“Pequeño país”, los paraísos perdidos de Gaël Faye
Más que una novela, Pequeño país es una tela cuyos hilos se van tejiendo para construir un relato que se sumerge en uno de los abismos más oscuros de la humanidad, uno de esos espacios en los que parece que se ha perdido precisamente, lo más básico del ser humano. El escritor franco-ruandés Gaël Faye consigue que el lector se sumerja en el despertar a la vida de la adolescencia, en la historia fresca y desenfadada de un grupo de niños que consideran que las calles de su barrio de Buyumbura es su territorio. Sin embargo, cuando menos se lo espera, ese mismo lector se encuentra atrapado en los meses en los que el infierno asaltó la tierra en la región de los Grandes Lagos, primero en Ruanda y después en Burundi.
Pequeño país ha sido traducido al castellano por José Fajardo González y publicado recientemente por Salamandra y en catalán por la Editorial Empúries. El autor, Gaël Faye, un conocido rapero francoruandés, estará estos días en Madrid y en Barcelona para reforzar el lanzamiento de la novela en castellano y para compartir su experiencia vital y creativa en actividades con tonos particulares. Por ejemplo, mañana se encontrará con estudiantes de secundaria en el CCCB de Barcelona, un encuentro con adolescentes muy especial.
Los Kinanira Boyz es el nombre que se dan a sí mismos la pretendida banda de los gemelos, Armand, Gina y Gabriel, el protagonista y el narrador de Pequeño País. Los cinco chicos se ven a sí mismos como pandilleros, los amos de Kinanira, el barrio acomodado de Buyumbura. En realidad, son apenas cinco niños de papá que están despertando a la vida a través de unas inocentes fechorías que no van más allá de robar mangos, de fumar a escondidas plantearse retos infantiles.
Gaël Faye, va progresivamente incorporando personajes y complejidad a una trama que en la mayor parte del libro es apenas una historia ligera de adolescentes. Ese despertar de Gabriel y los suyos se hace en el contexto más difícil, la región de los Grandes Lagos de la década de los noventa que progresivamente se iba estremeciendo con cada nuevo episodio, elecciones que despiertan ilusiones, asesinatos de políticos que acaban con los sueños, tensiones que disparan la crispación social. Las idas y venidas de los cinco muchachos dibujan el Burundi de las primeras elecciones democráticas de 1993 y el complejo contexto de la época, la sombra de la tensión en Ruanda o en Zaire. Y, sin embargo, la vida pasa a otro ritmo para los Kinanira Boyz que se sienten a salvo de todos esos riesgos.
La de Gabriel empieza siendo una historia de despertar a la vida, pero poco a poco se va convertir en una narración de pérdida de la inocencia, para pasar a ser un relato del paraíso perdido o, más bien, de los paraísos perdidos, los de Gabriel, el de la infancia, por un lado, y el del hogar, por otro. Faye, el autor que comparte el perfil vital con el protagonista de la novela, padre francés, madre ruandesa y criado en Burundi, y relata una sociedad compleja y contradictoria, en la que los expatriados mantienen intacto el espíritu colonial, tres décadas después de la independencia. “El asesinato del presidente le daba igual, ella no hablaba más que de su jamelgo, la vieja racista. ¡No puedo con los colonos! La vida de sus animales es más importante para ellos que la de las personas”, lo dice Gino, el hijo de un belga y una ruandesa.
Sin embargo, mientras la novela perfila la sociedad en la que Gabriel y los otros chicos comienzan a convertirse en hombres, en un segundo plano, se va esbozando el clima en el que se acabó desencadenándose el estallido de violencia del genocidio ruandés, de las guerras civiles y de las matanzas. “Las gentes de esa región eran como esa tierra. Bajo la calma aparente, detrás de una fachada de sonrisas y de grandes discursos de optimismo, fuerzas subterráneas, oscuras, trabajan de continuo, fomentando proyectos de violencia y destrucción que se manifestaban en periodos sucesivos, como las ráfagas de viento: 1965, 1972, 1988. Un espectro lúgubre se colaba con regularidad para recordarles a todos que la paz no es más que un corto intervalo entre dos guerras. Esa lava venenosa, esa marea espesa de sangre estaba de nuevo lista para salir a la superficie”, señala el protagonista justo antes del golpe de estado de octubre de 1993 en Burundi.
Poco a poco, el lector va sintiendo como la tensión entre las comunidades crece y cómo, cada vez, el protagonista y los suyos están menos a salvo, a la vez que empieza a entender la dimensión de lo que está ocurriendo a su alrededor. “Aquella tarde, por primera vez en mi vida, entre en la realidad profunda del país. Descubrí el antagonismo entre hutus y tutsis, la infranqueable línea de demarcación que obligaba a cada cual a estar en un bando u otro. Uno cargaba con ese bando desde que nacía, igual que se recibe un nombre, y eso lo perseguía para siempre. Hutu o tutsi. (…) Sin que se le pida, la guerra se encargaba siempre de procurarnos un enemigo. Yo, que quería permanecer neutral, no pude serlo. Había nacido con aquella historia. Me corría por dentro. Le pertenecía”, explica Gabriel. Esos bandos acaban imponiéndose en la vida cotidiana de los protagonistas: “Un mes antes no me habría enterado de nada. Soldados hutus de un lado, una familia tutsi del otro. Asistía en primera fila al espectáculo del odio.
Faye consigue que esa primera parte de la historia fresca, desenfadada, sin complicaciones, va evolucionando sin sobresaltos, ni artificios. De repente, el lector se encuentra acompañando a Gabriel en su descenso a los infiernos de una manera natural, como no puede ser de otra manera, después de haber sido seducido por su carisma. Casualmente en medio del desastre, el chico encuentra una tabla de salvación: “Gracias a las lecturas, derribé los límites del callejón, respiré de nuevo, el mundo se extendía a lo lejos, más allá de las vallas que nos encerraban en nosotros mismos con nuestros miedos”.
El escritor de francoruandés, que antes que novelista ha sido rapero, ha escrito una historia, en parte, sobre el genocidio de Ruanda. Pero sólo en parte porque es mucho más que eso, es sobre la situación en toda la región. Y hay más todavía, Pequeño país aporta un enfoque nuevo, el de las víctimas anónimas que han hecho frente a toda esa violencia y que la ha vivido de las maneras más diversas y, sobre todo, Gaël Faye presenta esa historia como son las historias humanas, complejas, a menudo contradictorias y, muchas veces, difíciles de comprender, pero a la que es muy fácil acercarse.
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