Aline Frazão: «Luanda es para mí lo que Nueva York para Woody Allen»
Aline Frazão es una joven cantante y compositora angoleña afincada en Barcelona. Fascinada por el Jazz, la Bossa Nova, la música caboverdiana, la música popular angoleña y el Fado, decidió combinar sus estudios de comunicación con una pasión que le viene de muy temprana edad: la música. Con tan solo dieciocho años dejó su Luanda natal para empezar la universidad en Lisboa, y desde entonces, ha vivido en Santiago de Compostela y Madrid. Ahora, desde Barcelona, Aline prepara el lanzamiento de su último trabajo en España, a pocos meses de su gira brasileña. Decidida a que su música de sonoridades atlánticas nos embriague a todos, y dejando entrever las múltiples influencias de su ir y venir biográfico, nos ha dejado conocerla un poco mejor y hasta nos ha querido regalar una canción.
¿Qué escucha Aline Frazão?
¡Hay tantos nombres! Me encanta el Jazz. Sigo escuchando muchísima música de Brasil, aunque me alejo un poco de ella y me acerco cada vez más de nuevo a África. Me encantan voces como las de la caboverdiana Mayra Andrade. Me identifico mucho con los sonidos sudafricanos más reivindicativos. Músicos angoleños como Paulo Flores, Rui Mingas o Filipe Mukenga.
¿Cómo empezaste con la música?
Empecé a cantar música de Angola, Cabo Verde y Brasil sobre todo cuando solo tenía nueve años. Más tarde me aficioné a una guitarra española que mi padre tenía por casa. Buscaba canciones de Bossa Nova por Youtube, sacaba los acordes e intentaba tocar de esa forma. A los quince años un amigo mío me regaló un recopilatorio de Jazz de Ella Fitzgerald y flipé completamente. En ese momento ya era casi una experta en música popular brasileña: Tom Jobim, Joao Gilberto, Caetano Veloso… Todo eso se convirtió en un lenguaje muy mío y empecé a escribir canciones. Pero he sido una autodidacta desde el principio y no he desarrollado una técnica depurada. De hecho, me he inventado mis propias comodidades y posiciones, y muchas veces ni siquiera sé los nombres de los acordes. Mi teclista es el que se encarga de traducir los nombres de los acordes al resto de los músicos. ¡Suerte que es muy amigo mío! (ríe). Me parece que de esta forma me expreso de una forma más libre, no estoy determinada por la teoría…
¿Cuándo decides que tus composiciones son suficientemente maduras como para dejar que los demás disfruten de ellas? ¿Y como llegas a profesionalizarte?
Fue mucho más tarde… Primero quise ser ingeniera civil, para reconstruir Angola después de la guerra civil, que terminó en 2002. Siempre fui consciente que yo tenía más oportunidades que otra gente en mi país, y siempre seguí mi propia regla: a más posibilidad, más responsabilidad. Pero como también me gustaba mucho todo el tema de la argumentación y la comunicación verbal, decidí ser periodista. Bueno, en esto mi padre no estuvo muy de acuerdo. ¡Imagínate como está la libertad de expresión en Angola! Es un país muy bloqueado democráticamente, por decirlo de una manera suave.
¿Cómo afectó la guerra de Angola a tu vida?
Enormemente. Yo nací en 1988 y la guerra no terminó hasta 2002. Siempre viví en Luanda, y las capitales siempre han estado más protegidas. Pero en el 92, el año que nació mi hermana, la guerra llegó a la capital. Yo era muy pequeña aunque las consecuencias de la guerra estuvieron siempre ahí. Convives con los niños de la calle, que se han quedado sin padres. Con las personas mutiladas por la guerra. La pobreza extrema. Las noticias. La radio. La tensión de tus padres. El miedo. Aunque creo que he sido una privilegiada. Mis padres tenían un poco más de dinero, pero mi educación siempre me hizo mirar hacia fuera. Supongo que por eso, siempre he mantenido una voz crítica. Aunque es una cosa muy angoleña. La cantante Sara Tavares, que es muy amiga mía, siempre dice que los angoleños somos unos pesados por qué siempre estamos hablando de política. Así que sí, todo esto es parte de mí. Y creo que de toda mi generación, tenemos una carga histórica que tomamos muy en serio.
Cuéntanos cómo ha evolucionado tu carrera y tus ires y venires geográficos.
