Literatura, memoria e infancia, por Tierno Monénembo.
El pasado mes de abril recordamos el genocidio de Rwanda que tuvo lugar en 1994. El siglo XX fue el escenario de otros acontecimientos crueles que no acaban de cesar en este siglo XXI. Están de plena actualidad y son el reflejo del desentendimiento humano. ¿Tendrá que ver el olvido con la repetición de estos actos? El arte se presta a menudo a esa necesidad que encamina a contar y no silenciar lo ocurrido, con la finalidad de aportar en la reconciliación y la reconstrucción. Como dice Sergio Ramírez, “escribir libros es una tarea con consecuencias, y una obra literaria desborda siempre la página escrita y altera de alguna manera la realidad. […] Los vacíos que deja el relato de la historia contada por los historiadores de profesión, vacíos que siguen siendo numerosos, vienen a llenarlos los escritores, sin que nadie pueda vedarles el uso de la imaginación, que se halla en la esencia de su oficio, a la hora de contar los hechos de la historia”. Así, otras perspectivas vienen a completar la complejidad histórica. Entre estos discursos alternativos encontramos la novela de Tierno Monénembo, L’Aîné des orphelins (2000). El escritor guineano presta atención a los más desprotegidos y, sobre todo, desatendidos: los niños. A través del protagonista, Faustin, comprobamos con angustia el trágico paso de la infancia a la vida adulta de unos personajes que viven en el contexto de un conflicto social complejo e incomprensible. Monénembo recupera las historias del genocidio de Rwanda a través de unos ojos inocentes para mostrar la imposibilidad de un presente y un futuro dignos para este conjunto de niños traumatizados.
Faustin es el representante de todos esos niños y niñas que después de los genocidios despertaron sin familia, sin hogar al que volver, sin nada ni nadie. Niños callejeros que, inconscientes de su situación, trataron de continuar la vida errando por las calles de la capital, Kigali. Con 15 años, Faustin está en la cárcel y acaba de ser condenado a muerte. Han pasado 5 años desde los avenements (acceso, advenimiento) como prefiere llamarlos Faustin, en lugar de événements (acontecimientos). Siguiendo la lógica de que todo acto final se debe a una cadena de pequeñas decisiones y acciones que deciden el destino, Faustin decide ponerse a recordar su pasado. Así, a modo de flash-back desvelará su pasado fragmentado y recordará cómo y por qué ha llegado allí.
Monénembo consigue que nos pongamos en la piel de este y de todos los niños que vivieron esa situación. Los primeros días después de las masacres, los niños erran por las calles sin ninguna clase de referencia. “Supongo que, como yo, no sentían la necesidad de abrirse o de jugar”, confiesa el protagonista. Huyen de los adultos y de sus mentiras dolorosas incapaces de entender su mundo. Tampoco los adultos se esfuerzan en explicárselo ni en entenderlos. Claudine, la asistenta social que intenta en vano ayudar a Faustin, echa la culpa a la Historia sin acercarse verdaderamente a la mente de Faustin. No lo culpará ni por su actitud ni por sus actos, pero tampoco se sentará a escucharlo. Faustin está en la cárcel porque encontró a uno de sus compañeros acostado con una de sus hermanas. Asume lo sucedido y se niega a ser perdonado por un juez por el hecho de ser un niño. Se revela ante la idea que tienen los adultos de él como un ser inferior y se siente responsable de sus actos. Al fin y al cabo, su cinismo y su falta de respeto no son más que el reflejo del universo adulto presente y de su sufrimiento. En un mundo sin moral, en medio del caos, no encuentra justicia ante un acto de violación como ese. Él mismo, Faustin, se erige como justiciero para todas aquellas mujeres violadas durante el genocidio.
La novela es, esencialmente, una escritura de memoria donde lo principal es recordar. Su infancia es un recuerdo doloroso, nostálgico pero dulce. Representa un lugar de la memoria en el que refugiarse porque, a pesar del caos, de la huida y de la rebeldía, “incluso cuando uno es un irrecuperable, incluso cuando se ha alcanzado el infierno, uno necesita a alguien para que le mantenga conectado al mundo”. Todos reclaman, pues, cariño, comprensión y ayuda.
Escribir sobre estos conflictos implica, en efecto, un compromiso y una elección ética. «Es a base de olvidar como se pierde la memoria », dice Tierno Monénembo en Un rêve utile (1991). Compartir, denunciar, visibilizar y aportar esperanza son los objetivos del proyecto del que esta novela forma parte. Se trata de una iniciativa que nació de la impotencia ante la manipulación de los medios de comunicación y de una ausencia vergonzosa de reacción por parte de los intelectuales del propio continente. Se vieron obligados a reaccionar ante “el silencio aberrante que rodeaba este drama ruandés, sobre todo en los medios africanos”. Nocky Djedanoum convocó en 1998 a 10 escritores y escritoras africanos a una residencia de escritura en Ruanda. Bajo el título «Rwanda: écrire par devoir de mémoire» estos escritores y escritoras viajaron a Ruanda con la tarea de conocer y dar a conocer lo sucedido. Era necesario abrir las puertas a un diálogo que sirvieses a la vez de medio de expresión, de comprensión del pasado y de denuncia de la presente lucha que se llevaba a cabo por sobrevivir. ¿Cómo contar estas experiencias manteniendo un compromiso ético hacia las personas y la propia historia? ¿Cuánta cabida tenían la creación y la estética?
Dar visibilidad a lo ocurrido con el máximo respeto fue una ardua labor. Tras las situaciones de parálisis e impotencia, en el 2000 vieron la luz una serie de obras literarias cargadas de debates teóricos, éticos y estéticos:
Koulsy Lamko, La Phalène des collines; Boubacar Boris Diop, Murambi, le livre des ossements; Tierno Monénembo, L’aîné des orphelins; Meja Mwangi, Great Sadness (La Grande Tristesse. Todavía no publicado); Monique Ilboudo, Murekatete; Vénuste Kayimahé, France-Rwanda, les coulisses du génocide; Véronique Tadjo, L’Ombre d’Imana. Voyage jusqu’au bout du Rwanda; Jean-Marie Vianney Rurangwa, Le Génocide des Tutsi expliqué à un étranger; Abdourahman Ali Waberi, Terminus. Textes pour le Rwanda; Nocky Djedanoum, Nyamirambo!