Okoundji, poeta de los ancestros y la iniciación
No es habitual que nos llegue poesía de autores africanos. Casi podemos contar con los dedos de la mano los poetas de origen africano traducidos al español y más todavía los que comparten su obra literaria en la actualidad. Por eso, la Antología poética de Gabriel Mwènè Okoundji es una rara avis y al mismo tiempo un soplo de aire fresco. Y lo es por mucho motivos. En primer lugar, por la voz que nos acerca: la de Okoundji, que es una voz extremadamente particular y difícilmente clasificable, que navega con extremada maestría entre el orgullo, la satisfacción e incluso la reivindicación de sus raíces congoleñas que, según sus propias palabras vertebran, por completo su obra poética; y su inserción en la sociedad francesa. Sin artificios y sin traumas, de la manera más natural posible, casi orgánica. Pero también es toda una delicatessen por la cuidada selección y la traducción hecha con mimo por Leandro Calle. Y finalmente por la edición bilingüe que nos acerca la publicación de la editorial Pre-Textos y que llena de infinitas posibilidades la lectura de estos versos de Okoundji.
- El poeta congoleño, Gabriel Mwene Okoundji, en el Salón del libro de París en 2011. Fuente: The Supermat – Wikimedia
La edición de la antología de este poeta congoleño contemporáneo está acompañada por uno de sus ensayos. “Aprender a dar, aprender a recibir” es una reflexión sobre su propia obra, sus motivaciones y los pilares de su producción poética, escrita en forma de carta y dirigida a Jacques Chevrier, un investigador francés que ha estudiado la literatura africana de expresión francófona. En este texto, Okoundji nos da las claves para acercarnos a las obras que se reúnen en esta antología con un profundo nivel de contexto, que nos permiten entender mejor las reflexiones y las propuestas del poeta.
De este ensayo surge la consideración que Leandro Calle destaca en el prólogo del libro, del poeta congoleño como “poeta de los dos ríos”, tanto por su trayectoria vital como por su concepción literaria. En su misiva, Okoundji presenta su concepción del encuentro entre sus orígenes congoleños y su “adopción” francesa, de una manera que remite considerable a la fusión entre las aguas de dos ríos que en realidad nunca podrán llegar a encontrarse, “el río Congo de su país natal y el río Garona de Burdeos, donde el poeta vive actualmente y donde curiosamente, a ese puerto arribaban otrora los barcos negreros”, como recuerda Calle.
Okoundji afirma con rotundidad que es en el sustrato de su tierra en el que su poesía hunde sus raíces y no tiene reparo en reivindicar la vía de la búsqueda de los ancestros, la línea que une a todos los narradores y la fortaleza, incluso, el poder “que encierra la palabra inmemorial oral”:
“Me siento antes que nada como un Ndjimi, un orador, portador de la voz de los ancestros, de los ancianos, ancianos de mi universo cultural que saben decir el cuento a la hora del cuento, cantar el proverbio cuando llega el instante del proverbio”.
Y reclama en esa tradición una carga cultural que desmiente el discurso hegemónico y que por tanto cuestiona los estereotipos y prejuicios sobre el continente, reclamando la continuidad histórica de los más grandes narradores, de los más internacionales desde Chinua Acheve hasta Thiong’o; hasta otros desconocidos pero cruciales para su propia formación, los contadores de historias de su infancia:
“Formaba parte de la vocación del poeta avisar, custodiar una palabra que no se desvía, para ayudar a derrotar a los pastores de la maldición que tienden a hacer de África una geografía de la miseria y de la decadencia”.
Él mismo se autoproclama como poeta de iniciación, no en vano, su predisposición vital le había señalado para ser jefe. El Mwènè es “el garante del poder tradicional moral y judicial”, mientras que Okoundji es “el hombre que aprendió a esperar en la luz de la escucha a los ancestros”:
“Mi poesía no es una poesía de la herida, ni de la revuelta. En ella tampoco habita la desesperanza. Es una poesía de iniciación. Siendo la iniciación la vía que revela la palabra que falta a la palabra, para que el hombre pueda por sí mismo aprender a tener confianza en su fragilidad”.
Toda esta reflexión dirigida a Jacques Chevrier está perlada de las claves que permitirán entender sus versos, incluso ese encuentro entre sus dos culturas que puede parecer complejo, pero que Okoundji explica con sencillez:
“A aquellos que me acusan de permanecer en el pasado por el simple hecho de que venero a los ancestros, les digo: miren cómo todo mi recorrido muestra exactamente lo contrario”.
Y sus argumentos son geográficos:
“Lo esencial de mi búsqueda tuvo lugar en una región donde la flora es diferente de la de mi infancia, pero ¡qué importa! Desde que el bosque en lo sucesivo se revela orgulloso del árbol, la región de Aquitania llegó a ser, al final, mi segunda patria”.
“Viajé y permanecí en otras regiones que me permitieron compartir la palabra y familiarizarme con sus vocablos. Pertenezco a todas esas tierras, las cuales llevan mis huellas mezcladas con otras huellas y por las cuales mi palabra como otras palabras anulan las fronteras”.
Pero también son culturales:
“Mis libros pertenecen al universo francófono, eso es todo. La lengua tégué es naturalmente mi lengua parental, la de la memoria original. El francés, mi lengua de escritura, la de la memoria adquirida. Entre estas dos lenguas, confieso hoy no saber reconocer exactamente la parte de afluente y la de confluente”.
En cuanto a sus versos, la selección de Leandro Calle da una idea de la considerable producción literaria de Okoundji, que fue celebrada especialmente con la concesión del Grand Prix Littéraire d’Afrique Noire en 2010 y que recibió el reconocimiento de su tierra de destino en 2018 cuando fue nombrado Officier de l’ordre des Arts et des Lettres. Entre esa selección nos topamos con una Plegaria a los ancestros en la que se incluye un muy simbólico «Roma no es más que una escala» en la que reclama:
“No me digas: todos los caminos llevan a Roma
Roma no es más que una escala entre las escalas, como Burdeos
como Okondo-Ewo, como…
todos los caminos llevan a la muerte, concédeme este axioma
El árbol, el animal y el hombre nacen de la arena: ¡lugar
de huella!
se levantan, se encaminan, caen y regresan siempre
a la arena -¡lugar de la nada!- en el respeto de la vida:
¡memoria de la arena!”
De la misma manera, El alma herida de un elefante negro, contiene en «Sangre de pantera» uno de los fragmentos de poesía en tégué que la edición de Pre-Textos no traduce y que contiene también versos cargados de energía:
“la pantera morirá
con su piel de pantera
con su alma y
con su sangre de pantera para salvar
su fe”.
Y refleja un canto a la sabiduría tradicional a través de unos evocadores Diálogos de Ampili y Pampou, con pasajes enigmáticos pero sugerentes:
“Pampou, mira.
En el tiempo de la sequía, en el tiempo de las lluvias
día a día, noche a noche,
florecen en cada ser el canto mudo del universo
ese canto resuena en las profundidades del alma
y el alma nos habita”.
Mientras que en los Cantos de la semilla sembrada hace un juego de tradiciones:
“Ningún día sin el soplo de vida por encima de las maravillas del mundo
ballet del siroco, torbellino del harmatán en borrasca de jamsin
alisios vagabundos al destino mudo de gueltas, montañas, erg,
reg y sebkhas.
Al camellero que ha sido puesto a prueba por el largo camino,
este aire le elevará la fe.
Semilla sembrada
El viento del desierto en la cara
vuelve sabio al hombre”.