Al acabar la carrera en Portugal, vine a Barcelona y me cambió la vida. Aquí hay un montón de vida asociativa, de proyectos vecinales… Me involucré en muchísimos proyectos y cambié mi perspectiva de vida. Así que al llegar a Madrid, ya llegué con otro espíritu. Allí fue donde empecé a tocar más por pequeños clubes y bares de barrios como Lavapiés. Conocí a Uxía, la cantante gallega y directora artística del festival dedicado a la lusofonía Cantos Na Maré, y me invitaron, ni más ni menos que ir a representar a Angola. Y, ¿quién representaba a los otros países? Estaba el increíble Lenine de Brasil, y el fadista portugués António Zambujo. Por entonces, yo ni siquiera tenía agencia ni nada, así que estaba literalmente flipando con la oportunidad. Y que Lenine te diga, por las calles de Santiago, que tienes que grabar tus cosas y que tu música es bonita… Te hace plantearte que las cosas pueden funcionar. Ese fue el momento en que decidí que iba a dedicarme a esto profesionalmente.
¿En qué año fue esto?
Fue en diciembre de 2010.
Vaya, es muy reciente.
Sí. Pero desde entonces han pasado muchas cosas. Me fui a Argentina. Me afinqué en Santiago. Y entre Santiago y Lisboa escribí Clave Bantú (2011).
Es cierto que la idea para Clave Bantú la coges del programa homónimo de Trópico Utópico de Radio 3, de Rodolfo Poveda?
Y tanto. Yo escuchaba mucho Radio 3. Adoro el programa cuando los elefantes sueñan con la música de Carlos Galileo y Trópico Utópico. Y un día un amigo me dijo que Rodolfo había hecho un programa dedicado a la música de Angola y del Congo. Me pareció curioso porque normalmente aquí se escucha más música del África Occidental. Y me encantó, me vino una saudade tan grande del Soukous y las cadencias del Semba… Empecé a darme cuenta de que los ritmos brasileños que a mi me fascinaban eran justamente los que venían de la raíz Bantú. Y no tanto los Yoruba. Vi tan claro que me identificaba con lo Bantú y que el concepto sintetizaba lo que yo era, que decidí hacer un homenaje a toda esa cultura del baile, el cuerpo, de un tiempo más pausado…
Dices que tienes mucha influencia del mundo luso pero no mencionas en ningún caso Mozambique. Parece como que Mozambique no llama mucho a los angoleños, ¿no? ¿Porque crees que esto pasa?
Es el océano. El Atlántico nos tiene mucho más ligados con otros países. En la literatura si que se dialoga un poco más: el mozambiqueño Mia Couto con el angoleño Pepetela, por ejemplo. Pero en música conozco a poquísima gente de Mozambique, como Stewart Sukuma. Sin embargo, en Mozambique si se escucha más música angoleña.
¿Qué te perece este boom del Kuduro angoleño que se escucha en prácticamente todo el continente y que ha roto barreras también fuera de él?
Me parece una manifestación muy auténtica de lo que son las ciudades africanas contemporáneas. Me gusta. Representa el caos, la locura, la explosión de ciudades como Luanda. Pero me parece exagerado que se haga una reducción y que se relacione Angola solamente con el Kuduro. Yo de pequeña bailaba Kuduro, es parte de mi cultura. Pero obviamente, mi cultura angoleña no es solo esto.
¿Cómo ves la industria musical angoleña actual?
Es complicado. Como siempre, hay dos mundos: el comercial, con más dinero y criterios comerciales; y los mercados más alternativos, que cada vez van teniendo públicos más grandes. Tampoco puedo hacer un análisis de todo el país, sería pretencioso. Pero en Luanda sí que hace falta construir una estructura que proteja y oriente a los artistas, que los ayude a profesionalizarse. Que ayude a que los propios angoleños aprendan a apreciar y escuchar el talento de los músicos de Angola. Aunque es un momento creativo muy positivo para el país. Cada vez hay más gente volviendo para Luanda sobre todo, y eso crea más dinamismo en la cultura.
¿Crees que tu generación puede jugar un rol decisivo en la creación de nuevas dinámicas en el sector creativo y crear unas condiciones laborales más dignas para los artistas?
No solo puede sino que debe. Es nuestra obligación. Además, los que estamos fuera, tenemos una responsabilidad extra. Aunque es complicado. Angola es la tercera potencia económica de África, pero es un embuste. No hay muchas perspectivas para los que no están alineados con la ideología del régimen. Y las estadísticas no son realistas con la situación de la mayoría de la población. Creo que los que tenemos la posibilidad de montar una estructura, debemos abrirla y compartirla, no solo en Luanda sino en todo el país para que se conozca en otras partes del mundo, lo que hay en Angola. Sí… Nuestra generación tiene muchas ganas de hacer cosas. Personalmente, siento que tengo una responsabilidad en este sentido.
