Pasaporte español, raíces africanas: Mónica Obono Ndongo Okenve

Mi nombre es Mónica Obono Ndongo Okenve, tengo 35 años. He nacido y crecido en España. Adquirí la nacionalidad española por derecho de tierra (haber nacido en territorio español) y por derecho de sangre (entonces se heredaba la nacionalidad de tus progenitores, en mi caso, ambos españoles oriundos de Guinea Ecuatorial).

Crecí en Tres Cantos, una ciudad-dormitorio por entonces, a las afueras de Madrid con una población muy joven y de clase media. Mis padres, como el resto de vecinos, fueron a habitar unos pisos recién construidos en parcelas literalmente desiertas con pequeños caminos, dos o tres calles principales y cuatro comercios contados. Era una apuesta de futuro de vida, pues se seguía edificando y estaba planeado que la ciudad creciese hasta dotarla de todas las infraestructuras para convertirse en un municipio independiente, como así ocurrió.

En ese entorno, al igual que ocurre en los pueblos, había un fuerte sentimiento comunitario no sólo porque eran muy pocos vecinos y todos se conocían sino porque sabían que para vivir en un lugar donde aún no disfrutaban de muchas comodidades debían ayudarse los unos a los otros y mostrar esa disposición. Así que siendo ese espíritu de solidaridad el denominador común, había poco o ningún espacio para actitudes racistas o discriminatorias. Ello no significa que, en el ambiente escolar, no sufriera racismo, con actos como burlas hacia mi color de piel o mi pelo, sin embargo esto no ocurría de forma regular o constante porque no eran niños o niñas de mi entorno inmediato o porque simplemente se cansaban. Además yo, de carácter ingenuo, interpretaba muchos gestos como carentes de malicia.

De izquierda a derecha: el hermano de Mónica, Marcos (Junior), con 3 años, Denise, en el medio, de 1, y Mónica, con 5 años. La fotografía fue tomada en 1986 en la parte trasera de la primera casa de Mónica, en Tres Cantos, Madrid.

El hecho de que mi familia me educara mayoritariamente en la cultura española, al mismo tiempo que concienciándome sobre mi pertenencia a la etnia fang, contribuyó a que no me sintiera diferente a nadie. Toda esa normalización contrastaba con otra vía de enculturación como eran los medios de comunicación, en particular cine, TV y radio. Recuerdo que la primera película que mis padres me llevaron a ver al cine fue “El Color Púrpura”, de Spielberg (aún no debían existir las clasificaciones por edades). Era mi primera mirada al mundo negro, el que no había a mi alrededor. Pero sobre todo recuerdo la serie Raíces y cómo a partir de verla comencé a hacerme infinitas preguntas sin respuesta que se resumían en una sola: por qué.

En mi mente había una línea divisoria en lo referente a negritud y racismo entre la historia, lo cual era pasado, y el presente que yo vivía. Esa clara disociación entre la narrativa de la esclavitud y el racismo y la contemporaneidad que yo protagonizaba me ayudaba a tomar distancia emocional de cualquier sentimiento negativo (rabia, rencor, dolor), o por lo menos a que no cristalizaran en mí. Además, desde mi subjetividad, entre estas narrativas no había solución de continuidad. Yo lo encajonaba todo en otro espacio y otro tiempo. Por entonces no conocía la existencia del apartheid, por ejemplo. Como consecuencia, mi identidad negra se construía desde 0 en otro eje espacio-temporal. Me sentía más identificada con las series de afroamericanos como “La Hora de Bill Cosby” o las decenas de comedias que se emitieron luego en los años 90.

Otra fuente de disonancia procedía del sector informativos en televisión y prensa. Disonancia causada por el modo sesgado en que retrataban, y siguen retratando en general, África con imágenes de hambruna, pobreza, enfermedad que difería de mi experiencia de haber vivido en Guinea Ecuatorial durante cinco años en mi infancia.

