Lucía Mbomío: “La identidad es algo personal y cada uno la construye como quiere y como sabe”
Una de sus principales virtudes es el magnetismo que transmite su discurso y lo más importante es que además está lleno de contenido. Lucía Mbomío es una de las referentes de la lucha antirracista, de la comunidad afrodescendiente y de toda una corriente que exige repensar y reconstruir las bases de un imaginario español que se ha intentado mostrar a sí mismo como blanco y homogéneo, malgastando la riqueza de una diversidad siempre escondida en las cocinas de la sociedad. Lucía tiene la virtud de hablarle a la gente como si estuvieran manteniendo una cháchara insustacial, mientras le está poniendo delante de los ojos y en medio de su cerebro una denuncia y una reivindicación demoledora. En su incasable trabajo por reclamar esa visibilidad que enriquece, esta periodista y activista alcorconera de padre guineano y madre segoviana ha cultivado (casi) todos los géneros. Su última aportación una novela, Hija del camino, que desvela unas experiencias silenciadas intencionadamente. No es fácil ni justo seleccionar qué es lo más importante del discurso de Lucía Mbomío, de ahí que el resultado de la conversación que mantuvo con Wiriko sea esta larga entrevista, sólo ligeramente editada, para que sean las personas que la lean las que decidan sobre el contenido.
Seguro que durante la promoción del libro te han preguntado mucho sobre la extrema derecha actual.
Sí, y pienso, qué pena que muchos lo vean como algo tan nuevo, qué pena que se sorprendan cuando ven vídeos que se graban en los medios de transporte, porque para mi nada de lo que veo es novedoso. Y pienso en qué lástima que muchos solo se lo crean cuando lo ven grabado, qué lastima que se lo crean cuando ya se han convertido en siglas políticas, cuando han alcanzado el Parlamento… qué fuerte que haya que llegar hasta ahí cuando, para gente como yo, ha sido una realidad que siempre ha formado parte de mi realidad. Los partidos de ultraderecha no son nuevos. Es más llevo bastante mal que durante mucho tiempo intentasen acallar el discurso antirracista, diciendo que aquí no había extrema derecha. ¿Qué se ha hecho para que no llegase? Ahora, ya está aquí. ¿Ahora qué tenemos que hacer? ¿Todavía se puede hacer algo? ¿Hay marcha atrás? Ahora hay gente que siente que tienen legitimidad, por el amparo de unas siglas, a decir cosas que antes solo se atrevían a decir en petit comité. Puede generar problemas de convivencia, porque está situación se está viviendo especialmente en los barrios. Y los barrios, como construcción, porque muchos son localidades, los vecindarios siempre han sido espacios de convivencia real, de ayuda, de familiaridad y cómo esto puede estar cambiando…
¿Has tenido que escuchar que personas como tú sois la prueba de que en España no hay racismo?
Claro, me han dicho muchas veces “estás en la tele, ¿tú de qué te quejas?”, sin entender que muchas veces para ocupar ciertos espacios has tenido que esforzarte el doble. El problema es que el racismo habitualmente se lee desde lo subjetivo y hace falta una especie de acto de fe. Eso es lo que hace que muchas de nosotras cuando hablamos en público sobre racismo tengamos que apoyarnos en un montón de estudios, para que tú te creas que lo que te estoy explicando no es producto de la subjetividad, de la mala suerte, sino de algo sistémico y que no excluye tampoco al Estado español que no es un arco iris ni está poblado por unicornios, sino por personas.
¿Quizá nos resistimos a reconocer que somos racistas?
Por supuesto. Hay una autopercepción muy clara que no se produce en otros sitios como en Alemania, por ejemplo, donde se teme a ciertos símbolos. Aquí seguimos negando ciertas cosas aunque la selección inglesa en una ocasión se negase a jugar en el Bernabeu porque cada vez que un jugador negro tocaba la pelota hacía gritos de mono y eso debería ser inadmisible. Aquí se admite todo. La persona blanca es la que decide qué es racismo. Se desoye a la comunidad negra a la que se le dice qué es racista y qué no. La gente lleva peor que le llames racista que serlo, lleva peor que llames xenófobo que serlo. Hay palabras que son muy feas pero que no nos cuestionamos qué suponen.
Pero en Hija del camino está muy presente la violencia de la ultraderecha de los años noventa.
Bueno, era un tiempo de violencia física. Pero no podemos perder de vista que hay muchos tipos de violencia. El episodio del Tarajal es un ejemplo de violencia extrema. Igual que los CIE, que te priven de libertad por una falta administrativa, es una muestra de violencia extrema. Pero en esa época que existieran esas personas era tremendo. Eran nuestro hombre del saco cuando éramos pequeñas. Hubo varias causas para que ese fenómeno desapareciera de las calles de forma explícita, aunque para nosotras era obvio que se mantuvo en otros espacios y ahora se ve. Quizá cumplieron años, se quitaron la bomber, se pusieron la chaqueta y crearon partidos.
