Voces desconocidas del África
Parece la eterna queja. Las voces desconocidas del África nos darían para hacer una serie casi interminable de autores que a duras penas llegan a las librerías españolas. Aprovecharemos esta sentencia que el crítico literario de Congo-Brazzabille, Landry-Wilfrid Miamprika utilizó en un artículo del año 2003 para intentar ir descubriendo algunas de esas voces plasmadas en letras, en la medida de lo posible.
A guisa de homenaje y de pago por este préstamo comenzaremos con una obra del propio Miamprika, autor de Voces Africanas. En el mencionado artículo, Miampika rescata la obra de cinco poetas que recupera en su volumen. Tres congoleños Tchikaya U Tam’si, Jean-Baptiste Tati Loutard y Sony Labou Tansi, un mauriciano Edouard J. Maunick y un chadiano Nimrod, forman este abigarrado grupo unido por el análisis de Miampika en base los cuatro elementos (el fuego, el agua, la tierra y el viento).
El crítico considera que en su poesía, Tchikaya U Tam’si, es un autor de fuego básicamente por una descanada visión que combina tragedia y amor. El poeta congolés dibuja un universo de desierto, zarzas o cactus, junto a flores, fuentes dulces y pechos maternos. Tchikaya U Tam’si llevan a unos escenarios al mismo tiempo fantasmagóricos y agradables (evidentemente, de manera alternativa) que entroncan con referencias reales, es decir, plenamente reconocibles más allá del universo poético.
Siguiendo con su referencia elemental, Miamprika considera a Jean-Baptiste Tati Loutard un poeta de agua. En su descripción, más allá de las referencias abstractas, Tati Loutard no escatima las menciones comprometidas. Quizá puedan parecer veladas, pero lo cierto es que están en sus versos. Cuando el poeta en el poema “Carta a una muchacha de Nueva York” escribiendo desde una “orilla” africana se compadece que la receptora de sus letras: “¡Qué pena me das, tú, tan lejos, recluida en el desierto de cemento y de acero / Con los más bellos sueños de los hombres / Metidos en mochilas de ladrones!”. Loutard muestra un orgullo de su posición que se convierte en declaración de intenciones en un autor africano.
Más allá de la dimensión temática la poesía de Loutard resulta de una luminosidad tremendamente atractiva. Recuerda, aún a riesgo de caer en tópicos, al atractivo de la exuberante vegetación. De algún modo, los versos de este congoleño se convierten en la visión de un bosque tropical, por la frescura que emanan y por la vida que se adivina.
Sony Labou Tansi sería el representante de una poesía que combina tierra y fuego en esa clasificación del crítico congoleño. Al margen de su poesía, Miamprika considera a Tansi el autor de la novela que inauguró la modernidad literaria del África francófona, aunque no sepamos muy bien qué significa este hito, con La vie et demie. Por lo que se refiere a sus versos son directos, desprovistos de demasiados artificios.
Édouard J. Maunick combina fuego y aire en esa estructura elemental que realiza Miamprika. Su origen marca el sentido de la poesía de este mestizo oriundo de la Isla Mauricio, por un lado su insularidad, la presencia constante del mar en los versos y en su universo poético y, por otro, la angustia de su condición de mestizo que le lleva a preguntarse sobre el origen, sobre la situación, incluso del lugar en el que nació. Con una deliciosa descripción de su isla como “una isla expulsada de África por telúrica guerra”, Maunick ya avanza el sentido azorado de sus versos, aunque esas características no son necesariamente pesimistas. “me volvió a enderezar con un gran golpe / de mar me apuntaló a la contra frente al horizonte”, es una muestra de esa mirada al futuro.
Por último, Nimrod es el poeta del aire para Miamprika, un aire que, según el crítico, sería el responsable de la limpieza de sus versos. Nimrod se aferra con una mano a la realidad, tratando temas como el del genocidio de Rwanda o situándose en el escenario de un huerto mundano, mientras que con la otra juguetea con las palabras y con la precisión del verso. Con este doble juego, Nimrod consigue elevar esas realidades, en unos casos dramáticas, en otros cotidianas, a un nivel de belleza y delicadeza que parece chocar frontalmente con la temática. Sin embargo, la habilidad para navegar en universos diferentes hace que ese choque no sea para nada violento.
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