La historia de un tiralleur defendiendo la libertad de una Francia resentida y amargada
A principios de 2023, el estreno de la película Tiralleurs volvió a alimentar la polémica en Francia sobre el papel de los combatientes africanos en las filas del ejército francés durante las guerras mundiales, especialmente en la segunda. Con un reparto liderado por el exitoso Omar Sy la repercusión estaba garantizada y con algunos guiños en la producción, como ciertos fragmentos gravados en lenguas nacionales africanas, se pretendía transmitir una idea de revisión y reconocimiento de esos soldados llegados de las colonias que ocuparon las primeras filas en las tropas galas. Sy, además, no se ocultó ante las polémicas y volvió a reabrir temporalmente el debate sobre la necesidad de reconocimiento y reparación hacia aquellos soldados profundamente ninguneados y maltratados. Sin embargo, el novelista guineano Tierno Monénembo ya había recuperado esa experiencia de los tiralleurs una década antes y con un enfoque todavía más ambicioso.
En 2012, Monénembo publicó Le terroriste noire, que fue galaronado al año siguiente con el Prix Ahmadou-Kourouma que se entrega en la feria del libro de Ginebra a la novela escrita por un autor africano en lengua francesa más relevante del año. En 2021, la editorial La Umbria y la Solana publicó El terrorista negro en español a través de la traducción de Pedro Suárez Martín. Y con esta obra recuperó la figura de los tiralleurs mediante la historia de Addí Bâ, un soldado de origen guineano alistado en las filas del ejército francés que acaba encontrándose en la zona ocupada y que llega a liderar la resistencia.
Monénembo desgrana la historia de este héroe silenciado en un contexto completamente adverso. Addí Bâ es un soldado negro perdido en los bosques de Alsacia cuya única presencia ya llama la atención, pero que además es un desafío a una sociedad enormemente cerrada. De esta manera, el autor tiene la oportunidad de dibujar esa anomalía, una comunidad rural que descubre un “otro” que además rompe muchos de los esquemas precisamente en un momento en el que los pilares más básicos se tambalean. La ya anciana Germaine es la narradora principal y el sobrino de Addí Bâ su auditorio. Germaine conoció al tiralleur y resistente cuando era una niña y el fugitivo se integró en su familia en el pequeño pueblo de Romaincourt. Seis décadas después y tras una intensa batalla social y legal, cuando se reconoce el papel de Addí Bâ y va a ser homenajeado, su sobrino, la única familia que le queda es invitado a viajar desde Guinea para participar en esas tardías honras. Más allá del protocolo y los discursos Germaine se encargará de explicarle como fue la vida del héroe modesto y menospreciado que fue su tío. Incluidas las penurias, las locuras del soldado huido; las mezquindades, las cobardías y las vergüenzas; y las valentías y los actos honrosos de unos y otro.
La llegada del fugitivo Addí Bâ a Romaincourt fue un momento determinante para el pueblo y una lección definitiva para sus habitantes:
“Yo tampoco, como Etienen, como el alcalde, como el cura, como el techo de la iglesia, como los beodos del bar Chez Marie, había visto un negro y, de entrada, lo vi de espaldas, señor. (…). Francia había dejado de ser una república para transformarse en una cosita cualquiera y clandestina. Y como todos vivían camuflados, pensaba yo que se había disfrazado también él para escapar del demonio que rondaba por las ciudades en llamas y los caminos del éxodo”.
El relato insiste en la excepcionalidad de la presencia de un soldado negro en los bosques de los Vosgos. Pero la explicación de los acontecimientos que provocaron esa situación también permite ir perfilando la tozudez y la particular visión de la lealtad, la honradez y la propia lucha de Addí Bâ y, a través de él, de los tiralleurs:
“Allí fue donde lo apresaron, señor, durante la famosa batalla del Río Meuse. Debía ser el 18 de junio de 1940 (…). La víspera, el mariscal Pétain había lanzado su llamamiento. De Gaulle, el mismo 18, el suyo. Pero los negros no estaban al corriente, nadie se lo había advertido. Les habían dicho: «Peleen ustedes hasta el final, y que no pase ninguno de estos perros alemanes». Y desde las Ardenas hasta la Haute-Marne, pelearon con toda la fe y toda la rabia que se les conoce.
Dos regimientos de tiradores debían impedirle al enemigo cruzar el Meuse (…). Tenían por misión la defensa de un puente. Solo que sus mosquetones no podían gran cosa contra la artillería alemana. Resistieron toda la noche y todo el día del 18 al 19 pero, al amanecer, hambrientos, y abandonados por sus superiores blancos y desprovistos de municiones, tuvieron que retroceder. Los más afortunados lograron desaparecer en los bosques cercanos; él se refugió en un vagón. En ese momento fue detenido y conducido al Neufchâteau donde fue encarcelado en el cuartel Rebeval con varios de sus compañeros”.
Teniendo en cuenta el final del soldado refugiado entre los vecinos de Romaincourt, no es de extrañar que Tierno Monénembo insista constantemente en el clima reinante en el pueblo. Y, a pesar de la capacidad de Addí Bâ para encajar en aquel particular ecosistema, el relato tiene siempre presente el ambiente de reconcores y rencillas, de mezquindad y de cuentas pendientes que marca la vida del pueblucho:
“Sus galones, se los había ganado. No se volvió a ver a nadie burlarse de él, por lo menos en su cara. Lo que no quiere decir que todos lo quisieran. De haber sido así, no lo hubieran denunciado. Eso no quería decir que no hubiera palabras racistas y miradas socarronas de detrás de las cortinas. Estamos en Romaincourt, señor, un lugar de cien habitantes en el que todos somos primos, aunque, algunos, no se hablen desde el siglo pasado. Puertas cerradas sobre matrimonios fallidos y conflictos por las tierras. Un reducto de celos, de desconfianzas y de suspicacias en el que todos los hombres son feroces y los rencores duran un siglo”.