Tu historia hace una aportación a una reflexión recurrente. ¿Cómo explicas y te explicas tú la identidad?
Parto de la base de que la identidad es algo personal e intransferible. Ser negro puede ser muchas cosas. Para mi (enfatiza la escritora) ha sido ser guineana. Pero hay otras personas que lo han vivido de otra manera. Ser negro puede ser tener el derecho a poder ser 100% de aquí, si tú quieres. En mi caso no es así, porque he tenido una relación con Guinea muy cercana, porque mi padre me ha transmitido Guinea desde que soy pequeña y mi madre, una señora de Segovia, también. Además, creo que las periferias de Madrid han tenido peso en la construcción identitaria, porque nos juntábamos en Móstoles, en Fuenlabrada, en Leganés; allí conectábamos con esa gente que no llevaba tuppers sino ollas, en restaurante chinos que alquilábamos, donde sonaba Maelé a toda leche, donde se escuchaba fang todo el rato, te presentaban a 17 mil personas que te decían que eran tus tíos y otros tantos que te decían que eran tus primos… Yo sí he construido una parte de mi identidad desde ahí y va completamente de la mano. Pero la identidad es algo personal y cada uno la construye como quiere y como sabe. Hay otros países que generan otras realidades, que una persona haya tenido que huir y no quiera volver a saber nada sobre el país, o que no pueda volver y se tenga que enfrentar a la vergüenza del migrante que no ha conseguido medrar lo suficiente para regresar y dar… que puede llegar a ser una losa muy pesada. Puedes construir tu identidad desde aquí y tienes todo el derecho a hacerlo si quieres.
¿Y qué hay del sentido de pertenencia?
Taiye Selasi habla de esta generación de la diáspora que fue a estudiar a la metrópoli que se formó y se convirtieron en profesionales. Yo podría, perfectamente, ser hija de ese fenómeno. Pero para mi el afropolitanismo tiene un componente de clase muy fuerte, porque Selasi habla de ser local en muchos sitios y eso excluye a las banderas y los territorios; se refiere a lugares específicos, una biblioteca maravillosa en Abiyán, un café estupendo en Roma… y eso está muy bien porque corresponde con una afrodiáspora real… pero me niego a aceptar que sea el espacio en el que nos cobijemos ciertas personas. Ese es el componente de clase, al que mucha gente no puede asirse. Muchas personas no pueden ser de muchos sitios fantásticos en varios lugares, pero necesitan ser de algún lugar. Ese lugar puede ser un limbo, puede ser el camino. Se puede reivindicar el camino como tu sitio y puedes entender que te queda un buen trecho por delante y que quizá por eso puedes estar en diferentes puntos a lo largo de tu vida. En mi caso, he escogido el barrio.
La gente lleva peor que le llames racista que serlo, lleva peor que llames xenófobo que serlo. Hay palabras que son muy feas pero que no nos cuestionamos qué suponen.
¿De donde viene esa fijación por el barrio?
El barrio como construcción. Tiene que ver con que los recuerdos de la infancia están allí, sean felices o no. Tiene que ver con los espacios aprehensibles desde un punto de vista tangible. Yo conozco los límites de Alcorcón, sus calles; pero también tiene que ver con los afectos, es ahí donde he tenido buenos momentos, es ahí donde me conocen. Siempre cuento una anécdota. Yo me perdí con cuatro años, unos niños me vieron y me dijeron “tú eres la hija del profe negro, ¿no?” y sabían dónde vivía. Tiene que ver con que me llamasen el año pasado para dar el pregón. Tiene que ver no solo con que yo me reconozca, sino con que me reconozcan. Por eso hablo de los afectos y del reconocimiento. En mi caso, el barrio ha sido el lugar en el que yo he decidido reconocerme. Implica asumir una tercera arista a la hora de concebirme desde una perspectiva más poliédrica. No solo como persona negra, no solo como mujer negra, sino como una mujer negra que vive en la periferia. Una periferia que en discurso mediático presenta las mismas problemáticas, se malcuenta, se estigmatiza, se cuenta desde lo exótico-choni, desde el national ghetografismo.
Después de tantas vueltas por el mundo…
Me ha costado, pero me ha ido muy bien salir para darme cuenta de que quizá no hubiera hecho falta salir. La novela es un viaje, pero un viaje interior. Así que quizá me hubiera bastado con reconocerme ahí mucho antes. Pero quizá he necesitado salir para darme cuenta de que aquello era casa y que casa son mis amigas, las que estaban conmigo cuando no me dejaron entrar en una discoteca “por ser de color”; o casa eran mis amigas cuando me decía que habían visto un negro y que le habían mandado a mi casa porque habían supuesto que iba para allá, y acertaban; casa también es todo eso.
