Una novela de confinamiento (e infidelidades) en Nigeria
En este nuevo boom de las literaturas africanas, debemos reconocer que es el momento de ellas. Quizás al hilo de Chimamanda Ngozi Adichie, la industria editorial occidental se ha abierto a ofrecer narrativas de escritoras africanas. Como en todo, esta veta de historias explicadas por unas ellas africanas, hay disparidad de resultados. También de ambiciones. Por eso es de celebrar, y mucho, cuando alguna de ellas se sale de lo establecido y logra ofrecer una novela que destaca por encima de las demás.
Es un poco lo que pensé cuando leí Mi hermana, asesina en serie, de Oyinkan Braithwaite. La voz de la narradora te atrapa al momento, y te lleva por una serie de asesinatos casi-sin-querer perpetrados por su hermana pequeña. La novela no sólo se hace divertida, sino que termina siendo una muestra quasi costumbrista de la vida nigeriana actual. Si algo se le podría reprochar no es más que, en ocasiones, tire de arquetipo de mujer envidiosa africana para alguno de los actores secundarios de la novela, un personaje que, en mi opinión, se dibuja en exceso en el boom literario africano de hoy.
En cualquier caso, la buena experiencia con Mi hermana… hace que uno se enfrente a El bebé es mío, la nueva novela de Braithwaite, con una predisposición a dejarse llevar hasta donde ella quiera. Alpha Decay ha apostado fuerte por la autora nigeriana, por el buen resultado de su primera obra, pero también por las expectativas que despierta este segundo. El libro tiene la doble novedad de que está escrito y ambientado en la época del confinamiento por COVID19 que se vivió en Nigeria durante 2020. Es decir, no resulta sólo interesante que Braithwaite la escribiera durante los meses que, como casi todas, tuvimos que pasar en casa, sino que es probable que quien la lea se enfrente, por primera vez, a un relato donde el COVID19 está presente de manera cotidiana. Nada de sobresaltarse sin querer cuando dos personajes que no se conocen deciden hacer cola juntos en un lugar público y sin respetar la distancia de seguridad. Aquí el COVID19 no es protagonista, pero sí condiciona los movimientos y las actuaciones de los personajes.
«Vivía con Mide, la de caderas anchas y pequeños rizos apretados, cuando el gobierno nigeriano decretó que debíamos sumarnos al resto del mundo y confinarnos. Casi de la noche a la mañana, la vida se ralentizó y ya no era seguro mezclarse libremente con los demás, de modo que nos quedamos en casa».
La trama se inicia de manera sencilla. En mitad del confinamiento, a Bambi, un joven nigeriano, le echa de casa su novia por haber sido infiel. De noche, y frente a las calles desiertas de la ciudad, Bambi decide refugiarse en la casa de su difunto tío, pensando que estará vacía. Allí se encontrará con tres personajes más con los que tendrá que convivir, además de algún que otro secreto de familia.
«- ¿Por qué está aquí, tía Bidemi?
Dio otro suspiro cargado.
– Estaba embarazada y no tenía adónde ir.
– ¿Esohe estaba embarazada?
Me salió un gallo y tosí para aclararme la garganta. No la habría oído bien.
– Sí, pero la pobre perdió a la criatura. Y antes de que pudiera pedirle que hiciera el favor de irse, empezó el confinamiento».
Quizás fueran las expectativas creadas después de leer Mi hermana…, o quizás el hecho de pensar que, si fue escrita durante el confinamiento, Braithwaite entendería la necesidad del lector o lectora en tiempos de COVID19 por acercarse a las vidas de otras personas ya que la suya ha quedado en suspenso. Pero el caso es que el libro no acaba de arrancar. Braithwaite no profundiza en ninguno de los aspectos que podrían darle interés a la narración, pasea por encima de todos ellos sin llegar a interesarse realmente por ellos, y eso hace que el libro se lea como todas leíamos el timeline de nuestras redes sociales mientras estábamos encerrados en casa: un poco porque sí, pero sin más. Nos acercamos a las vidas de Bambi y sus circunstanciales compañeros de piso casi de manera instrascendente. Pero al final uno siente que si Braithwaite no se ha interesado realmente en lo que les pasa a sus personajes tampoco te tiene que interesar a ti.
«No contesté. Señalé la puerta y vi cómo se escurría como una araña. De las venenosas. Cerré y me senté en la punta de la cama. El sol de la tarde era menos intenso que antes y la habitación estaba más fresca. Respiré hondo. Sí que tenía el tatuaje, pero en el culo. Lo pasó es que Esohe había olvidado dónde lo había visto».
Aún así, esta novela tiene los trazos interesantes de Braithwaite que tenía Mi hermana…, como aquello que señalaba Carlos Bajo en su reseña para Wiriko, de mostrar una vida a la africana que tiene absolutas raíces en la vida cotidiana de nigerianos y nigerianas pero que (¡Oh, sorpresa!) se parece tremendamente a la de tantos y tantos jóvenes a lo largo del mundo. Y es en este sentido donde El bebé es mío ofrece su mejor versión.