En la izquierda, la abuela paterna de Mónica, de quién hereda su nombre, en agosto de 2014. Fotografía tomada en la entrada de la casa de la abuela en Bata, Guinea Ecuatorial.

Por otro lado, estaba y sigue estando muy presente la influencia de la música en esa construcción de identidad, pues he heredado la melomanía de mis padres. Además de música africana, en mi casa se escuchaba música occidental de todos los géneros, con una predominancia de música pop, es decir, todo lo que fuera los éxitos del momento. A mí, sin embargo, me atrajo poderosamente la música negra desde el primer momento que escuché en mi tocadiscos el disco Thriller de Michael Jackson. A través de la música sí me supe diferente porque la música de los negros, melódica y rítmicamente, lo era, en efecto. Ya de adolescente, escuchar música se convirtió en una actividad autodidacta por la cual definía mis propios criterios y gustos. Cree todo un imaginario estereotipado compuesto por los conceptos que transmitían las letras de las canciones e imágenes de los videos (amor platónico y romanticismo, sexo y sensualidad, frenesí y entretenimiento).

Dentro de la música negra, el hip hop estaba en auge. Nunca escuché el hip hop de reivindicación sino el que era más comercial, de lírica frívola y bases instrumentales ligeras. De nuevo, me distanciaba inconscientemente de otra realidad de la experiencia negra. La música negra como elemento cohesionador me sirvió para socializar en entornos de afrodescendientes como eran las discotecas de música negra en Madrid. Sin embargo, era una falsa socialización, pues a pesar de frecuentar estas discotecas y bares durante años, jamás hice una sola amistad. Además, era desconcertante comprobar que sí existía una comunidad negra, la cual de día, o incluso de noche en otros espacios, parecía invisible.

En el área académica, me decanté por hacer un Master en Etnomusicología (una mezcla de música y antropología) con la idea de investigar sobre la música tradicional de mi otro país, acercándome a ella y a mi cultura de origen desde el estudio; y, en cierto modo, al redactar la tesina con vistas a su publicación, de dignificar esta cultura. Mientras finalizaba la tesina, conseguí mi actual puesto de trabajo en la discográfica Warner, donde contribuyo a promocionar la música clásica, una música que tradicionalmente se ha denominado culta y que, aún a día de hoy, tiene un halo de elitismo.

Como etnomusicóloga, me opongo a dicha categoría puesto que nace de una jerarquización de la música occidental impuesta por musicólogos en los años 20 del siglo anterior. Mi creencia en el igualitarismo de culturas, géneros y músicas del mundo es solamente un reflejo o una extensión de mi creencia en la igualdad de razas, géneros y cualquier otro tipo de elemento identitario, que sea producto de una construcción social.

Mónica Obono Ndongo Okenve, por Javier Sánchez Salcedo.


*Este artículo forma parte de la serie Pasaporte español, raíces africanasuna colección de piezas dedicadas a la diáspora africana en España que tiene como objetivo ceder un espacio a personas españolas con vínculos familiares en el continente vecino, que están ligadas de una u otra forma a alguna disciplina artística o a las industrias culturales. En esta serie, sus protagonistas nos cuentan en primera persona sus historias de vida y expresan sus preocupaciones, percepciones sobre temas como la identidad o anécdotas y recuerdos personales que nos ayudan a conocerlas mejor. Un ejercicio de memoria histórica y responsabilidad colectiva para desmitificar la diversidad cultural y construir una sociedad más inclusiva.

En junio de 1941, llegaba a la entonces conocida como Guinea Española (hoy Guinea Ecuatorial) el primer vuelo de Iberia, en Santa Isabel-Bata. Esta imagen icónica es una pieza clave de la historia de la diversidad cultural española. Fotografía de Iberia Airlines.

 

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4 comentarios
  1. Dionisia Dice:

    Me ha gustado mucho el articulo. Sólo puedo decir que está genial!!!

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