Ha habido momentos en los que me he sentido muy guineana, otros en los que me he reclamado como española, otros en los que he dicho que era mitad y mitad y otros en los que he sentido que soy una cosa y otra porque me apetece más leerlo desde la suma que desde la división… y en otros momentos, no soy ni una cosa ni la otra y soy solo de Alcorcón
Hablas a menudo de las comunidades afrodescendientes como comunidades invisibles. ¿A qué se debe?
Es una realidad, desde el momento en el que la sociedad te recuerda que lo eres o, más bien, no te recuerda. Somos concebidos constantemente con recién llegados, como fenómeno nuevo. La sensación de soledad, de orfandad o de invisibilidad tiene que ver con que la sociedad te recuerda que no estabas, que no eres, que no existes, o que eras una excepción. El hecho es que muchas de nosotras, de mi generación, crecimos siendo las únicas en el cole, en el instituto, en la escuela de música, en la mayor parte de lo espacios. Pero antes que nosotras había habido otra generación, que tampoco era numerosa; y antes otra generación… Eso hace que a ellos les considerasen una excepción y se justificase su invisibilidad, pero se mantuvo con las generaciones posteriores y también con la nuestra. Ahora crecemos y nos encontramos con que a los más jóvenes les dan los mismos argumentos para invisibilizarles o que son pocos o que acaban de llegar.
En la literatura y en la tradición clásica africana el viaje aparece como un valor, como una herramienta para conocerse y conocer, los sabios se hacen sabios viajando, porque conocen al otro, ¿qué te parece esa interpretación?
Pues por mi experiencia es totalmente verdad, porque viajar te permite ver con distancia el lugar del cual procedes. También es cierto que es importante, cuando viajas, dejarte el cerebro en casa. Cuanto más joven viajas, aunque está claro que es un privilegio, más fácil es que lo hagas dejándote el cerebro en casa. Porque cuando vas cumpliendo años esperas encontrar, en el sitio al que vas, aquello que ya tenías en la cabeza en lugar de estar dispuesto a sorprenderte. De todos modos, para mi, mi mayor aprendizaje ha sido moverme, y en mi caso ha sido una necesidad porque yo no viajaba para conocer otros sitios, sino para intentar conocerme.
En mi caso, el barrio ha sido el lugar en el que yo he decidido reconocerme. Implica asumir una tercera arista a la hora de concebirme desde una perspectiva más poliédrica. No solo como persona negra, no solo como mujer negra, sino como una mujer negra que vive en la periferia
Entiendo que tu experiencia en Guinea era una especie de búsqueda de las raíces. ¿Qué te motivó?
Pues yo me sentía guineana desde que era pequeña, entonces no concebía no conocer bien Guinea. La había visitado, pero eso no es conocerla bien. De hecho ni siquiera sé si la conozco bien ahora. Conozco mi Guinea, mi propia experiencia de Guinea. Además trabajaba en Españoles por el mundo y me parecía increíble recorrerme medio planeta sin entender quién era. Ir a Guinea, para mi, ha sido fundamental para conectar muchas cosas, para ponerlas en su sitio, para entender las raíces culturales de muchas cosas que había visto.
Hay un riesgo en vivir en el camino, es el desarraigo. ¿Cómo vives ese riesgo en tu reflexión?
No es tanto un riesgo como una realidad. Una realidad a la que te acostumbras y asumes de una manera u otra, ya sea reivindicando tu españolidad para no sucumbir ante aquellos que piensas que tú no puedes ser de aquí, o la enajenación absoluta y la desafección nacional, pasando por la idealización de la patria de tus padres o todas esas cosas en diferentes momentos de tu vida… Al final, la identidad es algo que va modificándose con el tiempo, no es estanco y está siendo todo el rato. Así que ha habido momentos en los que me he sentido muy guineana, otros en los que me he reclamado como española, otros en los que he dicho que era mitad y mitad y otros en los que he sentido que soy una cosa y otra porque me apetece más leerlo desde la suma que desde la división… y en otros momentos, no soy ni una cosa ni la otra y soy solo de Alcorcón. Cambia en las diferentes etapas de tu vida, pero incluso cambia en los días, según lo que haya ocurrido o con quien estés enfadada.
Pero, ¿te has sentido amenazada por el desarraigo?
Tal vez sea un riesgo, pero también una oportunidad. Sentir que no perteneces claramente a ningún sitio, también es, a mi modo de ver, una oportunidad de libertad en cuanto a adscripciones que te son totalmente ajenas, que es algo que puede pasar con la nacionalidad. Parece que si eres de un sitio estás obligada a que te sienten mal ciertas cosas, o tienen que emocionarte otras, o no. Y eso ya es una respuesta. Creo que cuando asumes que puedes ser del camino, que ese puede ser tu espacio, también te da cierta libertad.