La historia va igualmente dibujando las particulares relaciones que el recién llegado traba con los diferentes habitantes del pueblo y los vínculos desde los que construye la confianza, en algunos casos, insospechada, como ocurre en el caso de abuela de la propia Germaine:
“Ella había aceptado la vida mezquina y dura del lugar, azotada por los vientos, despellejaba por las guerras y por las tormentas de nieve, moldeada por la rutina y por la promiscuidad. (…) Ahora ella le acercaba un biberón imaginario, intentaba hasta donde ella podía, servir de raíces y de sombra a este africano que nadie había previsto y que, en un continente más acá, no tenía ni hermano ni hermana, ni herencia ni madre. Nada más que la triste música de la nieve, nada más que el abismo sin fondo de la guerra”.
Desde diferentes ángulos, Monénembo presenta una historia de integración muy particular, en la que la mayor parte de los vecinos que establecen una relación honesta con Addí Bâ, le respetan sus excentricidades y aceptan sus silencios y sus secretos. Con la certeza de que el soldado guineano está arriesgando por el pueblo su vida (y en algunos momentos, también poniéndola en riesgo), la inserción de Bâ en la comunidad se produce en condiciones de respeto a esos espacios que siguen siendo opacos:
“Su vida terminó por parecerse a la nuestra. Estaba su familia y después, el resto. Su familia fue la mía, los Tergoresse, y al mirar esta calle, allá lejos, que a partir de ahora lleva su nombre, me siento muy orgullosa. Cuando los alemanes lo fusilaron, nosotros no habíamos perdido a un negro de las colonias caído aquí al escapar de los bosques, sino a un hermano, un primo, un elemento esencial del clan, uno de nuestra misma sangre”.
“Y pronto, los niños dejaron de lloriquear ocultando los ojos, los hombres de apresurarse, las señoras mayores de esconderse detrás de las cortinas al verlo pasar. Se transformó en unos cuantos meses, no se sabía muy bien porque truco de magia, en un elemento familiar del decorado de la misma manera que el frontón de la iglesia o los pilares de los lavaderos. Incluso los borrachines de Chez Marie que se pasaba el día con bromas salaces a propósito de todo cuanto no era de aquí, al vaciar sus cortadillos de parra, cambiaron sus chistes y su actitud”.
El terrorista negro, además de un ejercicio de reconocimiento de la figura silenciada y oculta de los tiralleurs es un valiente acto, por parte del novelista guineano, de realismo en torno a un episodio mítico. En este relato, Monénembo desmitifica la imagen gloriosa de la Resistencia. Primero, evidentemente, poniendo a un extranjero (y además africano) al frente de una de sus células, pero también sacando a relucir la precaria organización de los grupos y, sobre todo, las reticencias de algunos de los locales.
“Ahora se sabe algo más sobre este misterioso intervalo en la vida de nuestros bellos y queridos Vosgos. Los archivos están ahí. Quienes no tenían nada que ocultar han hablado. Quienes lucharon son conocidos ahora, incluido su tío, sesenta años después, todo se ha dicho y después de muchas dificultades, gracias a la pinette. Ahí están, en las estelas, en las plazas públicas, en los callejones y en las calles, con palabras que muestran que no murieron en vano. No se puede decir lo mismo de los demás, condenados a la reprobación, al anonimato, al desprecio, a la eterna suspicacia. Los otros son los cobardes, los resignados, los salpicados”.
“La resistencia, fue cosa de agentes como usted y como yo, granjeros, destiladores, furtivos, maestros, figoneros, médicos, lavanderas. ¡No eran héroes, señor, eran tan solo unos desesperados!”.
El baño de realidad sobre la Resistencia alcanza también la mención al papel jugado por la mezquita de París, por ejemplo, en un episodio para salvar la vida de un niño judío en fuga:
“Y Saleh se había suavizado, y Saleh le había sonre Y las puertas de la mezquita se habían cerrado para protegerlo contra las calamidades del exterior punto ignoraba que unas simples palabras tuvieran el poder mágico de un ábrete sésamo. No sabía que el mundo se resumía a menudo en unas barreras y en unas contraseñas. Era un desastre, señor. Sobrevivir significaba, ya de por sí, un acto de resistencia. Salvar el pellejo propio era tanto como salvar el de los demás, de todos los demás”.
A pesar de que el desenlace de la historia es evidente desde un primero momento, Tierno Monénembo es capaz de mantener la tensión. Se sabe que Addí Bâ acabará jugando un papel fundamental en la Resistencia pero la narración de cómo se construye la célula es intensa y magnética. Se sabe desde el principio que Addí Bâ es traicionado por sus vecinos y fusilado por los alemanes, pero el novelista guineano consigue mantener el misterio sobre las circunstancias concretas y los detalles e hilar un relato coherente en relación con este aparente giro del destino. La historia aparece atravesada por los sentimientos desde los celos hasta la lealtad, desde la venganza hasta la honradez o desde las reticencias hasta la confianza más absoluta; pero también por el propio escenario, la dureza de los bosques o el clima inclemente esculpen las personalidades de los personajes, que sin embargo se despliegan de manera diferente, acentuando el factor humano. Y por último luce especialmente el desparpajo con el que reclama el reconocimiento del papel de los combatientes africanos en la liberación de Europa y la exigencia de realismo incluso en los episodios más heroicos.