Porgy & Bess y la Cape Town Opera
El Gran Teatre del Liceu de Barcelona acogió del 11 al 19 la “opera-jazz” Porgy & Bess, en un montaje realizado por la Cape Town Opera. Lo cierto es que los géneros con apellidos son siempre un terreno resbaladizo (¿qué es exactamente una “opera-jazz”?) y por eso, a menudo, vale más la pena obviar las etiquetas, que pueden tener una cierta utilidad para clasificar, y simplemente ver y disfrutar. Y por eso, lo primero que se puede decir es que a pesar de estar reconocida como una ópera estándar desde hace casi cuarenta años, hasta los no iniciados pueden descubrir que no se trata de una pieza del género del bel canto al uso. Tiene algo, más. Algo evidente de teatro musical, por las piezas corales coreografiadas, algo quizá de jazz y sin duda de blues y de góspel, tanto en el ambiente que transmite como en las frases que componen muchas de sus partituras.
Porgy & Bess es la obra cumbre de George Gershwin, con un guión original de Ira Gershwin y DuBois y Dorothy Heyward, basado en una obra de teatro de estos dos últimos y a su vez en una novela de DuBois. Ya desde un buen principio se concibió con un cierto carácter experimental ya que estaba pensada para Broadway (la cuna de los musicales), pero interpretada por actores con formación en música clásica. Así, a pesar de las modificaciones y los cambios que ha ido experimentando en sus ochenta años de existencia no ha podido (porque seguramente no ha querido) sacudirse ese rastro de teatro musical.
La trama nos sitúa en los barrios negros deprimidos de la Carolina del Sur de los años 30. A través de una historia de amor tan turbulenta que resulta imposible retrata la vida en estos suburbios, lo que le confiere algo (mucho) de obra costumbrista. De esta manera, el romance entre Porgy, un pedigüeño discapacitado, y Bess, una mujer que se debate entre la vida alegre y la calidez del hogar, sirve como excusa para explorar los sentimientos humanos, las vicisitudes de la pobreza, las estrategias de resistencia, la solidaridad y la traición, lo mejor y lo peor de los hombres, incluida la discriminación ración y la lucha por la supervivencia. Seguramente este argumento ha sido lo que ha permitido que se unan las inquietudes de las comunidades afroamericanas de la época (que la adoptaron como una descripción aceptable) y las de la Sudáfrica del Apartheid.
De hecho, el montaje de la Cape Town Opera huele inevitablemente a Sudáfrica. Si no fuese por algunas referencias geográficas, como la insistencia de un traficante de cocaína para que Bess, la protagonista, le acompañe a Nueva York, cualquier espectador situaría la acción en la Sudáfrica del Apartheid, incluidos los poco amables policías blancos. Las reminiscencias del blues, del jazz y del góspel, evidentemente, no desentonan para nada en esta ambientación. Es posible que la Cape Town Opera haya captado una esencia que, quizá, incluso el autor de la obra original desconocía y, por ello, su montaje ha sido elogiado internacionalmente, sobre todo, en su inicio de gira en el Reino Unido. Así, no es difícil que el Charleston de los años treinta, se parezca mucho al Soweto de los setenta.
Del elenco poco se puede decir, más que la elección es completamente ideal. El Porgy que interpreta Lindile Kula Sr es un discapacitado con una presencia pétrea que, sin embargo, transmite a la perfección la piedad que despierta el hombre enamorado perdidamente de una mujer que sólo le puede llevar a la desgracia y la admiración por el individuo resuelto dispuesto a llevar hasta el final sus convicciones. La Bess de Philisa Sibeko realiza de una manera creíble el viaje de ida y vuelta del desenfado de la mujer de vida alegre a la respetabilidad de la mujer de su casa y, sobre todo, esa humana contradicción entre la convicción y la debilidad que le va llevando del cielo al infierno. Del mismo modo, el desprecio del Crown (el insistente proxeneta de Bess) de Mandisinde Mbuyazwe y el desenfado y la vivacidad de un Sportin’ Life (el camello que suministra y pretende a la protagonista) que Lukhanyo Moyake interpreta como un zorro escurridizo, calculador y cicatero.
Sin embargo, llama la atención especialmente Fikile Mthetwa que se mete en el papel de Maria, una de esas “mamis” africanas que fácilmente se dibuja en la imaginación de casi todos, una especie de matriarca del suburbio que tan pronto aconseja con delicadeza a la oveja descarriada, como enseña los dientes y pone en fuga al camello o acuna al huérfano. Mthetwa transmite con su figura, con su presencia y con su interpretación, pero también su forma de cantar, camina por el registro operístico sin problemas y sin previo aviso flirtea con el góspel o se acerca a un fraseo casi rapeado y todo sin perder la naturalidad y la continuidad.
Puede que Porgy & Bess esté dentro del estándar operístico clásico, pero de alguna manera se separa de las figuras más previsibles. Y, en todo caso, lo que la Cape Town Opera ha hecho con el libreto original (haciéndolo viajar de EE.UU. a Sudáfrica) no es una adaptación, sino una apropiación, en el sentido más positivo del concepto.