Okorafor y las metáforas desde la ciencia ficción
En los últimos años la escritora de origen nigeriano, Nnedi Okorafor se ha convertido en el referente de la ciencia ficción africana o como ella misma prefiere llamarlo, el africanfuturism o africanjujuism. Las definiciones vendrán después porque ahora el tema principal es Quien teme a la muerte, la última gran novela de la escritora que llega a España y que nos demuestra que quien quiera atribuir a la ciencia ficción o a la literatura fantástica una vocación puramente estética, se ha perdido una parte importante de la partida. Okorafor hace en Quien teme a la muerte una atractiva metáfora de algunos de los problemas que más preocupan a las sociedades africanas (y a las de la mayor parte del planeta), con un contundente toque de autoafirmación africana.
Quien teme a la muerte nos ha llegado simultáneamente en catalán y en castellano en un esperanzador ejercicio de colaboración entre Raig Verd y Crononauta, dos editoriales tan periféricas y modestas como comprometidas con la calidad, auténticas militantes de la diversidad de voces y de la apertura mental. Carla Bataller Estruch firma la traducción al español como ya había hecho con otras publicaciones de Okorafor en la editorial sevillana y Blanca Busquets es la responsable de la versión en catalán que publica el sello barcelonés.
La novela que se sitúa en un futuro postapocalíptico en el que el desierto ha acabado conquistándolo prácticamente todo, a excepción del misterioso reino de los Siete Ríos, y haciendo que la vegetación sea poco más que una ansiada anécdota. Pero la devastación medioambiental es solo una de las dimensiones del escenario de caos. En realidad, la violencia entre dos pueblos es el telón de fondo fundamental de la vida de Onyesonwu, cuyo nombre significa “¿Quién teme a la muerte?”. Fruto de una violación y condenada a la marginalidad por un mestizaje que se considera aberrante, la vida de la protagonista experimenta un giro radical cuando descubre que es depositaria de unos poderes místicos. De ser una apestada a la que la gente considera que puede apedrear en el merca, Onyesonwu pasa a ser la elegida que tiene como misión, no sólo liberar a su pueblo sino acabar con una devastadora espiral de violencia.
Okorafor ha contenido en esta historia algunos toda una serie de preocupaciones y de retos que es necesario que plantear. La escritora habla de machismo:
“Yo debería ser el hechicero, tu deberías ser la sanadora. Así es como han sido las cosas desde siempre entre un hombre y una mujer”
Le dice Mwita a su compañera Onyesonwu, mostrando como en la narración Okorafor rompe algunos prejuicios.
Pero también habla sobre otras cuestiones de género como lo que se espera de las mujeres:
“Ya viste lo feliz que estaba en la taberna. Algunos de esos hombres eran encantadores… Ninguna de nosotras teníamos permitido ser así de libres en Jwahir”
Y de otras convenciones que tradicionalmente han mantenido sometidas a las mujeres:
“Ya sabes cómo acaba la historia. Escapó y se convirtió en el mejor líder de toda la historia de Suntown. Nunca construyó un altar o un templo, ni siquiera una choza, en nombre de Tia. El nombre de la chica no vuelve a mencionarse en el Gran Libro. Él nunca pensó en ella ni preguntó dónde la habían enterrado. Tia era virgen. Era hermosa. Era pobre. Y era una niña. Era su deber sacrificar su vida por la de él”.
Incluso una evidente pero reinventada referencia a la mutilación genital femenina:
“Cuando se marchó, me fui a mi dormitorio y lloré. Fue lo único que pude hacer para dominar mi rabia. Entendí por qué usaban un bisturí en vez de un cuchillo láser. El bisturí, al tener un diseño más sencillo, era más fácil de hechizar. Aro. Siempre Aro. Me pasé gran parte de la noche pensando en formas de hacerle daño”.
No en vano, como la propia autora explica en los agradecimiento lo que desencadenó la historia en su imaginación fue una noticia sobre el uso de la violación como arma de guerra en Sudán y además del relato esa sensación se contagia a toda la historia:
“«Esto es lo que le ocurrió a mi madre», pensé. «Y a Binta. Y a innumerables mujeres okekes. Mujeres. Las muertas andantes». Y empecé a cabrearme”.
Otra de las preocupaciones que transmite es la de la convivencia entre comunidades, ese conflicto entre okekes y nurus que está en el origen de toda la historia y a la que a menudo se le da un aura de esencialidad:
“Los milicianos nurus esperaron hasta el retiro, cuando las mujeres okekes se adentraron en el desierto durante siete días para mostrar respeto a la diosa Ani. «Okeke» significa «los creados». Los okekes tienen la piel del color de la noche porque fueron creados antes que el día. Fueron los primeros. Más tarde, mucho después de eso, llegaron los nurus. Proceden de las estrellas, y por eso su piel es del color del sol.”
