África: banda sonora 2015 (IX)
En la tierra de las Mil Colinas se habla un lenguaje extraño. Un lenguaje que sirve para comunicar un pozo común en el que se ha enterrado el terror y la locura. Es el lenguaje del silencio. Del dolor. De lo indecible. De las heridas aún abiertas de un genocidio que se llevó a 800.000 almas en tan solo 100 días. 21 años después, en Ruanda, sobrevuela un silencio ensordecedor acerca de las atrocidades cometidas mayormente por Hutus contra Tutsis. Pero también sobre el posgenocidio, mucho menos tratado, de Tutsis contra Hutus y venganzas que se llevaron a otros miles de personas por el camino. De un proceso de reconciliación nacional traumático y de un gobierno, – el de Paul Kagame-, que pretende perpetuarse en el tiempo como única alternativa a la estabilidad. El pasado de este pequeño país de apenas 12 millones de habitantes está envuelto en una afonía que cubre 10.000 km2 en la región de los Grandes Lagos. Sin embargo, algunos han encontrado refugio y consuelo en el universo de los sonidos. «La música puede ser una forma de expresar sentimientos que de otra forma no podrían comunicarse. Sentimientos que ni siquiera sabías que tenías y que se descubren en el proceso de creación y reproducción de la música«, cuenta Adrien Kazigira, superviviente del genocidio de Ruanda.
Junto a Adrien, Stany Hitimana y Jeanvier Havugimana han encontrado en la música el poder de la sanación mental y nacional. Bajo el paraguas del grupo The Goos Ones (Los Buenos), el cuarteto ruandés utiliza la música como herramienta para expresar una identidad nacional que les ayuda a mantenerse unidos. «La música es siempre una manera de curar a la gente y mantenerla unida. El cuerpo no miente cuando se trata de bailar. Si una canción mueve a alguien emocionalmente, entonces eso habla por sí mismo. Somos hermanos, somos ruandeses, independientemente de lo que nuestros antepasados puedn habernos llamado«.
La estabilidad de Ruanda tras dos décadas del genocidio, ha garantizado lo que se llama «el milagro económico africano» -por su increíble emergencia en medio de una región convulsa como ha sido históricamente la de los Grande Lagos-, se sustenta en un silencio sepulcral de aquellos que no quieren recordar, no quieren decir, solo quieren proyectar hacia el futuro. Adrien, Stany y Jeanvier quisieron romper el silencio. «Después de acarrear todos aquellos recuerdos dolorosos, queríamos crear un grupo de los «buenos«. Queríamos cantar y avanzar positivamente con nuestras vidas«, dice Adrien. Pensando también en una forma de generar ingresos además de sanar heridas y hacer terapia de grupo, The Good Ones empezaron a invertir en instrumentos para poder sacarse un sobresueldo fuera de sus actividades económicas cotidianas. «Dos de nosotros sobreviven principalmente de la agricultura«, reconoce Adrien sobre una actividad que emplea al 70% de la población ruandesa. «Mahoro es conductor y Janvier trabaja en la construcción«, explica el líder de la banda, criticando la falta de oportunidades para vivir de la música en el país. «Ni siquiera en la capital, Kigali, hay muchos clubes nocturnos, con lo que no es fácil vivir de este negocio«.
Cuando se les pregunta sobre las similitudes entre hacer música o cultivar la tierra, Adrien lo tiene claro: «La música alimenta a la gente, por eso creo que no es tan distinta de la comida que generan los campos. Pero al contrario de lo que ocurre con la comida, las grabaciones no son perecederas, así que pueden proporcionar alimento incluso después de la muerte del músico», pronuncia.
Sin embargo, sus quehaceres en el campo tuvieron que posponerse cuando un joven cazatalentos aterrizó en Ruanda. Eso fue cuando conocieron al productor norteamericano Ian Brennan. En un viaje del músico a Ruanda, donde acompañaba a la madre de su esposa, ruandesa, de visita en el país tras el genocidio, Ian andaba en busca de sonidos genuinos que pudiera grabar y exportar. «En las semanas que estuvimos allí, busqué en todo el país bandas que tocaran música local, pero pareció que la mayoría de ellas tocaban sonidos muy diluidos por influencias occidentales. La mayoría eran copias baratas de artistas como Beyonce o Snoop Dogg, pero con letras en kinyarwanda. Pero cuando nos encontramos con The Good Ones, sentí a 50 metros de distancia, en la oscuridad, que había algo muy raro y de verdad en ellos. Era casi palplable«, nos cuenta el artista. «Eran músicos difíciles, pero con una sensibilidad subyacente enorme. Me fijé en Adrien, que emana la autoridad de un poeta o un sabio, tanto como lo es«, explica el norteamericano, que acabó grabandolos y ayudándolos a distribuir sus sonidos en Europa o Estados Unidos.
En Rwanda Is My Home (Ruanda es mi hogar), un álbum con once cortes muy frescos que reúne tradición tutsi, hutu y twa, The Good Ones presentan a su primer álbum de estudio, después de la publicación de su anterior disco – Kigali Y’Izahabu-. «Nuestro primer álbum fue grabado en una sola noche, al aire libre. Con el segundo álbum, hemos sido capaces de pasar más tiempo en el estudio y con mejores micrófonos. Pero aún así hemos grabado todas las canciones en vivo, sin overdubs. Ian Brennan es un productor muy raro porque saber escuchar y nos ayuda a creer en nosotros mismos y sacar partido a nuestros puntos fuertes, que antes, ni siquiera sabíamos que existían«, explica Adrien.
Con Rwanda Is My Home, el cuarteto ruandés quiere hablar sobre el orgullo hacia su Ruanda, sobre las cosas positivas de este pequeño país africano. «Estamos orgullosos de nuestra patria. Una de nuestras nuevas canciones, Nyamwanga Kumva! («Terco Hasta el Final»), fue compuesta por el hermano mayor de Janvier, Manassaé, el hombre que nos inspiró y nos enseñó a tocar los primeros acordes. Murió tristemente durante el genocidio más reciente (de tutsis contra hutus)», explica emocionado Adrien mientras nos desgrana los ingredientes de su último álbum. «La última canción del disco – Dans L’oublie («The World Is in Chaos)- es sobre el caos que crea la guerra y la sensación de que el mundo se acaba cuando uno ve ciertos horrores que la humanidad es capaz de llevar a cabo«. Y aunque sus canciones son crudas y cantan lo indecible, lo impronunciable, también dejan espacio para verdades universales como el amor. «Escribimos mucho acerca de las mujeres y el amor«, reconoce el ruandés.
Ahora, en plena presentación de Rwanda Is My Home, la banda ruandesa se dispone a pisar terreno europeo. «Se supone que debemos recorrer Alemania este invierno. Más allá de eso, no sabemos lo que nos depara el futuro, pero esperamos poder viajar mucho más algún día y tocar nuestra música en el extranjero, donde la gente está interesada en escuchar nuestro sonido«, pronuncia el líder de la banda lanzando un llamamiento a promotores y salas de conciertos internacionales.
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