Una nueva pandemia invade Europa: el kuduro
Sudor, palpitaciones a 140 por minuto, delirio, convulsiones y falta de control sobre el movimiento de las extremidades son los síntomas más comunes que presentan las personas afectadas por este virus que se propaga a través de las ondas sonoras. Llegado de Angola, el kuduro es uno de los géneros musicales electrónicos que definen a gran parte de la juventud africana contemporánea, pero también, y con la actual fiebre internacional, a jóvenes de todo el mundo.
Emparentado con el house, el soca, y el techno, este ritmo infeccioso está convirtiéndose en lo que llaman una pandemia sonora mundial, y esto es precisamente lo que la hace más interesante. En pleno siglo XXI los ritmos electrónicos producidos por los países del Sur están marcando estilo. Ligados a la producción con bajos recursos y a las zonas urbanas más deprimidas, no es de extrañar que encuentren ecosistemas sociales donde reproducirse más allá de África, cuando la tendencia a la marginalidad y la pobreza en las ciudades del Norte y del Sur parece cronificarse. Tal como sucede con el kwaito, la cumbia o el reggaetón, el kuduro ha podido desprenderse de la etiqueta comercial que los especialistas le otorgan, etiquetándolo como “música del mundo”, y ya es un sonido más entre nosotros capaz de mirar de igual a igual y sin complejos a otros estilos que dominan las pistas de baile.
La descentralización de la cadena de producción tradicional de la industria musical llegada de África es cada vez más evidente. Pero las interrelaciones no han dejado de darse, y menos en un momento en que Internet abre puertas y ventanas a infinidad de manifestaciones culturales de la periferia que se acaban exportando y fluyendo rápidamente. Tanto es así que Lisboa ya puede presumir de tener la primera escuela de kuduro y danzas urbanas africanas en su mismo corazón: Pupilos do kuduro. Y el frenesí no se acaba aquí. Festivales, como el de Río o el de Hotdocs canadiense y el internacional de cine de Guadalajara, ya se han hecho eco de un documental que acerca al público este contagioso fenómeno cultural del kuduro de la mano de sus protagonistas.
Con I Love Kuduro: de Angola al mundo, el director portugués Mário Patrocínio, explica como estos ritmos locales se han llegado a convertir en sonidos aclamados, no tan sólo por millones de africanos, sino también por amantes de la electrónica internacional. La cinta se adentra en esta expresión cultural indisoluble de la sociedad angoleña urbana contemporánea y muestra como el kuduro se ha expandido hasta transgredir todo tipo de fronteras. Patrocínio refleja durante hora y media la esperanza de la juventud de Luanda, expresada a través de la danza y el proyecto identitario común que representa el kuduro. En un ejercicio de investigación, el portugués se sumerge en las comunidades de jóvenes angoleños en escuelas de danza, pistas de baile y en la calle, donde se ve con más claridad este reciente e infeccioso fenómeno social.
A través de los testimonios directos del surgimiento del kaduro, la película de Patrocínio explica la historia reciente de un ritmo que pasa por diferentes etapas hasta convertirse en una auténtica revolución de la creatividad local y en un movimiento masivo que proclama la unidad, la paz y la diversión.
Músicos, como la figura imprescindible de Tony Amado, que arrancó la primera ola de kuduristes en la década de los 90, o como Sebem, conocido como el Padrino del kuduro, explican como el Cú Duro (literalmente “Culo Duro”) mezcla elementos sonoros diversos con otras dosis de mensajes políticos y socialmente positivos expresados a través de la lengua kimbundu. Un cóctel que rápidamente agita el panorama musical y estético del país, convirtiéndolo en el medio de comunicación ideal para expresar la realidad de una nación y de una generación que emergían de una de las guerras civiles más largas de la historia. Pero también para mostrar con orgullo la identidad angolana.
El documental muestra la realidad marginal de bandas como Os Lambas, retratando la cotidianidad de guetos de Landa como el de Sambizanga, mientras fuera de este mundo de pobreza la capital de Angola es reconocida como la ciudad más cara del mundo. Así, el primero de los videoclips de Os Lambas, que fue censurado y que contaba con el famoso cantante Nagrelha, muestra la otra cara de la moneda, como si se tratase de una bofetada para quienes ven en Angola uno de los países más ricos de África gracias a los indicadores macroeconómicos. En palabras del productor de la película “no tendría mucho sentido retratar al león fuera de la selva”.
Y es que frecuentemente el kuduro nos puede servir de guía para conocer de más cerca la sociedad angoleña, moderna y urbana. “El kuduro y los angoleños son casi una unión perfecta”, dice en I love kuduro el DJ Bruno de Castro. Grupos actuales como Presidente Gasolina y Príncipe Ouro Negro, que son grandes fenómenos mediáticos en Angola, delatan en el documental la fuerza transformadora que tiene el estilo kuduro, hasta el punto de que la fonética de las canciones está mutando el habla portugués de Angola, exagerando o mofándose del habla portugués de la antigua metrópoli. El movimiento también está cambiando las tendencias estéticas del país y es a través de su internacionalización que toda una nueva generación de angoleños pretende mostrarse al mundo.
Todo esto llega en un momento en que África es vista como el continente con uno de los crecimientos económicos más espectaculares. Tanto, que algunos la consideran como el nuevo El Dorado. El pastel se está extendiendo a sectores creativos y culturales que cada vez tienen a estar más profesionalizados. Sus ciudades están representadas como centros de lujo y de afropolitismo por sus cines y sus literaturas, las diferentes regiones compiten entre ellas por tener festivales de moda y diseño, bienales de arte y mostras de cine local con más prestigio internacional; y los festivales de música reciben cada vez más turistas cautivados por los sonidos del continente.
No nos debería extrañar que el kuduro nos llegue a través de los premios a la música africana que otorga la MTV, o por cualquier otro canal del mainstream musical. Porque si el kuduro es una pandemia, su llegada a las pistas de baila del Norte sería un signo más del fin de la hegemonía del pop occidental. Sea como sea, de momento no parece que haya muchos antídotos factibles a esta fiebre del kuduro para aquellos que quieran seguir sumergiéndose en las olas de los sonidos africanos contemporáneos.
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Investiga y escribe sobre ciudades africanas, derechos humanos y música. Le mueve la creatividad con la que construye futuro la juventud africana en contextos urbanos, especialmente en África del Este. Sus campos de trabajo son el periodismo escrito y radiofónico, la investigación o la gestión cultural. Cofundadora de Wiriko y coordinadora de Seres Urbanos (EL PAÍS), actúa como consultora independiente para entidades del tercer sector y actualmente, es Técnica de Cooperación Internacional en el Ayuntamiento de Girona. Licenciada en Filosofía (UB), posgraduada en Estudios Africanos y Desarrollo (UPF) y máster en Culturas y Desarrollo en África Subsahariana (URV).
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