Vuelve la magia del ritmo y el poder curativo de Sara Tavares
La primavera es un período de renacimiento que, para algunas culturas orientales, se inicia en febrero. En ella, la savia de la vida resurge generosa por los poros de la naturaleza en un proceso en el que la creación no es más que la culminación de un camino trazado desde la energía fría y calmada del invierno. Tras un gélido periodo de ocho años (y tras pasar por la dura experiencia de la extirpación de un tumor cerebral en 2010), la compositora, cantante y guitarrista caboverdiana afincada en Portugal, Sara Tavares, nos avanza a ese periodo tan deseado del año. Y es que está a punto de presentar un nuevo álbum reposado, profundo y que, a juzgar por su single de presentación, es puro florecimiento.
Hemos tenido la oportunidad de conversar con ella y de, por supuesto, acabar de caer del todo rendidas a sus pies:
Gemma Solés: Lisboa, que es una de las capitales europeas más cosmopolitas, está llena de talentos como tu, impregnando la ciudad de África. ¿Cómo consideras a los africanos que estáis transformando la mirada hacia el continente?
Sara Tavares: Sin duda los africanos en la ciudad son grandes representantes de un nuevo africano contemporáneo que viaja mucho entre la raíz y el mundo sin confusiones de adaptación o identidad. Ellos son la nueva cara del cosmopolitismo africano, orgullosos de lo que son y cada vez más cómodos como ciudadanos del mundo.
G.S: Eres una de las voces más influyentes del momento. Desde la música, has contribuido mucho a hacer llegar los sonidos de esa «generación mestiza» y a pocos meses de que tu nuevo álbum vea la luz, ¿podemos proclamar que Sara vuelve definitivamente a la carga, y que tendremos más inspiración de Cabo Verde?
S.T: Es curioso que esta identidad criolla se sienta incluso si los temas están escritos en portugués, pero es cierto que mis canciones tienen una melodía melancólica que recuerda los viejos coladeiras cálidos y… me provoca un gran placer llevar conmigo la cultura de otras lenguas y sonidos… Por ejemplo, cantar una melodía de reggae en español como Manu Chao o cantar salsa en lingala como lo hizo el congoleño Franco y Rocherou… me encanta hacer de lo regional mundial y de lo mundial regional al contar historias con un lenguaje propio.
G.S: Han pasado siete años después del éxito rotundo de Xinti (2009)… ¡¿Por qué nos has hecho esperar tanto?!
S.T: No sé por qué. Me ha ocupado un silencio que hablaba más fuerte que todas las notas o palabras juntas… Ha sido un tiempo de escucha profunda, aunque no es parte de mi naturaleza hacer música de manera automática. Quiero sentir siempre que hacer música tiene sentido para mí en primer lugar; para dejar algo auténtico en el mundo.
G.S: Y, ¿qué has hecho cuando no has estado haciendo música?
S.T: Tiendo a vivir improvisando, vivo la vida como una improvisación; de vez en cuando quiero boleros, cha cha chas, cosas predecibles y reconfortantes de casa de mi madre, Cabo Verde… Ver películas, días de playa, ser libre y leve. Otros días quiero aprender, ver exposiciones, leer, escuchar un montón de música que empuja mis capacidad de análisis. Clásica, experimental, exótica. Conferencias. Cursos. Me interesan la filosofía, la poesía, la espiritualidad, etc. Otros días sólo quiero un beso en la boca y ser feliz…
Tengo el privilegio de no estar atada a un jefe o un empleo, pero la libertad exige responsabilidad. También paso mucho tiempo meditando en mi misión con los que me rodean, la familia, amigos y seguidores…
G.S: Ya llevas muchos años en la industria musical. ¿Crees que los artistas africanos lo tenéis mejor ahora que cuando empezaste a cantar profesionalmente?
S.T: Siento que hay una mayor apertura porque se agota la creatividad del llamado «primer mundo». Hay que hacerse eco de la fuerza del segundo y el tercero… más aún cuando la realidad social está cambiando tan rápidamente que la fuerza a la cultura también acompaña a esta transformación. Dentro de varios siglos, para entender la historia, se utilizará la cultura como documento social. Además, la industria de la música es un circuito, por así decirlo, casi exclusivamente occidental. El «tercer mundo» está demasiado angustiado para sobrevivir por debajo de los niveles mínimos de pobreza y derechos humanos, como para tener cultura. En la mayoría de los casos, solo hay una cultura de supervivencia.
G. S: En una entrevista para The Guardian en 2007 decías que «las canciones llegan a tí como plegarias». Explícanos cuál ha sido tu proceso de composición para este trabajo que tienes entre manos.
S.T: En este álbum no ha sido tanto pedir, sino escuchar y dar voz a sentimientos que no siempre están bien definidos; es importante tener en cuenta que en esta ocasión no compuse sola, hay una gran cantidad de colaboraciones no sólo en la producción sino también en la escritura de las letras.
G.S: ¿Cómo se llamará este nuevo álbum y de qué colaboraciones hablamos?
S.T: Aún no hay nombre, necesitaré verle la cara primero. Generalmente el nombre se revela a sí mismo sin estrés, a su tiempo justo. Tendrá un sonido más urbano, un poco más de electricidad; ya en el single Coisas Bounitas uso teclados que no suelo usar… Aún no acabé de cocinar el disco y no quiero emitir una expectativa precisa. Todavía tengo que investigar un poco más.
G.S: En tu música hay una atmósfera intimista, romántica, poderosamente delicada y profunda… pero también hay un elemento educativo, poético y casi moralizante. ¿De qué tratan las letras de tus nuevas canciones?
S.T: No habrán canciones protesta o revolucionaria. Son ondas musicales cometidas por la pasión entre la música y el ser humano, sobre todo de la magia del ritmo y su poder curativo y transformador… Hablo de amor, de pasión, de complicidades, de lo que es hacer una canción, de lo que sucede cuando vivimos el presente…
G.S: ¿Estamos demasiado colonizados aún por una mentalidad homogeneïzadora?
S.T: ahh ;) Creo que estamos demasiado desconectados de nosotros mismos, demasiado auto descompensados por la carrera de tener todo lo que los demás tienen, en lugar de ser todo lo que podemos ser… Esto nace de dos extremos, el individualismo y el autismo, y del liderazgo ciego con los liderados… La desesperación del capitalismo, de tener que aplastar o ser uno mismo, conduce al fanatismo y al fundamentalismo arrogante, o a la falta de conciencia y a una vida descontrolada y en modo automático que va tan rápido que cuando uno mira hacia atrás ya está casi al final de la línea y no se detuvo a pensar con la cabeza y sentir con su corazón.
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