Cómo muere la música. Desigualdades y globalización sónica
*Por Ian Brennan
Mientras alrededor de 100.000 álbumes son publicados cada año en Estados Unidos, la mayoría de países del planeta no tienen ni un sólo álbum en el mercado internacional. ¿Cómo puede ser simplemente que decenas de miles de artistas de ciudades como Los Ángeles y Londres tengan las plataformas necesarias mientras otros muchos países no tienen voz a escala internacional? Este absurdo matemático de superiores sólo refleja desigualdades profundas en nuestra sociedad.
Uno de los defectos de la globalización y las mal-llamadas «músicas del mundo» es que el diálogo está casi siempre agarrado a una sociedad determinada (y, sin duda, vamos a tener claro que cada sociedad tiene su propia élite). Sí, un inmigrante de primera generación o un estudiante universitario de un país en vías de desarrollo pueden tener todos los derechos de expresar una opinión, pero no más que la mayoría de sus conciudadanos cuyas experiencias a menudo difieren de manera tan dramática de las suyas propias. Los menos favorecidos a menudo no tienen fácil acceso a Internet, y en los casos más extremos, no han tenido una correcta alfabetización debido a la falta de educación formal. ¡Hé aquí la desigualdad estructural del mundo!
Un miembro de clase media o alta en África o el sudeste asiático no suele escuchar las narrativas de los individuos menos favorecidos de su tierra natal. Estos no tienen acceso a los medios para dejarse a conocer. No es realmente tan diferente de Donald Trump desconociendo la difícil situación de las personas sin hogar en la ciudad de Nueva York o a los hermanos Koch negando el calentamiento global.
Sin embargo, la innovación en la cultura pop suele funcionar culturalmente de abajo arriba, y no desde la aristocracia que gobierna ahora la mayor parte de los medios de comunicación. Los movimientos con más éxito de la historia han venido de «la gente». Ya se trate de James Brown, Elvis Presley, Bob Marley, Rosetta Tharpe, Louis Armstrong, Grandmaster Flash, Johnny Rotten, la familia Carter, Miriam Makeba, Woody Guthrie, Kurt Cobain, Blind Lemon Jefferson, Edith Piaf, o Eminem -para nombrar sólo unos pocos-, todos han llegado desde abajo. Pero es cierto que muchos de los artistas más relevantes históricamente han venido de ambientes y contextos favorables que les han permitido despuntar en un momento determinado.
Cómo muere la música (o vive):
How Music Dies (or Lives): Field-recording and the battle for democracy in the arts, es un nuevo libro que se enfrenta con los problemas relacionados con la distribución no equitativa y la representación de África y sus músicas en los medios de comunicación.
Personalmente, hago música deliberadamente poco comercial. Me atrae la intimidad, la honestidad y la textura de las voces, así como las relaciones entre los músicos mientras tocan. Años y años en las artes me han enseñado dolorosamente que muy pocas personas en Europa o América del Norte, incluso de forma remota comparten mis gustos, por lo que no espero que alguien de otra cultura, esté de acuerdo con mi estética tampoco.
Pero hay una cosa que tengo clara. Ningún individuo, simplemente por ser de algún lugar determinado, está dotado de un juicio estético universal. Nadie tiene una mayor autoridad en el arte. Y, la historia demuestra que los pensamientos y las voces más originales son casi siempre rechazadas en su propio tiempo y que uno casi «nunca es un héroe en su ciudad natal».
La apreciación de un artista más idiosincrásico no tiene por qué ser exotizante. Puede simplemente provocar una disminución de distancia y parecerse más a aquello a lo que estamos acostumbrados, permitiendo de este modo que lo veamos con más claridad, más allá de la lente miope del propio ego y las ideas preconcebidas. Al final, sin embargo, todas las historias, canciones y cantantes deben valerse por sí mismos. A mí, lo que me gusta más, es la búsqueda de voces que me muevan, sin importar de donde vengan.
* Ian Brennan es productor de un disco merecedor de un GRAMMY (con Tinariwen) y de 4 más que han sido nominados a este premio. Desde hace más de veinte años- desde 1993- ha formado con éxito a más de cien mil personas en todo Estados Unidos (así como en diferentes puntos de Europa, África, Asia y el Oriente Medio) en la prevención de violencia, manejo de la ira y la resolución de conflictos en campos de refugiados, escuelas, hospitales, clínicas, cárceles y programas de rehabilitación para drogodependientes, en organizaciones de prestigio como el Centro Betty Ford, el hospital Bellevue (Nueva York), la Universidad de Berkeley o la Academia Nacional de Ciencias (Roma).
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