Sin embargo, la escritora de origen nigeriano desliza en su relato, la clave que a menudo se olvida cuando se tratan estos temas en contexto africano y es que las identidades también se manipulan y las pertenencias tienden a instrumentalizarse en favor de intereses particulares y a menudo sombríos y mundanos:
“Ha crecido como un cáncer, como un tumor – dijo Sola-. Es como el vino de palma para el borracho del Gran Libro, salvo porque la intoxicación que crea Daib provoca que los hombres ejerzan una violencia antinatural (…). Reúne a miles de hombres, locos aún por lo fácil que fue eliminar a tantos okekes en el oeste. Está convenciéndolos de que la grandeza reside en la expansión. Daib, el gigante militar. Madres y padres ponen su nombre a sus primogénitos. Es, además, un hechicero poderoso. Es un problema muy grave”.
El genocidio que se ha desencadenado, en realidad, sólo responde a la ambición de un poderoso hechicero, de un embaucador sin escrúpulos que busca su coartada en el Gran Libro, por eso la misión de Onyesonwu es reescribirlo:
“Pero ¿cómo lo hago, Oga Sola? ¡Esa idea no tiene ni el más mínimo sentido! ¿Y dices que sólo tenemos dos semanas? No se puede reescribir un libro que ya está escrito y que miles de personas conocen. Y que ni siquiera es culpa del libro que la gente se comporte de esta forma”.
La autora hilvana toda esta trama y muchas más denuncias y enseñanzas sutiles en un bagaje cultural propio de algunas sociedades africanas. En la narración, la dimensión mística no es, en realidad, fantasía sino el resultado de trasponer creencias religiosas, usos culturales, tradiciones y formas de organizar la sociedad de diferentes lugares del continente. Durante el relato se van desplegando rasgos de cosmovisiones de culturas africanas y los protagonistas van mostrando poderes místicos que en distintas sociedades se atribuyen a algunos personajes:
“Miré a mi alrededor, con le corazón a mil por hora. Quería echarme a reír. Me latía el corazón mientras tenía un pie en el mundo espiritual y otro en mundo físico. Absurdo. Una parte de mi era de una energía azul y la otra, un cuerpo físico. Medio viva y medio algo más”.
Este es uno de los rasgos que Nnedi Okorafor atribuye a lo que ella entiende como Africanfuturism o Africanjujuism y del que Quien teme a la muerte es un ejemplo clarisimo. “Africanjujuism es”, según Okorafor, “una subcategoría de la literatura fantástica que reconoce respetuosamente la perfecta combinación de las verdaderas espiritualidades y cosmologías africanas existentes con lo imaginativo”. Mientras que uno de los rasgos del Africanfuturism según lo entiende esta escritora a diferencia del Afrofuturismo es que “está específicamente y más directamente enraizado en la cultura, la historia, la mitología y el punto de vista de África, que después se ramificará en la diáspora negra, y no privilegia ni toma como punto de referencia a Occidente”; o dicho de otra manera: “El Africanfuturism (basado en África) tenderá naturalmente a tener elementos místicos (extraídos o crecidos de creencias culturales y de visiones del mundo africanas entendidas como reales reales, no algo simplemente inventado)”.
Este es uno de los elementos que hace de Quien teme a la muerte una obra de ciencia ficción especial (si es que es ciencia ficción) que su relato bebe de una fuente en la que lo que el lector del norte global puede entender como fantasía es, verdaderamente, parte de una realidad diferente, más amplia, más diversa y con menos límites.
El ejercicio de ternura que suponen las dos ediciones, tanto la traducción en catalán como en español, se pone de manifiesto en las respectivas postdatas que las editoras han querido incorporar después de los agradecimientos y las explicaciones de la autora. En el caso de la edición en catalán, recupera unas palabras de Ngũgĩ wa Thiong’o: “Para luchar contra las injusticias de un mundo que no nos gusta, el primer paso es imaginar el mundo que queremos. El segundo paso es soñar que ese mundo es posible”, y hace un guiño a los protagonistas de la narración en cuanto al búsqueda de ese mundo mejor. En el caso de la edición en castellano, las editoras han querido recordar a las mujeres que en Sudán (el país en el que se produjo la noticia que desencadenó la historia) lideraron las manifestaciones contra el régimen Al Bashir justo cuando se estaba imprimiendo el libro y su exigencia de derechos y, sobre todo, su canción “a la Thawra: la Revolución”.