Obituario: No, Sarah Maldoror no ha muerto
¿Cuál es la última imagen que piensa un cineasta antes de fundirse a negro? ¿Qué encuadre elegir para el adiós?
El sol de la infancia.
Los poemas del amante.
El sexo de los veinte.
Los aplausos recibidos por tu obra.
La incomprensión de tu círculo cercano.
El silencio de la creación en una tarde parisina.
La vida levantada en armas en Argelia.
O en Guinea Bissau.
O en Angola.
Negro.
Saudade.
El 13 de abril de 2020 siempre será la Pascua negra. El mismo día en el que el presidente francés Emmanuel Macron entraba con aire triunfal por las televisiones de sus ciudadanos para espetar la prolongación del confinamiento y de la necesidad de suprimir la deuda externa de las naciones africanas, una de las voces más críticas de los cines africanos e hija de los movimientos de liberación en el continente fallecía. Una suerte de paradoja. Macron con tono burlón consciente de que el neocolonialismo post COVID-19 dejaría de funcionar si continúa la asfixia a sus antiguas colonias y el discurso de Maldoror, la gran cineasta, haciéndose presente. Por eso, Sarah, la primera mujer realizadora en rodar una película en el continente, en realidad, no nos ha dejado.
Sus dos hijas, Annouchka y Henda firmaban ayer una hermosa carta abierta en la que resumían su esencia: «su trabajo cinematográfico radiante es el reflejo de una combatiente valiente, curiosa por todo, generosa, irreverente, preocupada por los demás, llevando la poesía más allá de todas las fronteras». En estos tiempos de reconfiguración geopolítica, se hará más que nunca latente su filmografía. Trabajó como asistente en la famosa película de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel (1966) y, poco después, realizaría su primer cortometraje Monamgambée (1969) –un canto anticolonial que literalmente significa «muerte blanca»–, y que le serviría como ensayo para su obra Sambizanga de la que decía lo siguiente: «Hacer una película significa tomar una posición, y cuando tomo una posición, estoy educando a la gente. El público necesita saber que hay una guerra en Angola… Hago películas para que las personas, sin importar de qué raza o color sean, puedan entenderlas». Sus 90 años de vida estuvieron ligados al mundo de la política y al deseo de cambio político.
Precisamente, su huella en los libros de cine comienza con Sambizanga. Ambientada en 1961 la escribió junto a su esposo Mario de Andrade, escritor y líder de la resistencia angoleña (MPLA). Un clásico de todos los tiempos que no se pudo hacer en Angola y que se filmó en el Congo. Como apuntaba Nora Sayre en 1973, año del estreno del film en Estados Unidos, la película no presentaba héroes o villanos, sino que ofrecía un análisis de clase en lugar de uno racial. «El énfasis está en la opresión de los pobres por parte de los ricos, en el sistema que perpetúa a una minoría. En todo momento, la difícil situación de las personas ayuda a concretar el punto político».
La vida de Maldoror fue una historia apta para ser llevada al cine. Formada como realizadora en Moscú bajo la mirada del gran director ruso Mark Donskoi y siguiendo los pasos de uno de los padres de los cines africanos como Ousmane Sémbene, aprendió sobre la resistencia a través de la gran pantalla. Mujer cineasta en unos tiempos donde el cuestionamiento era una constante. ¿Directora? Y no solo eso, sino que aplicó su implicación política en todos y cada uno de sus encuadres. Había que abrir conciencias en Europa a martillazos y ella utilizó el 35mm. «Para mi, mientras haya una guerra en África hay que darla a conocer y que se sepa por qué mueren inútilmente todos esos niños de las maneras más infames. Me parece algo realmente espantoso y, como mujer, siempre haré películas comprometidas –que son precisamente las que me dificultan hacer cine– porque todas esas muertes absurdas me parecen producto de la mezquindad. ¿Por qué? ¿Para qué? Yo me hago esas preguntas», respondía el 3 de junio de 1997 en una entrevista en Radio France International.
Autora de casi cuarenta títulos, Maldoror subrayó la opresión de Occidente a África y trató de visibilizar el papel de las mujeres en las luchas de liberación del continente en un tiempo en que el cine estaba dominado por hombres. Junto a sus compañeras Safi Faye, Martine Ilboudo Condé, Anne Laure-Folly o Hanny Tchelley representa a toda una generación de mujeres intelectuales que, a través de la cámara rompieron el canon del África inerte y sin esperanza, con líderes masculinos debatiendo sobre las nuevas naciones. Un cine, el de Maldoror, siempre comprometido y desarrollando una estética revolucionaria propia que pudo verse en una retrospectiva de culto el año pasado en Madrid gracias al festival Documenta Madrid y al Museo Reina Sofía. Ahora, más que nunca, su enfoque es necesario.
Como escribía hace un año Lola Huete en un artículo para El País, hasta sus rivales ideológicos tuvieron que rendirse ante ella: “Querida Sarah Maldoror”, le dijo el ministro de Cultura, Fréderic Mitterrand, en 2011 al nombrarla Caballero de la Orden Nacional del Mérito francés, “francamente, usted es una rebelde, una luchadora contra las injusticias, una humanista resuelta. A lo largo de su carrera no ha cesado de insistir, informar y mostrar las realidades más difíciles a través de la lente de su cámara de un modo a la vez realista y poético. Su mirada sobre la memoria de la esclavitud y del colonialismo es para todos nosotros de un valor único”.
Gracias, Sarah, por hacernos soñar con tus imágenes de que otro mundo es posible.
Nota: Uno de sus títulos que han pasado más inadvertidos es el de Le Passager du Tassili (1986). Si pueden, en estos días de azaroso ocio, no dejen de ver este grito al antirracismo.
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