Mia Couto, de cazadores y contadores de historias
es antropología en estado puro. Antropología empaquetada de la mejor manera para ser entendida. No es una excusa, el escritor mozambiqueño Mia Couto explica la sociedad de su país desde las raíces más profundas, las creencias, los miedos, los anhelos, la indeleble cicatriz de una guerra civil. Y no es extraño. No es extraño que Couto busque las raíces, como tampoco lo es que sea capaz de explicarlas de la forma más accesible. En el primer caso, porque le puede su atracción por la biología, una biología entendida desde una dimensión muy particular. La segunda, porque Couto se ha hecho conocido por contar, pero seguramente mucho menos pública, pero no menos importante, es su capacidad para escuchar.
Después de su charla en el marco de la exposición Making Africa, en el CCCB de Barcelona, Wiriko tuvo la oportunidad de compartir una breve conversación informal con el escritor mozambiqueño. Fue en el contexto de una comida con un reducido grupo de periodistas, editores y libreros, en el que Couto evidenciaba que lo que más le interesaba era escuchar lo que los demás tenían que contarle. El novelista, que habla de manera pausada y transmite serenidad en el cara a cara, estaba deseoso de saber lo que los otros, los desconocidos, tenían que contarle.
Mia Couto es biólogo “por vocación, porque la biología es un lenguaje que conecta con otras criaturas, con otras formas de lenguaje”, confesaba. Más allá de su inagotable producción literaria, el autor dedica su tiempo a su consultoría, en la que hacen estudios de impacto medioambiental. Pero su enfoque es particular. Sus informes medioambientales incluyen el impacto de los proyectos en la naturaleza, evidentemente, pero también en las sociedades, en las creencias, en la dimensión antropológica de las comunidades que viven en unos terrenos concretos. Basta leer La confesión de la leona, para ver cómo Couto se aproxima a esas comunidades, como las disecciona y las escucha para comprenderlas. En sus estudios de impacto medioambientales da las instrucciones para preservar esa riqueza. En sus novelas (y especialmente en La confesión de la leona) las explica usando como excusa la ficción narrativa.
“Huyo de las certezas científicas”, asegura Mia Couto. Y no deja de sorprender semejante afirmación de un científico, de un biólogo en activo y convencido de su labor. “A veces tenemos la arrogancia de pensar que podemos entender el clima”, señala Couto que advierte que en ocasiones se abusa del discurso del cambio climático y se usa como pretexto. “Creo que para muchos es una manera de eludir responsabilidades. Cuando atribuimos algo al cambio climático estamos hablando de algo que no tiene rostro, no tiene un responsable concreto. Y, sin embargo, con ese pretexto tapamos los efectos de lo que son decisiones políticas”, advierte el escritor que alerta: “No se puede comparar esto con el discurso de Bush, está claro”. “El mayor riesgo medioambiental es la miseria”, sentencia el biólogo que Couto lleva dentro.
A pesar de los esfuerzos por el mantenimiento del medioambiente, el escritor reconoce la encrucijada en la que se encuentra Mozambique. Por un lado, considera que el turismo puede ser un aliado de la defensa del medioambiente, puede ser un acicate para la protección de la naturaleza. Sin embargo, preguntado sobre el impacto del turismo en las comunidades locales y en su forma de vida, Couto no puede más que reconocer que esa relación es mucho más compleja. “Habitualmente el turismo se relaciona de una manera perversa con las comunidades locales. Únicamente tiene una visión folclórica”, se lamenta. Y se divierte explicando que en algunas de las lenguas de Mozambique no existe una palabra para “turista” y que el equivalente sería algo así como “el que viene a visitarnos”.
Kulumani, el pueblo en el que se desarrolla la historia está lleno de secretos. Las costumbres, las creencias, las tradiciones, todo se ha visto condicionado por hechos traumáticos. Las historias de los personajes van poniendo de manifiesto el impacto de la colonización portuguesa, primero, pero después también por una guerra civil difícil de superar. La incomprensión, a veces, una mala interpretación de la modernidad, en otras, siguen retorciendo aún más esas formas de vida. Nadie es feliz en Kulumani. Esa es una de las claves y, en especial, las mujeres. Es imposible desgranar todos los aspectos antropológicos que la historia va poniendo al descubierto. Pero Couto consigue que la narración fluya, de manera natural y el lector acaba teniendo tanto interés por saber de dónde salen las leonas que han puesto la vida del pueblo patas arriba, como de conocer cuál es su final, en la cacería que llevan a cabo los protagonistas.
En La confesión de la leona, Couto transmite la existencia de una sociedad en la que los principios son bien distintos de los del visitante. Hace tiempo que se intenta encajar a este escritor, eterno acreedor del Premio Nobel, en una categoría particular, el “realismo mágico africano”, que no es sino la resistencia de la industria editorial, de los críticos y de los analistas a aceptar realidades diferentes. Hace años también que Couto elude en cuanto puede esa categoría asegurando que “en Mozambique el realismo mágico es realismo”. Ese es el matiz que deberían entender los lectores occidentales de Couto: no están leyendo una novela fantástica, sino el relato real de una sociedad en la que las creencias tienen un valor diferente al que tienen en el mundo occidental y en el que la realidad no se limita a lo que se ve.
En la conversación Mia Couto se muestra dispuesto a contestar incluso, a la que seguramente debe ser la pregunta más odiosa (por tediosa) y más odiada por un escritor: ¿qué hay del autor en dos de los personajes principales, Gustavo, el escritor, y Arcángel, el cazador? No la responde por convención, para cumplir, ni para contentar. Lo hace con calma, con la misma serenidad con la que habla todo el tiempo, esa con la que de verdad intenta comunicarse (en mayúsculas) con su interlocutor. “Hay un poco en cada uno de ellos”, dice, “porque creo que no basta con crear personajes, hay que vivirlos”. Resulta curioso porque los dos son aparentemente antagónicos, pero está claro que, a través de ellos, Couto conjura algunas de sus cuentas pendientes y puede desarrollar su autocrítica. La última confesión del escritor: “Los cazadores son grandes contadores de historias. Creo que, en otro tiempo, tan importante como la pieza que se cobraban, era la historia de la cacería que eran capaces de contar”. Eso es lo que hace Couto, cazar historias, relatar capturas, explicar el mundo, en realidad.