¿Sientes que tu música representa a Angola?
Hace tres años te hubiera dicho que sí; de cabeza (ríe). «Yo como angoleña… Blablabla». Pero la identidad es algo que va cambiando. Por ejemplo ahora estoy enganchada al americano Nick Drake. Me quiero comprar una guitarra eléctrica. No sé si es el indie barcelonés que me está haciendo volver una hipster… ¡Es broma!
Vaya, que no te gustan los esencialismos…
Cada vez menos. Es que es muy complicado hablar de identidad. Decir ‘Angola’ se queda muy grande para mi boca. Solo diciendo ‘Luanda’, ya es demasiado. Voy y vengo de Luanda, escribo para el periódico angoleño Rede Angola y estoy muy conectada con la realidad de allí. Participo ahí y estoy comprometida, pero la identidad angoleña se sigue construyendo, y yo tengo muchas identidades, no solo la nacional. Aunque la música tradicional de raíz, la literatura angoleña… Me mueven. Hablo mucho de Angola en mis canciones, pero no me considero ni puedo considerarme una embajadora de nada. Pero lo que te puedo decir es que Luanda es para mí, lo que Nueva York para Woody Allen. Está en todo lo que hago.
¿Has podido presentar ahí tus discos? ¿En qué otros lugares?
Por supuesto.Ya habíamos presentado el primer disco en el Festival de Jazz de Luanda, y hemos tocado en diferentes clubes de Luanda. Pero también presentamos el disco en Portugal. En el Festival de Sines, tuve la oportunidad de tocar junto a Silvia Pérez Cruz, y me cambió la vida. ¡En la primera canción ya estaba llorando! ¡Me encanta! También estuvimos en diferentes clubes de Jazz de Portugal. De hecho, es ahí donde tengo más público y donde he tocado más. En Bélgica. En Alemania. En Austria. Y ahora vamos a ir a tocar a otros dos festivales alemanes y, en noviembre, si todo va bien, tocaremos en Brasil.
¡Qué suerte! ¿Qué esperas de Brasil?
Pues… No sé si debo esperar algo. Ya he estado ahí, tengo familia en Río. ¡Brasil tiene tantísimo talento! Además, son muy endogámicos. Pero creo que le debo algo a Brasil.
¿Y te vas a llevar a tus músicos de gira?
Claro. Los músicos que me acompañan son los mismos que grabaron conmigo Movimento, y están afincados en Lisboa. El teclista y guitarrista portugués Marco Pombinho; Marcos Alves, que también es batería del caboverdiano Tcheka, y el italiano Francesco Valente, de Terrakota. Son buenísimos.
Pero vas a volver a Barcelona, ¿no? ¿Qué te trajo a la capital catalana?
Claro que vuelvo. Me encanta Barcelona. Vine aquí un poco a auto-recluirme. Buscaba un sitio donde estar tranquila, y como aquí tengo muchos amigos, vine a por el calor de esa otra familia. He estado un tiempo relajada y ahora estamos empezando a preparar la presentación de mi último disco (Movimento, 2013), que con suerte será para el próximo otoño. Me apetece muchísimo, porque el disco no se ha podido presentar aún en España. Así que sí, tengo muchas ganas de arrancar aquí. De hecho, antes de venir aquí estudié catalán en la universidad de Lisboa. Jamás en mi vida estudié castellano. Pero aquí, la gente se da cuenta que eres extranjera y te habla directamente en castellano. Me da mucha rabia porque al final acabo sin poderlo practicar. Pero me encanta vivir aquí.
Vas a interpretarnos el single de tu último álbum, «Tanto». Cuéntanos de qué va.
El single de mi último álbum salió de una actuación que hicimos en Bélgica. Fue en la ciudad de Ghent. Me impactó muchísimo la pulcritud de esa ciudad. Todo en su sitio. Jamás había visto tanto orden. Contrastaba mucho con Luanda, y en el videoclip, de hecho, quise reflejar los contrastes de Luanda.
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[…] Cantante de voz porosa, compositora de letras hirientes y periodista comprometida con la realidad angoleña y africana por extensión, no solamente es interesante por su propuesta musical, inspirada por el jazz, la bossa nova, la música caboverdiana, la música popular angoleña y el fado, sino por su peso entre la comunidad de artistas y activistas angoleños. Si quieres conocer mejor a esta polifacética artista te recomendamos que leas la entrevista que le hicimos. […]
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