Mukasonga, Rwanda y un premio al tesón y la honestidad
“Cuando se es optimista, cuando no se bajan los brazos, cuando se permanece de pie y sobre todo, como en mi caso, cuando se está en la posición de representar y de vivir en nombre de aquellos que han desaparecido injustamente, se produce en algún lugar, en un momento determinado, un reconocimiento, un poco de justicia”. Esta es la declaración de intenciones llena de una cruda sinceridad y de una tremenda dosis de esperanza realizada por Scholastique Mukasonga en una entrevista a RFI poco después de recibir el premio Renaudot. Este galardón es uno de los más prestigiosos de la escena literaria francesa y este año, hace apenas un mes, recayó en la rwandesa Mukasonga como si se tratase de una especie de recompensa por su coherencia, por su tesón y por su honestidad.
Notre Dame du Nil ha sido la novela que ha vehiculado este reconocimiento a una escritora que está en posición, como pocos, de narrar la tragedia de los Grandes Lagos. Observando su trayectoria literaria da la sensación de que Mukasonga ha convertido los hechos de 1994 en una especie de obsesión. Comparándola con su trayectoria vital se entiende que se trata más bien de una especie de compromiso, la necesidad de saldar una deuda, en la que sin embargo parece no tener cabida la revancha ni la venganza. Se trata seguramente de la sensación de tener la responsabilidad de contar y de buscar en la literatura algo así como una catarsis.
La propia autora asegura que su intención es “inscribirse en la reconciliación del pueblo rwandés”. Pero Mukasonga, que muestra un gusto delicioso por la palabra escrita, sabe que esta reconciliación no puede pasar ni por el silencio, ni por la mentira, de ahí su compromiso, su toma de responsabilidad en explicar la historia exponiendo todos los factores y denunciando hasta los más leves pliegues de una sociedad que en un momento dado se vio envuelta en una espiral de violencia. Sus obras, llenas de poesía a pesar de lo dramático del tema, demuestran que el genocidio rwandés no fue una casualidad; no fue, como se ha intentado “vender” en algunos momentos, un arrebato de enajenación étnica.
Notre Dame du Nil es la cuarta obra, la primera puramente novelística, de esta escritora nacida en 1956 que ha sufrido en carne propia los odios de una sociedad tan compleja como la rwandesa. Exiliada en 1992, dos años antes del genocidio, y, a pesar de ello, una de las víctimas de ese episodio, porque entre un buen número de familiares, Mukasonga también perdió a su madre en aquella locura de violencia. Sin embargo, sus libros, lejos de destilar sed de venganza se pintan de una capa de cruda realidad, bajo la que se refugia la voluntad, a pesar de todo, de aportar, de ser constructiva, de ayudar.
Las condiciones de la concesión del premio hacen el reconocimiento de Mukasonga aún más interesante. Primero porque se trata de uno de los premios más importantes de la literatura francesa que reconocen a una autora orgullosa y patentemente africana. Segundo porque las quinielas la colocaban lejos de los ganadores a pesar de que la rwandesa ha recibido por otros libros premios como el Renaissance de la Nouvelle o el de l’Académie des Sciences d’Outre-Mer, y que Notre Dame du Nil se había hecho acreedor ya del premio Ahamadou Kourouma. Y tercero porque en Francia se baten continuamente las tesis negacionistas del genocidio con las que exigen justicia en un panorama en el que influyen, sin duda, las acusaciones y los reproches a la actuación gala durante los hechos.
A pesar del reconocimiento Mukasonga no se muerde la lengua y pone sobre la mesa elementos que incomodan a los que presentan la espiral de violencia de 1994 como un arranque de barbarie y salvajismo irracional muy propio de los pueblos africanos. La escritora dibuja una sociedad rwandesa corroída por las luchas de poder, por la hipocresía, las rencillas y la humanidad más mezquina. Muestra además que el conflicto se arrastraba desde hacía años, sin ir más lejos, su última novela está ambientada en la década de los años 70, cuando empezaban a prepararse las condiciones para cocinar el odio. Y por último señala hacia el incómodo visitante. “Fueron los rwandeses quienes tenían los machetes, pero la creación de la división viene del exterior (…). Desgraciadamente todos los rwandeses, tanto verdugos como víctimas, fuimos engañados, fuimos manipulados”.
La sinceridad de Mukasonga produce escalofríos, cuando alguien es capaz de reconocer la propia responsabilidad para que la de otros no quede impune, cuando alguien es capaz de dejar a un lado los sentimientos primarios para hacer autocrítica, entonces está construyendo. Si Mukasonga no hubiese recibido el premio Renaudot, seguiría siendo una autora imprescindible. Afortunadamente, además, ha sido reconocida.
Sus cuatro libros han sido publicados en Gallimard/Continents Noirs :
– Inyenzi ou les Cafards, 2006
– La femme aux pieds nus, 2008 (premio Seligmann 2008 “contra el racismo, la injusticia y la intolerancia”).
– L’Iguifou, Nouvelles rwandaises, 2010 (premio Renaissance de la nouvelle 2011 y premio de l’Académie des Sciences d’Outre-Mer.)
– Notre-Dame du Nil, 2012 (premio Ahmadou Kourouma 2012 y premio Renaudot 2012)
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