Mogadiscio, capital del arte para la paz
En Somalia se trabaja a ritmo frenético para reconstruir una capital destronada. Mogadiscio ya no es esa metrópoli de mediados del siglo XX en la que los diplomáticos soñaban pasar sus vacaciones, donde la arquitectura árabe del siglo X se mezclaba con la modernidad italiana coloreando una estampa turística única en el Índico y con el vaivén de las aguas cristalinas bañando sus preciosas playas de arena blanca. Sus avenidas, reconquistadas por las milicias de Al Shabaab en agosto del 2011, han mudado discotecas y cafés por escombros y cicatrices de balas, postales de vacaciones con palmeras y heladerías por reportajes de piratas y secuestradores… Los estragos de una guerra civil que ha azotado el país durante más de dos décadas han sido un continuum en la prensa internacional y a día de hoy, solo un puñado de osados se atrevería a invertir sus energías en una ciudad en aparente anarquía.
Sin embargo, a pesar de la oscuridad en la que este pedacito del mapa africano se ha visto sumido durante tantos años, en Mogadiscio puntos de luz encendidos por paletas de colores y pinceles han turbado la penumbra, dispuestos a combatir la violencia con el arte, a impulsar la paz a través de la pintura. Supervivientes y luchadores se han encontrado en garajes, sótanos y escondrijos durante años con el eco de las ametralladoras. Otros muchos, optaron por emigrar. Pero hoy, mientras parte de la diáspora somalí regresa para reconstruir el país, la acústica de los talleres acoge sonidos muy distintos: el de los cortalápices, el goteo de las pinturas o el roce de las escobillas en los lienzos. Proyectos para la construcción de la paz, iniciativas privadas, escuelas y tiendas de arte trabajan desde distintas esferas para favorecer la edificación de una nueva Somalia, con una capital fornida de mensajes esperanzadores.
Shik Shik Arts es el ejemplo perfecto de cómo la guerra transformó las iniciativas artísticas en Somalia. Fundada en 1960, a día de hoy es un estudio de arte, una galería y una escuela del distrito de Hodan. La regentan Mohamed Hussein Sidow y sus cuatro hermanos, siguiendo la tradición de su padre, quien inició el negocio familiar. Durante muchos años, Shik Shik Arts diseñaron ropa, complementos, hicieron fotografías, carteles… Pero, aunque la actividad comercial se interrumpiera intermitentemente, se tuvieron que adaptar a la situación política del país, y se dedicaron al diseño de rótulos de tráfico. Hoy, los carteles comerciales vuelven a ser una de sus especialidades.
Otro tipo de cartelería, la que vio la clandestinidad como la única forma de supervivencia, es la que hoy apadrina el Centro para la Investigación y el Diálogo[1]. Recientemente, el CRD ha conseguido juntar artistas que ya se creían desaparecidos. Aunque el conflicto bélico puso en muchos casos precio a sus cabezas, y miles de sus obras fueron destruidas por ir en contra de las exigencias del Islam más radical, el proyecto ha logrado que los artistas perdieran el miedo a volver a pintar públicamente y que se involucraran en la educación de las jóvenes generaciones que tendrán que ocuparse del arte que invada las calles de Mogadiscio.
Muhiyidin Sharif Ibrahim ya ha cumplido los 63 y sonríe tímidamente cuando la cámara dispara el clic. Ya no tiene miedo de mostrar su rostro y orgulloso de su trabajo, exhibe sus tapices por las calles de la ciudad. Durante los primeros años del gobierno socialista de Mohamed Siad Barre, Ibrahim se había dedicado a pintar caricaturas del presidente, pero hoy, después de años de silencio gráfico, sus cuadros son optimistas retratos de una Mogadiscio ideal, pacificada y libre. Los camellos, siempre presentes en la iconografía somalí tradicional, así como la indumentaria aborigen de las mujeres, ya no hacen temblar el pulso de su pintura. Es un modelo a seguir, y la viva representación de una tradición que no ha muerto con la guerra, sino que puja para sobrevivir y permanecer.
Ibrahim es uno de los profesores del CRD, pero igual de importantes que ellos, son las generaciones venideras. Suleyman Yusuf es un joven de 20 años que escucha atentamente las lecciones de maestros como Ibrahim. Fue miliciano, porque durante toda su vida coger las ametralladoras ha sido una de las pocas formas de llevarse algo de comida a la boca. Ahora que Al Shabaab ya no campa libremente por la ciudad, las armas han dejado de ser las únicas herramientas para conseguir dinero. Yusuf ha decidido que el instrumento más acertado para la reconstrucción de Mogadiscio sea el arte, y ha sido reclutado por el CRD para formar parte de una nueva cantera de cartelistas de vallas publicitarias. Suleyman, como sus compañeros, pinta imágenes críticas que hagan reaccionar a la población y así, contribuye a generar debates sobre la justicia, la democracia o la paz. El joven aspira a poder vender sus obras en el terreno comercial, pero sabe que es necesario avanzar en grupo y por eso aprende aquello que el arte somalí fue antes de la guerra y aporta su granito de arena para un futuro mejor.
Mientras los colores invaden las calles de la capital, que empieza a hervir de mensajes políticos, se reabren teatros, cines, museos e instituciones académicas, y la cultura vuelve a la vida de los somalís. La esperanza, poco a poco, crece junto al compromiso de levantar un país de los escombros, con creatividad y con la convicción de que el mosaico multicultural de Mogadiscio, capital por excelencia del Cuerno de África, no puede más que ser la fuente de inspiración de una población diversa, plural y colorida como los cuadros de los artistas de Mog (diminutivo para Mogadiscio). Es cierto que la estampa idílica de los años setenta es ya solo un recuerdo, pero también lo es que la voluntad de un pueblo es más fuerte que una proyectil, un grito o incluso, una guerra tan cruenta como la que ha vivido este país. Esta voluntad, expresada a través del arte, es la que determinará el futuro de uno de los puntos más calientes del planeta.
[1] Su fundador, el activista y mecenas Abdulkadir Yahya Ali, fue asesinado por presuntos miembros de Al Shabaab.
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