los tiroteos se fueron acercando y la sangre fue llenándonos los miedos. La guerra es una serpiente que utiliza nuestros propios dientes para mordernos. Su veneno circulaba ahora por todos los ríos de nuestra alma. De día ya no salíamos, de noche no soñábamos. El sueño es el ojo de la vida. Nosotros estábamos ciegos”.
Couto nos reserva incluso algunos giros argumentales que ha ido construyendo y cuidando con mimo a lo largo del relato, para que al final, todos los hilos estén es su sitio y nos muestren el tapiz deseado, que a su vez se permite ocultar, solo a la vista bajo rayo X, la imagen de la historia que nosotros hayamos querido construir o interpretar con las pieza que nos da el autor.
“Eso es lo que quiero: borrarme, perder la voz, desexistir. Suerte que he escrito, paso a paso, este viaje mío. Escritos así, estos recuerdos quedan prisioneros del papel, lejos de mi. Esta es la última libreta. Después, lo ordenaré todo en la maleta que me ha dado Surendra. Al final, Surendra es el único cuya compañía acepto. El indio y su nación soñada: el océano sin fin”.