Oyeyemi dibuja el racismo, la identidad, la discriminación y… la familia
Los ingredientes de Boy, Snow, Bird son realmente particulares. Esta novela que la escritora nigeriana, Helen Oyeyemi, compone como “una fábula de tres mujeres”, tiene diferentes capas tanto en el argumento como en el estilo. La autora se divierte cambiando de voz y con ello, de registro, con aparente facilidad, para transportar al lector de la intimidad de un personaje a la de otro, no solo mostrando la historia a través de sus ojos, sino también reflexionando sobre los acontecimientos desde su psicología. Oyeyemi demuestra su innegable habilidad narrativa cuando momentáneamente coloca al lector bajo la piel de una Bird preadolescente, imaginativa, deslenguada y curiosa.
La editorial Acantilado nos trae la quinta y penúltima novela de la escritora, traducida con mimo por María Belmonte. La historia se desarrolla en unos asfixiantes Estados Unidos de la década de los 50. Asfixiantes porque se mantienen vivas las leyes de segregación racial en los estados del sur. La historia que relata Oyeyemi pone de manifiesto que lo más devastador de estas normas no era la dimensión legal sino la profunda herida que infligían en la sociedad e, incluso en la psicología de las personas. La de la escritora nigeriana es una historia en la que el racismo tiene una importancia fundamental y en la que este comportamiento social se entrelaza con la discriminación y con la búsqueda de la identidad. La riqueza del relato que construye Oyeyemi nos pone delante de reacciones diferentes ante una misma situación, formas distintas de abordar esa situación de desigualdad, herramientas diversas para hacer frente a la discriminación y, sobre todo, respuestas variadas a la necesidad de autodefinirse.
Sin maniqueismos, sin juicios, a menudo con sutileza, la escritora presenta personajes que han ocultado durante décadas su origen negro, intentándolo, en primer término negárselo a sí mismos. Junto a ellos, aparecen otros personajes que han emergido de la mentira para reafirmar su identidad y otros que viven no naturalidad su origen, de la misma manera que afrontan con normalidad la convivencia.
Las tres mujeres de esta fábula son, precisamente, los tres nombres del título. Boy, es una joven que huye de Nueva York, de un hogar con un padre maltratador para acabar en una especie de idílico escenario, el de Flax Hill. Una pequeña localidad que para la protagonista aparece como un remanso de paz. Allí conoce a Arturo Whitman un viudo que se aferra a su idealizada hija pequeña para conservar una parte de la vida que perdió cuando murió su mujer. Snow es esa niña mantenida entre algodones por toda la familia, prácticamente una princesa de cuento. Cuando Boy se queda embarazada súbitamente siente la necesidad de alejar a Snow de su hogar. Bird es la última en llegar, la hija de Boy y Arturo, que durante la mayor parte de la novela es el centro de la historia. La tumultuosa relación entre Boy, Snow y Bird tiene que encontrar, de una manera u otra, un encaje.
Además de su particular voz narrativa, Oyeyemi recrea una atmósfera difícil de definir en la que se mezclan el sótano del cazador de ratas con el que crece la primera de las protagonistas Boy, con las referencias constantes a una narración propia de los cuentos de hadas. La propia Boy dibuja de manera descarnada su vida con su padre:
“Me pegaba cuando una de sus ratas enjauladas le mordía. Me pegaba cuando yo pronunciaba una palabra de una manera que él consideraba engreída. (Me dijo que la diferencia entre él y el resto de personas era que éstas sólo pensaban en darme un tortazo cuando yo utilizaba una palabra rebuscada pero que él lo llevaba a la práctica). Me pegaba cuando yo no me inmutaba si me levantaba la mano y me pegaba cuando me encogía de miedo”.
Pero en muchas de las descripciones se abre paso el universo propio de cuentos infantiles:
“Snow parece una amiga de las criaturas del bosque; un unicornio apoyaría su cabeza en su regazo y todo el mundo sabe los quisquillosos que son los unicornios”.
Aunque a menudo, los cuentos tienen matices y no todo es de color de rosa:
“Mamá, la maravillosa princesa que irrumpió en la vida de Snow y luego la expulsó de su mundo, de una patada y sin explicaciones”.
Constantemente, Oyeyemi esboza un ambiente decadente:
“Desde donde yo estaba, todo parecía un circo de pulgas. Ni divertido, ni esclarecedor, simplemente patético”.
Pero lo hace entrelazarse con una esperanzadora sensación de renacimiento:
“La puerta principal estaba abierta y la luz del porche encendida, y una niña recorrió un lado de la casa cantando en voz alta. No pude verle bien la cara -cubierta por matas de pelo oscuro con flores rojas trenzadas en él-, pero tenía una gran galleta en cada mano y llevaba más en los bolsillos del vestido. Me apeteció entrar por la puerta detrás de ella, sentarme en el viejo piano que podía ver en la sala mientras la niña se ponía de puntillas para recuperar el vaso de leche que había encima”.
Y al fondo de esas vidas que intentan reconstruirse y de esas que comienzan a forjarse el racismo y la discriminación. Un racismo que se desparrama que es como un baño de aceite sucio de motor que pesadamente va impregnándolo todo y volviéndolo pesado y pegajoso:
“Todos los lugares de categoría a los que nos permitían ir eran imitaciones de lugares que nos estaban vedados; no copias insulsas, la mayoría estaban hechas con un gusto perfecto, pero cuando estabas sentado en el bar o a la mesa a la luz de las velas tratabas de imaginar los comentarios que estaba haciendo la gente real durante la cena… sí, la gente real en el restaurante dos manzanas más allá, los blancos de los que éramos sombras, y tratabas de hablar de lo que imaginabas que estarían hablando ellos y la comida se convertía en serrín en la boca”.
“Parecía que estuvieran de broma, pero lo que decían no lo era: «Los negros están tan furiosos en estos tiempos, pierden los estribos por cualquier cosa, grrrrrr, como animales salvajes. Mi papá dice que esos Panteras Negras son vietcongs a punto de entrar en acción. Dales la mano, te cogerán el brazo y nos abatirán a tiros a plena luz del día»”.
En resumen, Helen Oyeyemi construye un universo cuyos personajes están llenos de contradicciones y de dobleces en las que ocultan los motivos tan humanos que nunca entenderemos, cuyos ambientes transmiten la esperanza en medio del derrumbe o pueden hacer que el palacio de cristal se haga añicos, todo ello sorprendiendo con giros inesperados y golpes ocultos propios de la novela de misterio, en una narración que simplemente intenta reflejar la vida cotidiana.