La ironía de Konan que dispara contra la corrupción
Vuelve 2709 Books y, de su mano, regresa también Venance Konan, el autor que se ha convertido prácticamente en un estandarte de la editorial. Se podría decir que 2709 Books, prácticamente, nos descubrió al escritor marfileño y su particular estilo en el que el humor sirve para envolver con suavidad la crítica más afilada al nepotismo, el clientelismo y la corrupción política, así como otros vicios de una sociedad a la que retrata y caricaturiza.
Konan es una especie de talismán para la responsable de 2709 Books. Después de un año sin novedades, desde que en su cuarto aniversario publicasen la deliciosa edición bilingüe de El libro de los secretos – Doomi Golo, de Boubacar Boris Diop, el proyecto ha celebrado su quinto cumpleaños con la historia de Los Catapila, esos ingratos, de Venance Konan, traducido por Alejandra Guarinos Viñals. El escritor marfileño fue el primer autor publicado por este sello, especializado en literatura de autores africanos y que edita sus libros en formato digital, y les ha acompañado en otras celebraciones. Ahora, 2709 Books hace un esfuerzo por mantener su actividad y qué mejor que recurrir a uno de los irónicos y mordaces relatos de Konan.
En este caso, los protagonistas vuelven a ser Robert y los Catapila, la capacidad del primero para meterse en líos y hacer fracasar los planes aparentemente más infalibles y la particular relación entre los propios Catapila y los habitantes del pueblo en el que fueron acogidos. En este caso, los huéspedes son los que son parasitados por los anfitriones que, por otro lado, consideran que los Catapila les deben una especie de gratitud eterna y sin límites. Todos los excesos en sus afán por exprimir a esa comunidad acogida parecen justificados por el hecho de que un día les cedieron un trozo de bosque. La disposición de los Catapila para labrarse un futuro provechoso a base de esfuerzo y trabajo parece que no tiene importancia para Robert y los suyos. Los Catapila serán siempre unos ingratos a sus ojos, al menos, siempre que no cumplan con sus caprichos.
Robert es, en realidad, un vividor fracasado. Aparentemente, es el más popular de su pueblo, un líder natural, como llegan a calificarlo en un momento, y parece llamado a hacer algo importante en la vida. Es un superviviente, en realidad, un holgazán que busca la manera de vivir de la mejor manera posible con el menor esfuerzo. Atribuye a un hechizo temprano su incapacidad para concluir sus proyectos e, incluso, para conseguir retener en sus manos el dinero que, en algunos momentos, fluye en abundantes cantidades. El hechizo es muy sencillo, para Robert todo se limita a conquistas a nuevas mujeres e invitar a beber a sus amigos en el bar, quizá eso tenga algo que ver con el destino frustrante de sus empresas.
Cada vez que Robert se acerca al poder y consigue tenerlo alcance de la mano, parece encontrar el camino del éxito, una circunstancia externa e incontrolable da al traste con sus planes. Golpes de Estado, revueltas, guerras e incluso invasiones se cruzan en la vida de Robert para hacer naufragar sus esperanzas de acomodarse entre los que mandan.
Manteniendo su habitual estilo narrativo, Venance Konan mezcla en esta historia, de nuevo, el entretenimiento con una evidente crítica política y social. Konan no tiene piedad con la autocomplacencia ni con la manía de eludir responsabilidad de una sociedad que prefiere echar la culpa de muchos de sus males a los demás. Si no es la brujería, son los migrantes, pero cualquier excusa parece buena para una sociedad que deja perderse las cosechas o que prefiere quedarse disfrutando “del calor corporal de las mujeres” por las mañanas antes que ir a trabajar. “A ninguno le apetecía abandonar a su mujer de madrugada para empaparse en medio de las malas hierbas. Además, durante la estación de lluvias siempre aparecían arcoíris en el bosque. Y en nuestra cultura, los arcoíris se enrollan en los hombres para chuparles la sangre”, justifica en un momento el narrador uniendo todas las excusas en una misma sentencia. “¡Mierda, nos están jodiendo de lo lindo estos Catapila! Siempre se las apañan para que no podamos prescindir de ellos. Vaya unos impresentables”, se queja el propio Robert en una de las ocasiones en las que el pueblo se deshace de esa comunidad.
Como ya había hecho en otras ocasiones, Konan aprovecha este relato para construir una especie de fábula acerca de la convivencia. Con los Catapila como centro de la otredad en el pueblo de Robert, pero con otros elementos como el Mauritano o un nigeriano que arregla ruedas de bicis. Konan demuestra como la figura del otro acostumbra a ser una excusa para tener alguien a quien echarle las culpas y cómo la resistencia a reconocer la ausencia de diferencias sustanciales tiene que ver, precisamente, con guardar una cabeza de turco útil. Sistemáticamente el pueblo de Robert dirige sus iras contra los Catapila y una vez tras otra los expulsan, pero los vuelven a acoger porque son incapaces de cubrir su vacío. Ese equilibrio entre comunidades es siempre delicado y la ironía y el sarcasmo que destila el relato de Konan, ridiculiza a aquellos que se resisten a aceptar al que es diferente.
Algunos pasajes resultan especialmente representativos de ese ciclo, como la escena que se produce cuando expropian a Mauritano su tienda: “Robert le había dado dinero a Pequeño Robert para que abasteciera la tienda de Mauritano que había pasado a ser de su propiedad. De modo que se fue a la ciudad y volvió con nosotros a las barricadas una semana más tarde, cuando se hubo gastado todo el dinero que Robert le había dado. Nos explicó que había decidido que lo más urgente para él, de momento, era la defensa de la República. Por lo que había dejado la tienda en manos de su mujer. Ella se encargaría de ir a la ciudad a por provisiones. Cuando ella fue a la ciudad se encontró con Mauritano y le pidió que volviera a ocuparse de tienda. Mauritano aceptó y regresó al pueblo; nos sentimos muy aliviados. Se haría cargo de la tienda, aunque el nuevo propietario fuera Pequeño Robert”.
En todo caso, la gran crítica que destila el relato de Konan, como en otras ocasiones, es la de la corrupción política y el clientelismo. La historia de Los Catapilas, esos ingratos, muestra el pegajoso y pringoso lodo en el que se desarrolla la política, especialmente, en los entornos rurales. El dinero, pero más a menudo obsequios más mundanos como camisetas o calendarios engrasan las fidelidades y compran las voluntades que, por otro lado, son evidentemente volátiles. Sin embargo, el ácido relato del escritor marfileño pretende poner de manifiesto que difícilmente se producen cambios importante, más allá de un partido o la cara de un político. Sucesivos aspirantes a contar con la simpatía y el apoyo de los lugareños, repiten una y otra vez las mismas promesas. Y ninguno de ellos las cumple. Ente tanto, los sobres van cambiando de manos y para los impostores profesionales la militancia se convierte en una forma de vida.