La comunidad afro está construyendo su visibilidad y reclamando un espacio, ¿qué espacio crees que le corresponde y cómo crees que se enriquece la sociedad española reconociendo ese espacio?
A mi me gusta decir que no es que ocupemos espacios, sino que los recuperamos, porque ya eran nuestros pero estamos invisibilizados. Prefiero hablar de recuperación, porque son nuestros desde el momento en el que formamos parte de esta sociedad, ya sea naciendo, pasando, siendo o estando.
En el libro, a veces, parece que la raza es la medida de todo, es uno de los primeros filtros ante la realidad ¿eso te ha condicionado a la hora de relacionarte?
A mi, sin duda me ha condicionado, unas veces consciente y otras inconscientemente. Cuando eres pequeña, seguramente inconscientemente, el hecho de querer encajar, ser aceptada o revolverte ante todo eso de manera más o menos violenta, influye. Ahora que me reanalizo, pienso que el hecho racial ha provocado, en mi caso, un sobreesfuerzo, una necesidad de demostrar, tener que estudiar mucho, intentar que no crean que eres menos… y tampoco es justo. Pero bueno, pensar que tienes que ser más para estar en el mismo sitio, también es una forma de reconocerte como menos, es decir, que la sociedad entiende que eres menos.
Tienes una posición feminista clara y seguramente la del movimiento feminista es una de las conquistas del espacio público más importante de los últimos años, ¿qué ha cambiado y qué camino falta por andar?
Ha cambiado que se entienda que forma parte de la sociedad y no solo de las mujeres. Que se traduce en ciertas medidas, que se aspire o se tenga un gobierno paritario. Que se piense es potente; que se haga, maravilloso; y que la sociedad lo entienda, pues ya ni te cuento. Que esté en la agenda política es un avance y que se traduzca en leyes concretas que contribuyan a equiparar. Y el camino que falta por andar, quizá sea consolidarlo, ¿no? Porque estamos en un momento de regresión motivado por quienes piensan que es una ideología de género, quizá faltaba asentarlo y entender que a veces algunas leyes van más rápido que una sociedad a la que le faltaba educación. Y al feminismo quizá le queda asumir que se puede ser feminista y racista, igual que se puede ser feminista y clasista. Es importante que el feminismo asuma la diversidad que existe en su interior, el discurso polifónico y que sería importante construir esos discursos, en plural, desde aquellos eslabones que están más abajo.
Al final, la racialización es, en realidad, lo que marca la extranjerización, así que las fronteras que atravesaron nuestros padres siguen atravesándonos y producen narrativas diversas
Siempre dices que desde pequeña has tenido apego por el micro, ¿por qué esa voluntad por contar historias?
Tengo un primo, Joaquín Mbomío, que es escritor y periodista y cuando estaba estudiando en Francia venía de vacaciones a casa de mis padres en Alcorcón y hacía prácticas conmigo y la lió, porque inoculó en mi la semillita de querer saber más, contar historias, pero no solo contar mi historia sino conocer otros mundos, otras personas y saber qué me tenían que contar. Por ahí también pasó Donato Ndongo, también escritor y periodista… tuve algunas influencias que me la liaron (ríe). Soy una persona muy curiosa y muchas veces digo que no solo trabajo como periodista sino que soy periodista. Curiosa no es cotilla, es diferente. Creo que tiene que ver, no solo, con querer saber más, sino con ser consciente de que todavía sé muy poco.
En los últimos años han aparecido relatos del hecho migratorio realizados por sus protagonistas desde España. ¿Qué crees que nos aportan esos relatos? ¿Y cómo encaja Hija del camino?
Creo que son fundamentales para ponerle cara, historia y porqués a la realidad migratoria que, en general, se está contando desde la masa sin rostro y con muchos qués pero sin porqués. Al final se deshumaniza porque se pierde de vista que las experiencias son diversas a pesar de que tengan elementos en común. Cuando se deshumaniza el relato es difícil que la gente empatice, entienda y es muy fácil que caiga en ciertos discursos. Pero también son importantes estos relatos por la necesidad de expresar ciertas cosas hacia quienes se quedan y equilibrar esa narrativa en la que Europa se cuenta como un Eldorado, cuando no lo es. En esos dos sentidos son fundamentales y además para dejar constancia, para que no vuelvan a decir que somos invisibles. En ese marco Hija del camino parte de la base de que somos hijos de aquellos que empezaron a caminar, así que simplemente continuamos aquel camino, aunque ya no nos traslademos, porque seguimos buscándonos. Al final, la racialización es, en realidad, lo que marca la extranjerización, así que las fronteras que atravesaron nuestros padres siguen atravesándonos y producen narrativas diversas.